Hay veces en que el mejor favor que se le puede hacer a alguien es ignorar su labor, dejar pasar la ocasión y hacer como si nada hubiera pasado, porque si te metes en detalles, igual hasta acabas descubriéndoles y dejándoles con las vergüenzas al aire. Y si te sale el toro de la feria, hasta el momento el más completo o revientas aquello y lo pones boca abajo o haces como que aquel día no estuviste dónde se suponía que debías estar. Pero siempre te salen los generosos que creen que te van a hacer un favor y te hacen la cusqui. Iván Vicente, Alberto Aguilar y Víctor Barrio han tenido la suerte, o la desgracia, de que les hayan salido toros toreables, no aptos para pegarles pases, con picabilidad y todo, a los que había que saber ver, porque la casta no permite tonterías y si la tratas cómo se debe son joyas en bruto que hay que pulir, pero como no andes fino acabas convirtiéndolo en polvo que se lleva el viento.

Los matadores prácticamente no han dejado ver la corrida, ellos venían con la partitura de los Pajaritos y los toros con la 5ª de Mahler y así, igual coinciden dos notas, pero nadie pensaría que está escuchando ni la 5ª, ni la 3ª, ni ninguna numerada del uno al mil. Iván Vicente ha devuelto las orejitas benévolas y con intereses, Víctor Barrio hasta puede haber confundido al público con el quinto, después de su lidia tan poco afortunada. Y Alberto Aguilar ni ha sabido aprovechar al buenísimo segundo, ni ha pensado en el aficionado, ni se ha enterado de las peticiones de este en el primer tercio, pidiéndole que lo volviera a llevar al caballo, lo que seguramente le habría creado un ambiente muy favorable, pero él estaba echando cuentas del número de pases que iba a dar y no del toreo que el Ibán pedía a gritos. Le preocupaba que la faena no alcanzara los doscientos o trescientos trapazos, en lugar de dar tres series a ley y una estocada volcándose sobre el morrillo.

El segundo de los ibanes

Realmente no pudimos, no se nos ha dejado, ver la corrida de Baltasar Ibán, quizá el más clarito ha sido ese segundo al que apetecía ver entrar una tercera vez al caballo, que habría estado bien verle acudir a una muleta presentada plana y que hubiera tirado de él en redondo. El animal se comía el trapo, regalando embestidas boyantes, plenas de codicia y el matador, Alberto Aguilar, se iba sacudiendo aquel vendaval de bravura, respaldada por altas y densas dosis de casta. En el pecado de no picar al toro lo que se hacía necesario, llevaba la penitencia de verse desbordado permanentemente y si por si fuera poco este alarde público de incapacidad, el público y los mulilleros le han regalado una oreja, obligándole a ir por todo el ruedo mostrando el fracaso del querer pegar pases ante el triunfo del toro, el que los aficionados le dijeran, uno por uno, que se le había ido sin torear y es que a veces el destino es cruelmente caprichoso. Vas queriendo triunfar para que te pongan otras tardes en otras plazas y va y te sale el toro de la feria.