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Antolín Castro  
  España [ 03/06/2003 ]  
S.I.03 - PUSO LA PLAZA EN PIE

Puso la plaza en pie. Y no era fácil. Puso la plaza en pie El Califa y, al tiempo, la Fiesta se puso en pie. Y vosotros, Luis Miguel y Miguel Ángel, también de pie, pudisteis contemplar cómo es la hermosa verdad que sostiene tanto tiempo este espectáculo. Pero también tuvisteis ocasión de comprobar cómo es la fiesta que se nos quiere imponer, esa de toros tontos y toreros aparentes que van de empalagosos por los ruedos. No os hizo falta explicación. La elección es una e indivisible: la Fiesta auténtica.
Dicha Fiesta se sostiene, -aunque quieren que se caiga- tan solo con dos elementos fundamentales: un toro y un torero, ambos de verdad. Ahí está la cuestión. Los voceros a sueldo del negocio que se cuece alrededor, han venido confundiendo, sobre todo desde la televisión, en que un toro es una mona, -lo moderno que sale por toriles, versión colaborador- y un torero es un cursi de almibarada figura y posturas cañí -las figuras de hoy-. Con esos mimbres tienen montado un cesto infumable que hace insufrible el acudir a las plazas. Solo lo valoran los de la prensa a sueldo y cuatro gilipollas más que acuden a la plaza a que les vean lo gilipollas que son. Entre todos estos elementos tienen engañado al espectador sin criterio. 
Y llegó El Califa... Llegó y todos hicieron el ridículo menos él. El Califa ridiculizó a todos: empresarios, ganadera y ganaderos, compañeros de cartel, público de clavel, prensa juligans y... sí al presidente Sr. Lamarca, también. Quedaron en ridículo, quienes día sí y día también, nos hacen creer que la Fiesta es la que ellos proclaman y que reclamar desde el tendido, -básicamente el 7- otra verdad más cierta, es terrorismo; terrorismo el suyo, defendiendo la aniquilación de los valores que sostienen la Fiesta. Quedaron en ridículo quienes montan unos carteles dando más puestos a los pegapases cursis que han pasado y que pasan cada año a reírse del aficionado y sólo una tarde a quien ya ha demostrado en esta plaza su coraje y valor, llegando a ser triunfador. Quedaron en ridículo la ganadera, que cada año trae más toros de saldo y el resto de ganaderos que crían toros para colaborar con los afamados cursis, cuando su deber es criar toros de lidia, sin más. Quedaron en ridículo los compañeros de terna, Liria y Padilla, que hacían como que hacían, -de cara a la galería, galería que está harta ya de voluntad a medias- pero que de autenticidad sólo llevaban el contrato que les permitió vestirse de luces. Quedaron en ridículo la panda de los del clavel  y la prensa juligans que tienen entronizado, por ejemplo, a El Juli y que ahora queda al descubierto lo poco heroico que hizo el otro día; su gesta, su coraje, su disposición no valieron un pimiento comparado con lo visto hoy.
 Y quedó en el ridículo más espantoso el presidente Sr. Lamarca, quien robó y privó de la oreja en su primero a El Califa tras la fortísima petición. Y más ridículo, si cabe, hizo después, cuando se le revolvió la conciencia y no dio tiempo a que le pidieran la segunda en el sexto, y se le soltó el pañuelo concediendo el segundo trofeo. Segunda que no vamos a discutir, pues la tuvo en depósito el Sr. Lamarca, el solito, durante cuarenta minutos. No se la pudo quedar. Lo que sí le quedó fue la cara de ridículo que un torero de verdad le hizo pasar.
Para que todo lo expuesto sucediera, entusiasmados Miguel Ángel y Luis Miguel, hizo falta que en la plaza surgiera la verdad. Esa verdad inequívoca que pone a todos de acuerdo: un toro y un torero. La verdad aplastó a todos. La verdad de la Fiesta en su versión Califa. Una versión que puso a la plaza en pie durante las dos faenas a sus toros. Toros, sí, no borregos. La Fiesta al desnudo. Sencilla y apabullante, entra por los sentidos y te atenaza el corazón, el pulso y la respiración. La Fiesta que defendemos y no la blandita y almibarada que se nos traen los cursis de medio pelo.
Triunfo de la épica, pero salpicado de la lírica de buen toreo también. Dos toros difíciles tuvo en sus manos y nadie habría dado un euro por que de ellos surgiera el triunfo. Nadie, menos El Califa, a quien recientemente se le atravesó la fortuna con el fallecimiento de su padre. A él le brindó el primer toro, de José Vázquez de procedencia encastada de Santa Coloma, esa que mantuvo la leyenda de “a los Aleas ni los veas”. No fue el caso de José Pacheco, él si quiso verlo y jugándose la vida, real no literal, arrancarle hasta la última gota de embestida, embestida bronca, que tuviera. Y lo logró y de sus manos, y mejor al natural, se desprendieron monumentos de riesgo, belleza y exposición. Y la estocada a topa carnero reventó al toro y casi le revienta a él. La plaza en pie, se rindió a su coraje, firmeza y valor. Solo uno permaneció sentado, el aludido Sr. Lamarca.
En el otro, mansísimo de Dolores Aguirre, repitió la hazaña. Ni se arrugó, ni se arredró. Aguantó el desafío y con absoluta determinación inclinó la balanza a favor de torear. Y en ese empeño, ganó. Y un toro renuente a colaborar, -como debe ser, enemigo no colaborador- volvió a decirnos que el cruzarse, que la entrega, tenía el fin de arrancarle los muletazos inverosímiles que logró. Si él era todo pasión, la plaza lo fue con él. Ahí es nada, la Fiesta en plenitud, como para no vibrar. El espadazo, entrando a ley, quedó desprendido, pero la magnitud alcanzada no quedó emborronada por ello. Salieron pañuelos de todas partes, no fuera a ser que el miserable y ruin del Sr. Lamarca, le volviera a robar. Pero éste tenía reservada otra, aunque justa solución, arbitrariedad. Prefirió solucionar, al estilo árbitro compensador, el ridículo anterior.
Llegó El Califa y con él, La Fiesta, Miguel Ángel, Luis Miguel y veintitantos mil más, pudimos saborear la verdad. Mañana, seguro que vuelven los cursis a poblar los tendidos y en el ruedo no estará El Califa para aportar su verdad.

 
   
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