Son cuerpos esculturales, mujeres deslumbrantes, jóvenes, bellísimas, con atractivos por doquier que, un buen día, por tener esos cuerpos que aludo, les hacen llegar al podium. Ellas, claro, al saberse bellas, se auto complacen frente al espejo, se miran y, esa misma belleza les obnibula del resto del mundo. Para estas mujeres tan bellas se creó, lo que se llama el mercado de las mises. ¿En qué consiste ello? Es muy sencillo. A estas jovencitas inexpertas que sólo tienen belleza porque no han tenido tiempo de aprender más cosas, se les invita a las pasarelas, al aplauso comprado, a las alfombras de lujo, a los hoteles de cinco estrellas y se les apasiona con todo el lujo soñado. Ellas, al saberse bonitas, les fascina ser vistas, admiradas, consentidas por esos “señores” que, al principio parece que son ángeles venidos desde el cielo para rescatarlas y llevarlas al paraíso. Toda la ornamenta posible para que estas muchachas llenas de esplendor, de juventud, de belleza y de ilusiones, caigan en la trampa que se les está tendiendo sin que ninguna de ellas logre darse cuenta a tiempo de lo que se le avecina encima.
Comienza el montaje. Todo está preparado. Como todos sabemos, ya se celebran elecciones de mises en cada “esquina”. Mujeres guapas y jóvenes las hay en todos los pueblos. Hay que aprovecharlas, piensan los organizadores. Y lo hacen. La propaganda suele ser sugestiva. “Señorita: su belleza debe ser admirada por el mundo. Usted que es joven y guapa, concurse en la elección de mis la luna. La ganadora tendrá, como premio, un viaje maravilloso en un crucero hasta Grecia, visitando la Acrópolis y El Pireo. ¡Y un millón de pesetas¡”. Como estamos viendo, la oferta, es tentadora. Normalmente, a estos eventos se suman infinidad de bellezas. Cierto es que, llegado estos actos, es cuando comprobamos lo bellas que son nuestras mujeres de España.
Llegada la hora del evento, es espectáculo suele ser deslumbrante. Luces, flores, alfombras, moquetas, escenario por lo grande, pasarelas fastuosas y, la locura para casi todas las muchachas que, aquello, jamás lo habían soñado. Todas llevan, en su cuerpo, la bendita ilusión por el triunfo. Y casi todas son acreedoras al premio. Es difícil sopesar, quién de ellas es más guapa. Dirimir ese asunto, casi siempre es complicado. Desgraciadamente, se dirime antes del evento, en una cama. Es lo que suele ocurrir. La ganadora, ya sabe de su triunfo antes del acto. Previamente se le ha adornado todo para que parezca una historia de amor incontrolada. Las demás concursantes, ilusionadas, esperan el veredicto. Claro que, si miráramos con atención a todas y cada una de las concursantes, antes del veredicto, todos sabríamos quién era la ganadora. Se termina el acto, se reparten ramos de flores por doquier, se agasaja a las concursantes, se corona a la ganadora y se crea un mundo de sueños imaginarios que, todas, sin distinción, parece que han tocado el cielo con sus manos.
La miss ganadora, complacida por su éxito, se pasa varias noches sin dormir. Comienzan las ofertas de “trabajo”. Se le ofrece, por supuesto que, si acudir a un programa de televisión, aparecer en la radio, revistas y todos los medios publicitarios. Hay que vender la imagen y, el medio, es irrepetible. Acto seguido, llega un contrato para posar desnuda para cierta revista, a cambio de una suma ingente de dinero que, claro, lo controla el “representante” de turno. Para la bella, la que ha mostrado sus encantos, quedan las migajas. Eso sí, las promesas no faltan. “Llegarás a ser una estrella”. “Nos han ofrecido un papel en tal película”. “Hasta una revista de América nos pide tus fotos”. La guapa que sólo es guapa, porque la inteligencia se la dejó encima del piano, llega a creer todas las patrañas que le cuentan. Así, poco a poco, le van forjando un mundo a su “medida” y, al paso de los años, se da cuenta que se ha convertido en una prostituta cualquiera, habiendo quemado, en el camino, un mundo de ilusiones que le habían prometido.
Es dura, triste, la historia que termino de narrar, pero tan real como la vida misma. Dice el refrán: “A las putas y a los toreros, los quiero viejos”. Y es cierto. Mientras eres joven, tu cuerpo te puede dar para comer. Llegada la madurez, Nadiuska nos podría contestar la pregunta.
Es penoso que, a estas muchachas, en vez de llevarlas hasta los caminos más aberrantes de la prostitución, alguien que les quisiera bien debería de decirles que, pueden elegir el camino que quieran, puesto que son libres. Pero sería conveniente enseñarles la humildad, el cariño, los afectos más caros del alma y, esa belleza que poseen, unida a la inteligencia que deberían aprender en la vida, la empeñaran en causas nobles. Sería hermoso que, la bella, en su reinado, desposeída de tabúes falsos, acudiera a esos centros donde se regala el cariño a los indigentes de la fortuna. Esa belleza y esa humildad deberían de servir para alegrar el alma de los ancianos desamparados, de los drogadictos desesperados, de esos hombres que jamás verán la luz puesto que están presos. Si las mises acometieran esta labor, con toda seguridad comprobarían las miserias del mundo, tomando las más grandes lecciones que pudieran imaginar. De este modo, ellas, en su caminar por el mundo, sin necesidad de nadie, aprenderían las lecciones más irrepetibles, logrando, al paso de los años, ser mujeres importantes.
El cuerpo, mises admiradas, se deteriora y, al final, en la vida, sólo vale lo que llevamos dentro, lo que hemos aprendido con nuestro esfuerzo, con tesón, sabiduría y humildad