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El ¡uy! y el ¡ole!, son dos exclamaciones que brotan en la fiesta de los toros en momentos de emoción determinados, y no siempre tienen el mismo grado de autenticidad. Los aficionados que hayan asistido a la pasada feria de San Agustín de Linares, concretamente el día 29 de agosto, pudieron disfrutar de estas sensaciones provocadas desde su estado puro. ¿Qué significa su estado puro? ¿Acaso existe la manipulación en esto? Además de poder existir manipulación, no siempre nacen provocadas por las mismas causas. Veamos... El ¡uy!, brota como resultado de la creación de un estado patético, que implantado por el toro responde a su sentido lógico; está claro que: cuando un animal por su bravura, sentido, fiereza... roza la cogida del torero, crea un estado de riesgo que sobrecoge al público en su asiento por ese halo trágico que existe en la plaza; el torero, tras adoptar una actitud de firmeza y la utilización de la técnica apropiada va arrebatando el protagonismo a su antagonista hasta conseguir el equilibrio en la faena. Ahora bien, cuando el ¡uy! lo crea el lidiador de manera artificial con ardides o trucos, haciendo ver un peligro “inexistente”, o, por una notable falta de técnica, el resultado es bien distinto, nace adulterado; en este caso resultará una faena efectista, tremendista e incluso se podría catalogar de tosca o falta de oficio en su ejecución. En el ¡ole!, la función principal en principio la juega el torero; la embestida noble necesita del consentimiento de éste que de manera paulatina irá olvidándose de la técnica dándole protagonismo a su antagonista, y así, irá creando una faena estética equilibrada, dando lugar a una obra artística que con su belleza conmueve al espectador. Nada dice un torero técnico ante un toro noble y pastueño, sólo crea un desequilibrio en favor de sí mismo teniendo como resultado faenas trabajadas en las que se torea pero no se crea. Como dije antes, el citado día 29 se dieron cita la autenticidad del ¡uy! y el ¡olé!, nada era fingido, ambas exclamaciones eran provocadas desde la autenticidad; el toro que cogió finalmente a José Tomás le había avisado, nos había avisado a todos los presentes, era él, el toro, el que provocaba el estado patético, el torero estaba situado en un segundo plano, era la victima; una victima que se agigantaba a medida que se iba desarrollando la faena por su actitud impávida aguantando las tarascadas de su enemigo. Si estuviésemos hablando de un toro noble el resultado hubiese sido bien distinto. Curro Díaz provoco el ¡olé!, el ¡olé! autentico; la embestida sincera del toro le situaba en aquel segundo nivel y al torero en el protagonista principal del trance; fue él, Curro, quien a base de ortodoxia y plasticidad, dándole protagonismo al animal sin abusar de la técnica y en base al comportamiento noble y encastado del toro, fue creando una faena plástica; es él, el torero, el que a través de la creación emociona, y al contrario que en el caso anterior, es el toro el que en un comportamiento a más va creando el equilibrio deseado en la faena. Probablemente algo tenga esto que ver con el sentimiento torista y torerista de los aficionados, unos se emocionan con el ¡uy! y otros con el ¡olé!; mi opinión al respecto es que ambos estados son emocionantes siempre y cuando sean provocados desde la autenticidad, la lógica y la faena -esto es muy importante- se desarrolle en su justo equilibrio. Así lo veo yo. Recuerdo poético: La tarde y su runrún brillaba centella y negro, gallardo lucía aquel toro dos pitones traicioneros. Detrás del fucsia escondido se puso el color albero, y con el negro se alió Eolo el traicionero. No se adivinaba purísima, el ¡uy! rasgaba el silencio, la fría cornada tornó la plaza en cementerio. Cercana la media tarde hizo su presencia el miedo, mudos quedaron inertes cantautores y toreros. Más tarde en la lejanía, encima del tejadillo, tímido aquel arco iris mostraba su arqueado brillo. Brotaron los lances rosa, los naturales de ensueño, redondos tan circulares que erguidos ponían los pelos. La tarde tomó color, el ruedo no era blanco y negro y brotó desde el tendido el ¡olé! de los toreros. ¡Qué grande aquella tarde! Tarde de angustias y miedos, tarde de poesía y versos. La tarde de dos Toreros. |
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