Me dediqué sólo a vivir y no me quedó tiempo para otra cosa. Vivir, amar, soñar, sentir, gozar de todas las cosas bellas que existen en el mundo. A esto me dediqué, algo de lo que nunca me arrepentí. La vida, ella sola, con sus maravillas, es más que suficiente para que sintamos la felicidad. Dije que me dediqué sólo a vivir y, ante todo, a dejar vivir a mis semejantes. Nunca me fascinó la idea de la crítica para con nadie. ¿ Quién soy yo para criticar a mis semejantes?. Cada criatura humana es muy libre para tomar el camino deseado.
En este mundo que vivimos, cuando vemos a más de dos personas juntas ya sospechamos, intuimos que están conspirando contra sus homónimos. Esta, desgraciadamente, es una norma, es cierto. Recuerdo que, un día, se me acerca un señor y, al verme con mis amigos en mis gloriosos desayunos con estos amigos del alma, este señor me dijo que, entre los tres, íbamos a dejar al pueblo sin “ropita” alguna; es decir, este hombre pensaba que nosotros nos ocupábamos de los demás. Craso error. Vivía equivocado dicho personaje. Nosotros, tanto yo como mis amigos, con hablar de nosotros, de nuestras vidas, de nuestros problemas; e incluso reírnos de nuestras propias bromas, con ello tenemos más que suficiente. Esto es, como dije y repetiré, dedicarnos sólo a vivir.
Es una ardua tarea ocuparse uno de los demás para criticarles. Uno, si acaso, debe de ocuparse de los demás cuanto te lo pidan, cuando sepas que los demás te necesitan. No es justo ver a todos esos que viven amargados por las envidas y los celos. Y digo que no es justo puesto viven amargados ellos y amargan a todo el barrio. Recordemos que, vivir, así de simple como así de hermoso, es algo muy sencillo. Existen demasiados placeres con qué gozar como para sentirse uno amargado. Entre ellos, el amor. Hagamos el amor y dejémonos de guerras entre vecinos. Yo me sigo asombrando cuando escucho a ciertas personas queriendo “arreglar” la vida de los vecinos; con sus críticas, con sus odios y rencores. Quiénes así actúan son, en definitiva, esos seres tan sumamente pobres que fueron incapaces de darse cuenta que la vida es algo más, muchísimo más que estar pendiente de lo que hace el vecino.
Quizás que, tantos seres de este mundo no tuvieron la suerte que yo tuve de conocer a una mujer maravillosa que estuvo unos años junto a mí y me hizo feliz. Ella, Soledad, me parió y me enseñó. En el momento del parto no pude darle las gracias por haberme traído al mundo. Sin embargo, cuando me di cuenta de todo lo que me estaba dando, un día, le abracé y le día las gracias por haber sido mi madre. A ella, sólo a ella le debo el conseguir que nada en este mundo lograr encadenarme; a ella le debo a saber disfrutar de todo lo hermoso de este mundo sin que nada me hiciera prisionero; a ella le debo que me enseñara el amor; a ella le debo a sentir por los míos y por todos los que quiero; a ella le debo el camino que me enseñó.¡ El camino del amor¡
Me dediqué sólo a vivir, pero con un solo argumento: ¡ Mi vida¡