A continuación tienen ustedes la oportunidad de leer unos párrafos únicos escritos por un Hombre único llamado Jorge Oteiza. Estas letras se publicaron por el año 1949 en un libro que lleva por título:
Goya Mañana
EL REALISMO INMÓVIL
EL GRECO
GOYA
PICASSO

El extracto aquí recogido pertenece al segundo ejercicio del citado libro; reza así:

“Torero encadenado. Pasamos a la segunda época de Goya. Martintxo está encadenado, sentado en una silla en la plaza de Zaragoza. Tiene en una mano el sombrero y está citando al toro. En la otra mano, el estoque con el que se va a defender. Goya quiere salir de la Naturaleza. El estilo de la Tauromaquia, asimismo, ya está saliendo de su etapa naturalista.
 

Grabado de Goya

Antes de la época goyesca la suerte con los toros era la suerte desordenada de una cacería. Francisco Romero es el que inventa la muerte del toro frente a frente, trasteándolo con la muleta. Es la época de los Tapices en que Goya se coloca de cara a cara con la naturaleza. Se convierte la lidia del toro, popularmente en una profesión y en un estilo artístico. Desde el primer instante aparecen en los toros, los dos principios universales de todo razonamiento constructivo: la actitud hacia lo Inmóvil y la tendencia a la escuela rondeña con Pedro Romero, estilo reposado, esencial, rectilíneo, que se apoya en los brazos y en la inteligencia. La escuela sevillana con Pepe Hillo, estilo movido, adornado, decorativo, curvilíneo, basado en los pies y el corazón.

Ambos estilos, sin embargo, en un principio se mezclan y se confunden forzosamente. La salida de la Naturaleza suele caracterizar al Romanticismo. El Romanticismo se opone a la quietud de la naturaleza. El Barroco se opone a la quietud formal de los clasicismos. Los surrealismos prolongan la falsa movilidad barroca. Los superrealismos fundan los elementos para una nueva inmovilidad clásica.

Es el momento del falso disparate surrealista, el de la falsa inmovilidad, cuando Martintxo se encadena frente al toro, cuando la temeridad y lo espectacular crecen rápidamente en una cadena de efectismos superficiales que engañan a la multitud, mientras en la oscuridad trabaja el genio popular, tenaz e invisible, hasta dar con la fórmula que acierte a encarrilar estéticamente el estilo hacia una nueva y auténtica inmovilidad. (Goya, antes de pasar a esta invención personal de lo abstracto, recupera de la tradición renacentista los tipos elementales y estáticos de la inmovilidad plástica [Rectángulo áureo y raíz cuadrada de dos] que él, en una tremenda aspiración creadora, quiebra y rechaza resueltamente en sus últimas obras [Situación del estilo poético chileno actual frente al neoclásico español].)

Goya aparece en una línea barroca que está en plena descomposición. En el Greco hay una etapa naturalista como en Goya, porque el Barroco está puro y recién nacido frente a él. Por esto, la genialidad del Greco es invertir violentamente el ritmo plástico del Renacimiento que, después de él, irá desmoronándose lentamente, ignorándose la revolución del Greco.

Frente a Goya no hay más que esa inmensa y falsa descomposición. Por ello, se hace naturalista. Es su primera rebelión. El estilo artístico de Goya y la técnica plástica de los toros se sitúan así, paralelamente, dirigiéndose a nosotros. De este modo, en Goya se alcanzan a inventar, para la pintura inmóvil de Picasso, los primeros datos concretos para un futuro clasicismo. El torero que a mi juicio corresponde a la personalidad de Goya, viene algo más tarde, y es Belmonte. Ambos creadores –Goya y Belmonte– aciertan a reunir en sus manos la tradición verdadera y a ponerla para sus continuadores, en claras y definitivas bases modernas. El resultado de Goya es la culminación del superrealismo inmóvil de Manuel Rodríguez Manolete.

Acompañamos la heroica actitud de Goya, en esta segunda época de su vida, con una esquemática reconsideración del Greco.”