De acuerdo a la carta de Zaonero -publicada en el Correo Literario y Mercantil del día 25 de agosto de 1830-, decía así:

La suerte se hace en el día poniéndose el picador parado a recibir el toro de tres cuartos; embiste éste, pónele aquel la puya, le empuja con ella para que no llegue al caballo; sesga éste sobre la izquierda abriendo la salida al toro para lograr echarlo fuera y que remate la suerte.

Por supuesto, la suerte era realizada entonces -antes de la implantación del peto- por expertos y valientes jinetes; en la actualidad, los picadores realizan la suerte de picar presentando al toro el costado del caballo y colocando la puya -la mayoría de las veces-, con el toro “parado”, es decir, una vez que éste ha hecho contacto con el caballo, toda vez que en la fiesta actual no hay necesidad de salvar al jamelgo de las cornadas. Otro de los problemas modernos de la suerte de varas, es la sistemática colocación trasera de los puyazos; a este respecto, dice el MVZ. Pedro Martínez Arteaga, de la Universidad de Zacatecas, en su libro Lesiones anatómicas producidas en el toro por los trebejos empleados en la lidia:

Un buen puyazo debe inferirse en el morrillo del toro y no en la cruz, como suele colocarse en la actualidad.

El morrillo es la parte mas elevada del cuello del toro y está comprendido entre la nuca y la cruz y está limitado a la derecha e izquierda por la tabla del cuello o pescuezo; con esta colocación, únicamente se lesionan los músculos de la zona del cuello, que por ser muy grandes y gruesos, sólo son rasgados, lo cual no le impide al toro moverlos hacia uno u otro lado. El problema de los puyazos colocados a partir de la cruz hacia atrás, es que en este punto comienza la región dorsal del toro, en la séptima vértebra  torácica, de manera que el puyazo en la cruz no solamente lesiona los músculos, sino también los ligamentos, afectando además la irrigación sanguínea de las ramas de las arterias y venas intercostales dorsales, procedentes de la arteria intercostal suprema.

Otro de los defectos que se cometen durante la suerte de varas, es la carioca, que consiste de girar el caballo hacia la derecha con el objeto de taparle la salida al toro y prolongarle el castigo, lo cual además evita que el picador saque al caballo sobre la izquierda para evitar el impacto del testuz contra el costado del jamelgo, que en la actualidad ha sido convertido en una auténtica muralla, formada por el peto y otros elementos protectores que son colocados al caballo.

Otro abuso es el barrenado, acción en la que el picador, al introducir la puya en el cuerpo del toro, la revuelve mientras forcejea para hacerla penetrar más y producir mayores daños. Un defecto asociado al barrenado consiste en buscar el puyazo anterior, para luego colocar un nuevo puyazo, con los mismos efectos anteriores.

Como reacción a las deficiencias mencionadas (las cuales se cometen tanto en México como en España y en general en todos los lugares donde se celebran corridas de toros), ha surgido en España una corriente que pretende la reforma de la suerte de varas; ya que de la manera como se realiza, ha influido negativamente en el rendimiento de las reses, debido al exceso de castigo y a las abundantes hemorragias producidas por las puyas utilizadas y por la incorrecta forma de realizar la suerte.

Ante estas lamentables desviaciones de la suerte de varas, resulta necesario exigir a las autoridades que se cumpla con la correcta ejecución de los puyazos, de acuerdo a lo especificado en el Reglamento Taurino. Cabe recordar que una buena estocada es la que cae en la cruz, donde provoca una rápida muerte del toro al lesionar el lóbulo medio, la rama arterial del lóbulo medio, la vena pulmonar del lóbulo medio, el lóbulo accesorio, la rama arterial del lóbulo accesorio y los bronquios segmentarios de ambos lóbulos del pulmón derecho y la vena cava caudal; ocasionalmente la estocada puede lesionar el diafragma y de manera muy superficial el hígado. Por estas razones, deben evitarse los puyazos en la cruz, pues éstos dañan irreversiblemente al astado, le provocan caídas o bien la tendencia a quedarse parado, con el consecuente menoscabo de la labor torera. Lo más lamentable a este respecto es que la mayoría de las veces el bárbaro castigo no es culpa de los picadores -que sólo suelen cumplir ordenes-, sino de los matadores con los que actúan, quienes buscan de manera acomodaticia que el toro pierda poder, para exponer lo menos.