Es complicado que un torero de arte esté inspirado todas las tardes, más que nada porque la inspiración se vende muy cara y no se prodiga con mucha frecuencia. Varias son las circunstancias que se tienen que dar para que eso ocurra. La temporada no ha hecho nada más que comenzar, aunque las ferias importantes ya han pasado todavía quedan los meses álgidos del toreo, y pocos son los festejos que he podido ver. Me refiero a asistir in situ a una corrida de toros, puesto que los toros hay que verlos en la plaza, para sentir en cada momento lo que está sucediendo en el ruedo. Pero si puedo asegurar que he visto varias faenas de arte que son las que me han llenado durante este corto rodaje de temporada. La primera fue la de Curro Díaz el día de San Isidro en Las Ventas. Este torero me transmitió su toreo a través de su percal y franela. Todo un deleite verle manejar los trastos. Después Manuel Amador me inaculó su toreo de pellizco con ese arrebato de inspiración que le surgió en una plaza portátil en Fuente el Fresno. El arte suele surgir en cualquier sitio, no mira que sea una plaza de primera o una de taranqueras. Simplemente surge y logra contagiar al aficionado que lo está viendo, a esos que tienen una sensibilidad especial. Ese día que comentaba anteriormente vi a un Manuel Amador distinto desde que cogió el capote se le vio que iba a hacer una faena antológica. El torero se sintió y así lo transmitió al tendido. Pero el mejor día en donde he disfrutado de ese toreo de arte en más de un toro ha sido en Las Ventas viendo a Morante de la Puebla el día de la Beneficencia cuando se encerró con seis toros. Ese capote maravilloso donde mecía las embestidas de sus toros, esas verónicas eternas han quedado impregnadas en el albero venteño, en donde pasarán muchos años hasta que se vuelva a repetir semejante gesta y semejante toreo a la verónica. Que un torero de arte se vuelva a encerrar con seis toros para perfumar con su arte una plaza y a una afición, que no es fácil conquistarla, es todo un deleite para el aficionado más puro. Ese día el de la Puebla conquistó a todos los aficionados que allí se dieron cita. Hizo rugir a la primera plaza del mundo. Tal vez si hubiéramos estado en otro coso durante la faena se hubieran escuchado palmas por bulerías, porque era lo que le faltaba a esa faena para ser redonda. Pero sin embargo, en lugar de bulerías se escucharon unos olés muy sinceros y profundos. Durante las banderillas sí que pudimos escuchar esas palmas por bulerías en tres magníficos pares en corto y con lentitud, recreándose en la cara del animal. Muy sereno y sabiendo los terrenos que pisaba. No es la primera vez que Morante coge los palos y se cuadra delante de la cara de un toro de Núñez del Cuvillo, ya lo hizo en Jerez la vez que se encerró con seis astados, y el deleite llegó a los tendidos en esa tarde. Una tarde majestuosa en el que se tuvo que esperar al sexto toro para que la inspiración y el duende de José Antonio resurgiera. De la nada a lo sublime es como se podría resumir esa tarde en la que la gente salió toreando y si el de Núñez del Cuvillo hubiera aguantado más, otro gallo hubiera cantado. Esos naturales fueron eternos. Al igual que esas verónicas tan profundas. Una faena completa en todos sus tercio donde la espada pudo emborronar lo que había sido mágico. Lo que sucedió aquella tarde lo pueden leer en prensa o ver en los resúmenes de la tele, pero la sensación de algunos aficionados no ha salido reflejada en ningún periódico ni revistas. Pero a mí me gustaría que la mayoría supieran las sensaciones que produce Morante de la Puebla en los distintos aficionados. Para sus seguidores esa fue la tarde máxima de José Antonio, en la que bordó el toreo produciendo un éxtasis en los presentes. Para los que asistían como aficionados consiguió sumergirlos en su arte y que estuvieran de su parte. En último lugar he dejado a los detractores de los toreros, a los exigentes, a los que no tienen esa sensibilidad suficiente, que por suerte son la minoría, en los que esa tarde no significó nada para ellos, puesto que en el ruedo el torero que había tenido la gesta de encerrarse con seis astados no hizo absolutamente nada. Hay gente pa`tó como diría un amigo mío. |