|
A los rejoneadores, desde siempre se les ha catalogado en clásicos o espectaculares. Los primeros entremezclan los ejercicios de doma y equitación con el denominado toreo puro, es decir que citan de frente y clavan al estribo (y no a la grupa) de la cabalgadura. Además, se suelen distinguir por el temple que imprimen a sus equinos, a los que llevan casi cosidos al testuz de sus antagonistas.
Los espectaculares, por lo general, llegan al público con más fuerza, pues gustan de vibrantes resortes y emocionantes quiebros y piruetas que ponen en pie al festivo público que presencia este tipo de espectáculos. Sin embargo, la llegada al mundo del rejoneo de Hermoso de Mendoza sirvió, entre otras cosas, para aunar ambos conceptos y entremezclarlos, y ésa es, a mi juicio, una de las razones del éxito del centauro navarro hasta tal punto que el resto de jinetes que han ido llegando al escalafón después del maestro de Estella, aúnan ambos conceptos hasta fundirlos en uno solo.
La presencia en los ruedos de Pablo Hermoso ha revitalizado este arte y ha hecho que un gran número de profanos (yo entre ellos) que, como ha ocurrido esta tarde, se han interesado por un espectáculo que antes incluso rehuían, pues quizás, a la elegante monta de los jinetes veteranos les faltara esa “chispa” necesaria para conectar con un público puede que menos entendido, pero al fin y al cabo necesario. |
|