|
En la plaza de las Ventas ya hemos pasado de las rebajas a las super rebajas. Hay que aprovechar el momento: orejas, orejitas, orejonas, de todas las tallas y para todos los estilos. El estilo más clásico, el de la oreja dominguera, para Sebastián Castella; el más moderno y glamouroso, José Mari Manzanares; y algo más serio, para el caballero, Alejandro Talavante, aunque hoy se nos habían agotado, pero seguro que pronto haremos un nuevo pedido.
Ahora es el momento de aprovechar estas oportunidades únicas, presidentes cariñosos que les aprietas la manita y si ven un pañuelo agitarse dan una oreja, pero que si ven dos, cualquiera sabe; lo último traído desde París, los vergonzosos mulilleros que son capaces de retardar el arrastre del toro una eternidad con tal de que el usía conceda la oreja. Y si alguien desea una compañía complaciente, que siempre te jalee lo bien que cocinas, lo bien que planchas, lo bien que arreglas el jardín o lo bien que montas el mobiliario de casa, pues para eso te puedes comprar el nuevo kit de ¡el público taurodomiguero! el que solo va a los toros en San Isidro una vez o dos al año, el que mejor conoce todos los códigos de la fiesta. Con todos los accesorios, el güisqui en vaso de plástico con tres hielos muy gordos, el puro que nunca tira, pero que ahuma, la almohadilla de rayas con asa, el pañuelo blanco tamaño sábana y el cassette intercambiable con sus mejores frases: “¡Jefe una cervecita! levantándose en medio del primer tercio para no dejar ver al de atrás”; el archifamoso “baja tú” y la opción del “payaso” o “cállate ya, un respeto”.
Con este panorama entenderán que sea realmente complicado quedarse con dos momentos que merecieran ser dibujados. De las faenas orejeras de Castella y Manzanares, será mejor esperar a que saquen el vídeo por fascículos, con las tomas falsas y todo y los extras de la corrida, con los comentario exclusivos de la retransmisión de la tele. También podría haber sido la de Talavante y su toreo en línea, aunque infinitamente más ajustado que sus compañeros, pero sin ser demasiado ajustado. ¡Menudo galimatías!
También podría haber optado por las no varas a los no toros con aspecto anovillado de los Parladé más los retales de Juan Pedro, de las muchas veces que perdieron las manos, de sus embestidas descastadas más propias de mulos que de toros o de cómo arrastraban la lengua, ya en el segundo tercio. Curro Javier con los palos Pero en estos casos yo creo que lo mejor es tirarse por la torería. Por eso el primer dibujo corresponde a un par de Curro Javier al segundo de la tarde, en el que debido a lo que el animalito recortaba por el pitón derecho, el torero ha tenido que hacer por ganarle la cara con dificultad, para poder meter las manos y clavar los palos, mientras que además tenía que aguantar como le ponía el pitón a la altura de la ceja. El momento ha sido de verdadero compromiso, teniendo que saludar una vez repuesto del susto. José Chacón a una mano El otro instante que me ha recordado el toreo de otros momentos, cuando no había tantas prisas y el temple era una cualidad muy valorada, ha sido cuando José Chacón se ha echado el capote a la mano izquierda, ha dejado llegar al de Juan Pedro y lo ha cerrado a una mano al paso que le marcaba el toro, para acabar dejándolo donde demandaba el maestro, sin ningún tirón, sin capotazos de más y sin hacer que el toro tuviera que dar ningún derrote innecesario. Mientras de fondo se oíga la algarabía de los mercaderes gritando: ¡Orejas, tengo orejas! ¡Qué me las quitan de las manos oiga!
|
|