Justo este jueves 14, se cumplen diez años de la refundación de la Escuela Taurina que tiene aún vida en la Plaza de Toros Monumental Román Eduardo Sandia de Mérida, Estado Mérida, occidente venezolano, que entonces fue bautizada con el nombre de Humberto Alvarez, su Maestro Instructor, en su memoria tras su partida al reino celestial hace once años, quien ya la había fundado el 17 de mayo de 1967 con el nombre de César Faraco.
Hoy la Escuela Taurina como tal, no obstenta el nombre de Humberto Alvarez, acusa secuelas de dominio institucional personal, que no tienen razón de ser y en medio de todo ello, están alumnos que tarde tras tarde, de lunes a viernes, acuden al coso taurino merideño, con su empeño de hacerse toreros a futuro, instruídos por quien (es) estén al momento y en honor a la verdad, se espera no los decepcionen, llevan muy dentro de sí, su ilusión torera.

Su ilusión torera no debe ser decepcionada
La Escuela Taurina debe tener como norte, impartir enseñanzas teóricas y prácticas a sus alumnos, a través de personal calificado relacionado con diferentes suertes del toreo, ofreciendo una formación cultural, profesional, deportiva y humana que les permita desarrollar una actividad útil a la sociedad cuando abandonen la Escuela, hagánse o no toreros, lo que hoy día no se cumple, como debe ser, en la que hace vida en la Román Eduardo Sandia.
Diez años de refundación de la Escuela se cumplen hoy, que se mantiene viva, latente, por la ilusión, empeño, pasión, afición, constancia, perseverancia, de un grupo de niños que esperan algún día, ver coronada su ilusión torera, la que bajo ningún concepto, debe ser decepcionada, no se lo merecen, ni ellos ni sus padres ni la memoria de Humberto Alvarez, cuyo legado está mancillado por culpa de una diatriba posesional autoritaria que no se justifica, a no ser que cuiden otros intereses, a más ver y punto.