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Dicen que el tiempo todo lo cura. Pues no sé yo... Han pasado tres años y la sombra honrada, rigurosa y sabia de la pluma de Joaquín Vidal se sigue echando en falta, incluso, más todavía que al poco de su muerte. Sobre todo en estos días de comienzos de temporada: Fallas, Sevilla, Madrid... Abro el periódico El País y como un autómata busco, todavía, las páginas finales en las que Vidal reflejaba como nadie la grandeza o las miserias de una tarde de toros. Más que crónicas taurinas eran auténticas piezas maestras del lenguaje entendido como comunicación y creatividad enlazando con las corrientes de grandes inventores de la palabra escrita que ha dado el último siglo de la prensa española. Su magisterio, si repito, su magisterio, pese a quien le pese -¿verdad, querida Marisa?- lo ejercía como crítico taurino y como observador y paseante de la realidad social; era capaz en un solo titular definir una faena, un escándalo o un chisme municipal cotidiano de las calles de Madrid. Casticismo barojiano, grandilocuencia y esperpento, concisión y apunte rápido, eran algunos de sus rasgos estilísticos que crearon escuela. Pero es inútil, sus crónicas no están; su firma ha sido difícil, dificilísimo reemplazarla. Y los responsables del periódico han ido, poco a poco, reduciendo la sección y perdiendo interés por la información taurina ¡qué pena!. Los críticos de siempre, los aduladores de los taurinos, los escribientes fatuos de las glorias del figurón de turno, ¡a mayor gloria de derechazo eterno!, le tachaban, (todavía lo hacen) de catastrofista, de querer acabar con la fiesta -la suya, no la de verdad-, de no “entender” los cambios en esto del toreo, de defender más a la afición conspicua, como él decía, que a los profesionales que “se juegan la vida cada tarde”... en fin, una sarta de pamplinas y necedades que escondían el rechazo sin paliativos a su pluma honrada y su palabra sabia que, como en un juego de espejos, les devolvía su imagen deformada y empequeñecida de mediocridad y servilismo. No, no podían soportarlo; no han logrado digerir todavía, la presencia permanente de un sencillo azulejo en la entrada del tendido 10 que recuerda al maestro Joaquín Vidal. Solicitada por petición popular, anónima, de cientos y cientos de aficionados, se logró que la Comunidad de Madrid accediera a su colocación. ¡Pero cuánto escoció entonces y sigue escociendo!, tanto que para intentar mitigar la desazón a los pocos días se colocó un mármol oficial recordando al periodista del ABC, Vicente Zabala, muerto muchos años antes. Es curioso, tuvo que morir Vidal para que Zabala tuviera su solemne piedra de recuerdo. Todavía hoy destila la herida en sus sucesores, cuando ya Joaquín Vidal no se puede defender, aunque si podemos defender su memoria todos cuantos le admiramos y respetamos hoy la presencia vital y vívida de sus escritos. No importa, su recuerdo y su grandeza están ahí; sus crónicas siguen siendo referente entre los aficionados y debían ser lectura obligada en las escuelas de Tauromaquia; señores profesores: más leer a los clásicos, Corrochano, Bleu, Díaz Cañabate, Vidal... y menos toreo de salón bailando ante el espejo. Esas páginas son ejemplo de honradez, independencia y torería; tres de las condiciones más necesarias para que la fiesta siga en pie. Yolanda Fernández Fernández-Cuesta, Miembro de la Asociación El Toro de Madrid; formó parte de la Comisión Joaquín Vidal de dicha Asociación en los actos organizados en el año 2003. |
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