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Esta es la expresión que he podido escuchar a algún aficionado a la salida. Aficionados de Madrid con años de toros a sus espaldas se ven excluidos de esta fiesta del torito, del medio pase, de la simulación del tercio de varas y donde antes que nada son las orejas y los triunfos ficticios y que lo último, y en la lejanía, está el toro. Toros como los de Núñez del Cuvillo, que no recuerdan en nada al animal que hizo grande este espectáculo. Reses con aspecto anovillado y que como único recurso para tapar la pobre presentación han echado mano de los kilos, como en el primero. Mansos y descastados a los que no se ha podido picar, algunos no se han llevado ni un picotazo por entrada. Antes de llegar al peto ya se levantaba el palo. Cabeceaban en el peto, se iban sueltos buscando páramos más tranquilos, rodaban por el suelo a pesar de todo, vagaban por el ruedo sin que nadie de luces supiera fijarlos en los capotes. Mil y un pase inútil; se pasaban el burel de un capote a otro como si fuera una pelota, olvidando lo que es la lidia. Lidias nefastas que estos toritos soportan por su alarmante falta de casta, que nos trae como consecuencia la nula exigencia a los de luces. Como todas las tardes de feria hoy esperaba sentado en mi localidad que llegara ese momento que mereciera ser dibujado. Como todas las tardes sentía esa desazón interior que se mantiene hasta que salta la chispa, hasta que puedo decir: “ya tengo que dibujar”. Pero hoy me ha resultado especialmente complicado, no tanto por descubrir ese destello, sino porque mi ánimo caminaba hacia la depresión. Solo me ha salvado levemente de este estado Morante de la Puebla, aunque en esta ocasión sea solamente un clavo ardiendo. Si se quiere buscar una imagen para dibujar, el sevillano siempre puede ofrecerte algo. Una buena verónica en los lances de recibo al cuarto de la tarde me salvaban el compromiso. Verónicas como él solo sabe dar, echando el capote y embarcando la embestida del Cuvillo, otra más y la media, pero yo ya me había grabado el lance por el pitón derecho.
 El capote salvador de Morante Morante quería descubrirnos su arte, ese arte que siempre se espera. Podía parecer que había que conformarse con verle desplegar el capote, pero en ese mismo toro, en el inicio de la faena pasando por ambos pitones surgió un bonito trincherazo; un trincherazo que en sus manos parece una suave caricia y no el pase de castigo, dominio y mando que tenía en su origen. Ese era el gran pero de estas dos imágenes y de todas las que se han producido a lo largo de la tarde, no había lugar al dominio, ni al mando. Había que abstraerse del toro, había que aislar el arte del torero del toro con el que supuestamente se debe crear ese arte y eso es justo lo contrario de lo que debe ser la fiesta de los toros, Lo opuesto a todos los fundamentos que han constituido los cimientos de las corridas de toros.
 Un trincherazo con mimo Resulta frustrante ver como Alejandro Talavante, torero que un día fue de los predilectos de esta plaza, jugaba a aparentar y no a torear, se ponía pesado y hurgaba más en la herida de la pantomima que se estaba celebrando en la que un día fue la primera plaza del mundo. Algo parecido a lo que tanto empeño puso Arturo Saldívar, aunque en el mexicano cabe la atenuante de la juventud y de las ganas que se traen a Madrid el día de la confirmación. Incluso podía haber cambiado su suerte con el que cerraba plaza, pero esa alarmante ausencia de temple y sentido de la lidia, aparte del poco acierto con la espada, no le han permitido pasear una oreja que el público estaba decidido a concederle. Una tarde penosa que ilustra a la perfección el estado actual de la fiesta de los toros, esa que hace exclamar a los viejos aficionados: “Esta no es mi fiesta”. |
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