Vencido el ecuador de la temporada tiene uno la sensación de que, las injusticias siguen siendo la norma en el mundo de los toros. Es cierto que, la gran mayoría de los que dicen ser matadores de toros, por ineptitud, están donde están; son muchos y, lo peor de todo es que todos están convencidos de su valía y, es mentira. Casi ciento cincuenta matadores registrados en el escalafón dan la medida de la gran miseria de la fiesta. El toreo es cosa de artistas y, la gran mayoría solo son valientes que, a su manera, son capaces de ponerse delante de un toro, acción digna de respeto pero, ahí a llegar a la cúspide, el abismo es insalvable. Lo que yo me sigo preguntando es el cómo y el por qué infinidad de muchachos quieren quemar su juventud en una profesión en lo que no han sido llamados. ¿El milagro? ¡Cierto¡ Todos esperan el milagro y, en los toros, el milagro suele ser uno mismo.
Entre otros muchos festejos presenciados en la temporada, el pasado domingo me acerqué hasta Alicante para ver la corrida en honor a la Virgen del Remedio. Allí estaban El Renco, Juan Bautista y Abel Valls. Tres esforzados hombres que dieron pases, se jugaron la vida porque estaban frente a un toro pero, ni esas orejitas de regalo que les dieron justificaban la inclusión en dicho cartel que, dicho sea de paso, quedó claro que, Simón Casas quiso salir del paso y, con cuatro euros montó la corrida; claro que, en el pecado llevó la penitencia. Y, como los citados, los tenemos a docenas. Ahora mismo, para ostentar el entorchado de valiente, irremediablemente, cualquier diestro que lo pretenda, lo tiene que llevar a cabo al más puro estilo Rafaelillo, Bolívar y algunos más; hay que enfrentarse al toro más duro, al enemigo que logra que vibre el público por su peligro constante; es decir, con el toro-toro.
Hombres cargados de ilusiones los tenemos por doquier; yo mismo tengo ilusiones, pero jamás las cumpliré; en los toros ocurre lo mismo. Sin embargo, como antes decía, siguen anidando injusticias en el toreo; las ha habido siempre y, la desdicha, jamás dejará de ser una verdad. Ahora mismo, la gran marginación como diestro no es otra que Curro Díaz. Sigue siendo pecado que un diestro tan carismático, tan artista, tan buen torero, nos lo muestren a breves retazos. Con toda seguridad, con este diestro linarense sí podemos hablar de injusticias. Convengamos que, estamos enjuiciando a todo un artista; no es un torero de los llamados valientes para matar el toro a contra estilo; no es un espada de los que mendigan para que les pongan a la espera del milagro; no es un hombre que quiera molestar por aquello de tener padrinos pudientes; no es un torero de pueblo que espera lo pongan cada año en su feria. Curro Díaz es un torero sublime, un artista consumado y, recientemente, como pruebas más fehacientes, han sido Madrid y Barcelona sus feudos donde ha anidado su arte, su ciencia y su creatividad. Le falta a Curro el golpe de suerte para lograr la faena soñada en el momento justo. Recordemos que, Curro Díaz, entre otros muchos logros, ha salido por la puerta grande de Madrid; ha dictado varias lecciones bellísimas en dicha plaza que, en plena feria de San Isidro, no refrendó con el estoque, pero su torería inacabable es el estandarte de su alma para con el toreo.

Existe "el compás" en su toreo
Como diría Rafael de Paula, a Curro Díaz le sobra “compás” en su toreo; es decir, atesora en sus muñecas, mecidas al amparo de lo que le dicta el corazón, ese brote de arte inolvidable; un arte que, inevitablemente, tiene que estar consentido por el toro porque, de lo contrario, sus nobles intenciones mueren en el muro de lo imposible; pero éste no es un demérito; los que torean todos los días, tampoco logran su objetivo a diario. Hablo de las injusticias y, las expongo, claro está. Es un dislate que apenas podamos admirar a Curro Díaz, torero por la gracia de Dios y que, a diario, nos traguemos a El Fandi, El Cordobés, Rivera Ordóñez y esa larga lista de toreros mediáticos que, su gran fortuna, es ser muy conocidos y cobrar muy poco dinero para ser contratados.
Quiero ver, de una vez por todas, a Curro Díaz en todas las ferias importantes; quiero admirar, de su persona, desde la prestancia de su paseillo, hasta esa forma irrepetible con la mueve sus brazos para exponer los bellos trazos de su arte. ¿Qué le falta a Curro Díaz? Mejor yo diría lo contrario; ¿qué le sobra? Y le sobra arte para inundar todos los ruedos del mundo con el permiso de sus toros. No me cabe duda que, su paciencia franciscana, amparada por su arte, al final, logrará su propósito. Claro que, llegado este momento, cuando Curro Díaz esté en todas las ferias de España y América, será entonces cuando le saldrán admiradores desde todas las tribunas.