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Si hoy un americano de Wichita me hubiera apartado para escribir el su comentario de la corrida, seguro que le sorprendería que un chaval con cara de niño se enfrentara a unos bichos con un “quítate pa’llá” de cuidado. Más viendo como en el primero de la tarde uno de estos mandó a la enfermería a Chechu, el confirmante, con una cornada de consideración, y es que los de Montealto no es que no te perdonaran un fallo, es que ellos mismos provocaban el fallo de los espadas. Lo que pasa, es que ante estas circunstancias unos han sabido estar mejor que otros. Se podría asegurar que el baremo para juzgar la labor de los espadas era ver quién se protegía mejor de las tarascadas y arreones de esta manada de mansos. Vamos, que no me cabe duda de que el de Wichita habría pensado que los toros de esta tarde no eran de fiar, que ni como amigos, ni como vecinos, estos son de los que te levantan la novia, te vacían la nevera, te pasan la luz y el agua a tu cuenta y si te descuidas te pegan un meneo y te mandan al hospital. Estos piden mano dura a voces y este puede haber sido el error del confirmante, Chechu. Igual que el de El Capea, que parecía ser más de los que antes prefieren hablar y razonar, que imponerse y dejar claro quien manda aquí. Y lo malo no es que te salieran los de Montealto respondones, lo malo es que uno ha llegado a pensar que hoy no acabábamos la corrida.
 Alberto Aguilar metiendo en vereda a un manso peligroso Quién si ha entendido eso del mando y de imponer su criterio, ha sido Alberto Aguilar, para que lo sepa el de Wichita, el que tenía cara de niño, el más bajito y el que más… Bueno, el que más. Con esa cara de niño le ha plantado cara a tres toros grandones, mansos, con malas ideas y que no permitían despiste alguno. Ha sabido elegir los terrenos, no ha permitido que sus toros se desmandaran. Ha cortado una oreja, a pesar de habérsele ido la espada, pero realmente no creo que eso sea lo más importante. No podemos decir que ha toreado con los aromas de La Alameda, ni los efluvios del Guadalquivir, pero se ha fajado cómo un jabato. Es difícil elegir un momento determinado de excelencia y belleza, pero si hay algo que ilustre su labor a la perfección, esto es el recibimiento con la muleta que ha brindado a su primero, doblándose con el y pasándole por bajo por ambos pitones, derechazos, trincherazos con decisión y convencimiento, luego ha tenido que tragar mucho, pero quizá en ese comienzo ha estado la clave. Un toro muy complicado, complicadísimo, al que hasta le ha arrancado naturales valiosos, de uno en uno y apretando los dientes con fuerza para irlos sacando. Luego se le han pedido trofeos, el presidente no los ha concedido, creo que acertadamente de acuerdo al reglamento, pero da lo mismo, Alberto Aguilar ya ha dejado ver lo que es, que es mucho. Quizá otros señores presidentes se podrían haber leído antes el reglamento, sobre todo eso de las orejas y no hacer el ridículo que se ha hecho hace unos días y que incluso se ha repetido varias tardes.
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