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No es el resultado propiamente el que me lleva a escribir una segunda parte del texto publicado la tarde en que otro compatriota, Diego Silveti, paseó también una oreja en la feria. Es más bien una secuela que se debe a la aventurada conjetura con el que cerré ese primer texto y, a las coincidencias que encuentro entre ambos sucesos.
Aquel día decía que, si bien la oreja concedida a Silveti era más un premio a la disposición sin miramientos que a una faena dotada por su expresión artística y/o la exposición de su tauromaquia, el hecho podría apuntalar la imperiosa ruptura con el lastre que agarrotó las filas mexicanas y hundía de manera incesante la fiesta en este país.
No ha sido la oreja que hoy llegó manos de otro mexicano, sino la avidez expuesta, ahora por Arturo Saldívar, la primera, o segunda, incisión que pueda conducir a la secesión con el conformismo, el subterfugio casi perfecto, la impasible comodidad convertidos en el yugo auto promovido.
Si esta hipótesis llegara a convertirse en una verdad demostrada, el valor del que ahí y ahora adolecen estos dos trofeos, podrán ser reconsiderados en el futuro. Mientras tanto, para escapar verdaderamente de los mismos sofismas lo mejor que podemos hacer será buscar dar justa dimensión a cuanto se logre, cuanto se pierda y cuanto se haga.
Antes de hacer el paseíllo Arturo Saldívar fue entrevistado para transmisión por tv del festejo. “Yo llegué aquí (Las Ventas) el 26 de octubre de 2008 sin nada...”. A las 13:30 horas del 28 de mayo del 2013 escuchando el “mexicano” Cielo Andaluz paseaba por el ruedo de esa plaza una oreja en plena Feria de San Isidro y no había aficionado paisano que no lo acompañara lleno de gusto e ilusión por lo que hemos dicho antes. Sin embargo, no podemos negar ni ignorar las desaprobaciones por esa concesión. De nada sirve descalificarlas y dañino si puede volverse.
 Digno y con un premio razonablemente dividido Saldívar cumplió a cabalidad con lo que debe envolver a un torero: valor, ambición, decisión, mentalidad, esa actitud imprescindible para conseguir cosas de alto vuelo. ¿Cuántos andan por ahí esperando y lamentándose porque no les llega el toro que les permita por fin mostrarse? Todo ello es la periferia. Pero de lo medular faltó bastante. En Madrid y en cualquier plaza, torear supondría mucho más que ponerse de rodillas, dibujar lances o muletazos seguidos y concluir el guión con manoletinas o bernardinas para arrancarles las orejas a los toros. Saldívar buscó poner la emoción que la corrida no estaba obsequiando con un trasteo trepidante, es decir agitado, vertiginoso, lo cual se contrapone al reposo, la profundidad, al temple, a la filigrana, a la armonía.
No voy a ponerme aquí a enumerar todos los faltantes o defectos de esa faena. Naturalmente existen y se reconocen. El propio torero lo esbozó para la televisión luego de dar la vuelta al ruedo. Palabras más, palabras menos, dijo algo como: Esta no es mi mejor faena aquí, pero la actitud nadie puede reprochármela.
Faltan otros tres toreros mexicanos por comparecer en los próximos días. Seguramente, como cualquier torero, tendrán en la mira la puerta grande. Ojalá no sea otra que, una de tres orejas.
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