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  APUNTES BAEZANOS  
   Por Miguel Vega - Escritor y aficionado
[ 17/08/2009 ]
 
     
 

La tarde es de fuego; hierven las piedras de Baeza. Y la estatua metálica de Antonio Machado –es reciente, no la había visto- sentado en un banco y leyendo un libro bajo el sol inmisericorde de la canícula. Huele a cerveza derramada en la calle y algunos barrenderos comienzan su faena a esta hora temprana de la tarde –primeros indicios del final de una feria-. Abanicos por doquier y la terraza del Mercantil atestada en la plaza del Pópulo.
Afortunadamente, un Panamá me protege en mi paseo hasta el TRH, el hotel donde me cobijo para tomar un helado gin-tonic y escribir cómodamente las primeras líneas de esta crónica más literaria que taurina –o, al menos, ése es el empeño-. Me satisface cumplir de nuevo con el rito: acercarme en el ecuador de agosto a Baeza, un buen cigarro con la vitola de Montecristo en el bolsillo de la camisa, acomodarme en solitario en una barrera de sombra, Curro Díaz en el cartel.
Este año el torero acude con vitola de triunfador –no de Montecristo-, ya que acaparó todos los premios de la pasada feria. Agosto es un buen mes para Curro. Tal vez esté alojado en este hotel y aparezca por la puerta del ascensor, junto a su cuadrilla, embutido en su rutilante terno. Tal vez tenga que esperar hasta que aparezca por el patio de cuadrillas en la plaza para averiguar el color que ha elegido para vestirse esta tarde.
Salen, por fin, de la umbría a ese sol devastador. Curro viste de seda espuma de mar bien cuajada de oro. Juan Serrano va de negro con alamares de azabache, da la impresión de vestir un smoking en lugar de un traje de luces. Cuando entran en el callejón parecen visiblemente más delgados que en las fotos de las revistas taurinas o que en las imágenes de video. Ambos son esbeltos, morenos. Fandila da igual el terno que elija; cualquiera le cae mal.
Los que ocupan los asientos contiguos al mío son unos perfectos desconocidos, pero por obra y gracia de este rito hispánico vamos intercambiando opiniones, comentarios, apreciaciones, hasta el punto de llegar a intimar al finalizar la corrida. Un saludo para estos dos buenos aficionados desde aquí, a pesar de no saber sus nombres.
Ver una corrida en barrera sobre el burladero de matadores permite una cercanía y una autenticidad emocionantes. Se admira hasta el menor detalle del bordado de los trajes, las gotas de sudor de los subalternos –refugiados ya detrás de las tablas- que acaban de banderillear a la res que les había tocado en suerte, el incesante trabajo del mozo de espadas cepillando las muletas escarlatas salpicadas de las babas de la fiera. Escucho el comentario que Finito de Córdoba le hace a su banderillero sobre la condición del toro que acaba de estoquear: Así no se puede… no paraba de escarbar y de mantener la cabeza gacha…
Y, sobre todo y por encima de todo, escruto la faz de Curro Díaz, su gesto. Un rostro descontento, encerrado en sí mismo, de rictus enojado, tras la muerte de su primer enemigo. Apoyado contra el muro de piedra del callejón, apenas atiende a las voces de ánimo que le lanzan algunos partidarios desde los tendidos. Intercambia, con expresión severa, algunas palabras con Finito de Córdoba tras el burladero –ambos coincidirán dentro de 13 días en Linares, junto al mito viviente de Galapagar-.
Una vez arrastrado el quinto toro, su rostro es feliz, aparece rebosante de satisfacción, otra faz de perenne sonrisa y cabellos sudorosos. Curro se mueve pletórico por el callejón, estrecha manos y firma autógrafos en los abanicos. Entretanto, Fandila da mantazos al último toro, un colorao que ha resultado ser el mejor ejemplar de la corrida.
En el burladero de la prensa, junto al crítico Alfredo Margarito, Leocadio Marín –insigne hijo de Baeza; he aparcado el coche junto al parque que lleva su nombre- también le ofrece unos papeles en blanco para que le escriba unas dedicatorias. Después me atrevo yo, y le alcanzo mi entrada junto con un rotulador de punta fina para que firme en el reverso como recuerdo. Lo hace amablemente y me devuelve un autógrafo trazado con tinta de color verde oliva.
La faena a ese quinto toro de Julio de la Puerta ha embellecido el ocaso de la tarde. En estos momentos, Manuel Gálvez, su mozo de espadas, le retira los machos de las hombreras y el añadido de la castañeta; algún capitalista se ha adjudicado ya el derecho a portarlo a hombros.
Hacía tiempo que no veía en una plaza de toros una estocada tan hermosa, tan solemne, tan sincera. Una vez perfilado, antes de lanzarse sobre el morrillo, ha girado la cabeza hacia el tendido y ha pronunciado un: Va por ustedes, perfectamente audible en el silencio que siempre precede a la ejecución de la suerte suprema. A continuación, hemos visto cómo el acero iba penetrando en la yema del toro hasta la empuñadura. Estoconazo limpio, suave y en todo lo alto.
Cuando el toro ha doblado y el torero de Linares se ha dirigido al burladero de matadores, el primero en acercarse a felicitarlo ha sido Juan Serrano, Finito de Córdoba, obviando sus propias actuaciones, no muy entonadas esta tarde; luego, también El Fandi le ha dado un abrazo afectuoso.
El Montecristo, que encendí en el tercer toro, todavía humea entre mis dedos. Se han llevado en volandas a Curro Díaz y a El Fandi. En el ruedo sólo quedan las almohadillas esparcidas en la arena y algunos niños jugando al toro. Doy una última calada al veguero y agradezco a los hados –tal vez, personalizados en los ganaderos don Julio y don Pablo de la Puerta García-Corona- que me hayan posibilitado un nuevo encuentro con la forma singular de sentir el toreo de Curro. El humo, en su espesa espiral hacia el cielo que anochece, vela momentáneamente la luz de un foco del alumbrado antes de sobrepasar el tejadillo de esta plaza antigua.
Ya en el coche, la hilera de farolas encendidas señalan la salida a un horizonte rosado con nubes malvas hundiéndose en los sombríos olivares. Una brisa con aroma a aceite entra generosa por las ventanillas abiertas. Es verano y estoy en Jaén.

 
     
  Nota.- En aras de respetar siempre el original recibido, OyT no corrige su presentación, ortografía o puntuación, tal y como se indica en las Condiciones de Uso de esta Tribuna, siendo todo, como el texto, única responsabilidad de su autor.  
     
   
 
   
     
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