Ciertos toreros, famosos por sus correrías al margen de los toros, como pueda ser el caso de Rivera Ordóñez, el hombre, en un ataque de humildad, aparece en televisión pidiendo clemencia, piedad y silencio para su persona, no en vano, según el diestro, está harto de tener que aguantar la humillación que, según él, le suponen los medios de comunicación que, al parecer, no dejan de asediarle. Esto, en principio, tiene dos lecturas; a saber. En primer lugar, en esta España nuestra, existe un público frívolo que, como se demuestra, le interesa muchísimo la vida íntima de estos famosillos de turno; si se separan, si cohabitan con otra, si cuidan de sus hijos, si se enamoran de nuevo, y todas las estupideces habidas y por haber que, como explico, tienen un público incondicional que les sigue por donde vayan. Y, la segunda lectura y mucho más importante es la que ellos propician, caso de Rivera Ordóñez, Jesulín, o cualquier otro personajillo que, fuera de estos temas, poco se puede decir de ellos. Son ellos, precisamente ellos, los que con sus acciones alimentan el deseo de esas gentes que, sin problema alguno, sólo les interesa la vida privada del famoso de turno, especialmente, si ésta está rociada por la polémica y la frivolidad.
Explicado todo esto, resulta penoso que, viendo los problemas que tiene el mundo, aparezca en la televisión un señor llamado Rivera Ordóñez pidiendo clemencia para su persona, como si en el envite le fuera la vida. En esos instantes en que, este pobre hombre aparecía en televisión para decir semejante estupidez, el mundo, soportaba estoicamente el dolor de Haití, entre otros problemas de incalculable magnitud.
Recordemos que, estas gentes, los que piden privacidad para sus vidas, son ellos mismos los que, cuando les da la gana, como la ley de su propio deseo, aparecen donde más cámaras existen para ser vistos y, mañana, cuando no les interesa el asunto, como explico, piden respeto, tanto el Rivera citado, como todos los que pululan en esos mundillos que, de no ser por las televisiones basura y las revistas amarillas, nadie les conocería. Para colmo, un gran porcentaje de estos sujetos, cuando les ha interesado, han aceptado exclusivas y, previo pago, han contado las mentiras que les han interesado, siempre, a cambio de un dinero fácil que, de otra manera, jamás hubieran tenido. Tengo claro que, estos que piden respeto para sus vidas, de comportarse como ciudadanos normales, con toda seguridad, nadie les “molestaría”; pero, claro, no he dicho yo nada “comportarse como ciudadanos normales”, eso, en ese mundillo, es un imposible y, luego, se quejan.
Recordemos que, el mundo del toro, su entorno y acontecimientos, desdichadamente, apenas interesan a un reducido público, por tanto, lo que hagan los toreros normales, por citarles de alguna manera, a nadie le importa; ahí está el caso de José Tomás, Espartaco, Joselito y una larga lista de hombres que, habiendo logrado la fama y la gloria en su profesión, fuera de la misma, nadie sabe que existen. Lo que ocurre es que, estos famosillos de última ahora, quieren salir en los medios basura, eso sí, cuando a ellos les interese; cuando no, la emprenden a mamporros con los reporteros y periodistas. Cierto es que, si estos hombres fueran listos e inteligentes, se pasarían el día rezando padrenuestros por la suerte que han tenido que, gracias a estos medios, ellos, los sin nada, han triunfado ante el gentío.
Como estamos viendo, muchos retrasados, se quejan de ser populares y, el noventa y nueve por ciento de los toreros, darían hasta sus trajes con tal de conseguir la fama que otros tienen. Pero así es la vida, siempre se quejan los que lo tienen todo. Esto es tanto como decir aquello de, Dios le da pan al que no tiene dientes. Al respecto de todo esto, sería hermoso que, estos toreros citados, es decir, Jesulín y Rivera, salieran en las páginas de todos los diarios, en los noticieros de televisión y en todos los medios de difusión, sencillamente, por haber triunfado en Madrid en su plaza de las Ventas, aunque esto, lamentablemente para ellos, todavía no ha ocurrido. Ciertamente, llevan razón, debe ser muy triste que todo el mundo repare en ti, precisamente, por cometer estupideces fuera de los ruedos.