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Lleno hasta la bandera para ver la que sin duda era la corrida del año en San Sebastián. Tarde soleada, calor sofocante, los equipos de emergencias atienden y evacuan las lipotimias que se dan en el tendido. Gente de todas partes del mundo taurino, máxima expectación para ver a José Tomás, en primer lugar, a Julián López El Juli, acoplado, y a Pablo Hermoso de Mendoza, acompañando. La corrida de ayer hay que narrarla desde dos perspectivas y puntos de vista diferentes, el de la afición y el del aluvión de público ocasional que acude al festejo atraído por la popularidad de José Tomás. Los primeros encontraron, y así lo comentaron, una corrida sosa, con un toro ad hoc excesivamente bondadoso, escurrido, bobalicón, de duración interminable, como teledirigido, mecánico, programado, falto de todo tipo de emoción, falto también de transmisión pues lo que llegaba a los tendidos no era exactamente la energía del animal sino el baile de salón que se podía hacer frente a él. En lo que tiene que ver con la parte técnica y artística, faenas hacia las afueras, monotonía en las manos de José Tomás, enganchones, algún que otro tropezón y fallos a espadas; efectismo barato en El Juli, series sin ningún tipo de remate, vistosidad a base de toreo de galería. Hermoso, simplemente pasó por allí. Desde el punto de vista del público que acudió a la llamada de Tomás, las cosas se vieron de otra forma. Maravilloso, increíble, excelente y sublime fueron frases que se escucharon tras el toreo de capote, variado aunque sin competencia en quites, aún a pesar de que hubo cierto conato de reto. También se escuchaban estas palabras tras las series de naturales o de muletazos. Al Juli se le pidieron las dos orejas después de una faena larga, interminable, con gran cantidad de lances y una estocada que terminó casi de forma fulgurante con el animal. A Tomás se le pidió la oreja del quinto de la tarde, al que pinchó en el primer intento.
Lo que se vio ayer en San Sebastián fue la hecatombe del toreo moderno perdidas ya todas las normas de pudor y rigor taurino fundamentales. Sin embargo, la plaza estuvo hasta arriba, el anuncio de Tomás ha logrado vender los abonos de toda la feria y el respetable lo pasó bien. No murió de éxtasis, como suele suceder, pero se divirtió, vio torear en lo estético, sin preocupación de lo técnico, sacó una feria adelante y se marchó a sus casas con la satisfacción de haber visto un espectáculo casi a la altura de las expectativas generadas. A este que escribe, le hubiera gustado sentir aquel vértigo que se sentía cuando Tomás abría la tumba del toreo con su mano izquierda y encontrarse con una corrida de toros menos amigable.
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