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  MATITA DE ROMERO  
   Por Mary Carmen CH. Rivadeneyra - México
[ 20/11/2018 ]
 
     
 

Desde el mediterráneo de donde proviene el romero, llegó su sutil aroma cargado de suerte al ruedo de la monumental de Insurgentes para darle nombre a un astado de la ganadería de La Estancia.

Si bien es cierto que llegar a ser matador de toros no resulta nada fácil, mantenerse durante diecinueve años de alternativa en constante actividad tampoco lo es, pero llegó el momento para el Matador Ignacio Garibay, quién decidió despedirse una tarde del mes de noviembre de 2108, vistiendo un terno en solferino y oro.

“Matita de romero”, saltó a la arena, cuando ya existía un ambiente de melancolía colectiva. Intensa palabra que eternamente será protagonista del mundo que abraza a la tauromaquia, siempre llena de sentimientos encontrados, de emociones y conmociones que la fiesta de los toros lleva en su esencia.

El matador lidió con elegantes verónicas al de pinta cárdena, salpicado de brillos de luna, hasta las calcetas, un ejemplar que colaboró en el adiós del torero, aunque el encierro en general fue carente de trapío y falto de fuerza, sobre todo después de pasar por las cabalgaduras.

Las verónicas fueron destacadas, seguidos de unos mandiles, tafalleras cadenciosas y una brillante revolera, que gustaron mucho a la afición, que estuvo con el diestro entregada en esta tarde de despedida.

Situado en los medios, en el corazón de la plaza, brindó montera en mano, al último toro lidiado en este coso a toda la asistencia, siendo aplaudido cálidamente por nutridas palmas, como si fuera por las sevillanas del adiós, esas que calan por su letra en cada copla a la hora de partir.

El burel de la divisa, blanco, azul rey y rosa, rompió en un muletazo que la misma México agradeció, hilvanando poco a poco las tandas, que se corearon de olés. El público de la plaza refleja su idiosincrasia sentimental, la que cultualmente nos representa y no la logra alcanza la fría posmodernidad, de ahí que las golondrinas vuelan hechas notas musicales, o la montera vive feliz la metamorfosis de su destino existencial que también la hace ser una golondrina de azares y presagios, que zaina y serena se mantuvo boca abajo, calladita en la arena esperando a su dueño. Siempre es un momento emotivo, la partida de un torero. Garibay, siguió toreando al burel para terminar su faena con varias tandas de muletazos que quedan en la memoria de los aficionados, y su familia que asistía a una barrera.

El matador remató la lidia tras un pinchazo y tres cuartos de estocada en que “Matita de romero” se resistía a abandonarse al arraigo de la tierra, cual los arbustos de la frondosa planta que le dan tanta fuerza a su vigorosa personalidad, tanta  que hasta Curro Romero la lleva por nombre; también las gitanas la llevan en las canastas de la suerte y en el peinado entre el cabello. 

El México de la melancolía, el que traía a flor de piel el dolor de la reciente pérdida del gran escritor Fernando del Paso Morante, se sentía vulnerable; pero el toreo nos ayuda a transportar el alma y colocarla en el belfo de la muleta de los toreros, y nos  fugarnos en las plazas.

Los que también acompañaron en este cartel a Ignacio Garibay, fueron los coletas Sebastián Castella, quién cortó una oreja a un toro de Julián Hamdan un “petit cadeau” y Diego Silveti, siempre dispuesto, elegante y templado, pero sin romper como quisiéramos, ambos testigos de la histórica despedida.

Se sumaron abrazos de todas las cuadrillas y de los demás protagonistas de la fiesta que se acercaron afectuosos al torero.

El primer toro de Garibay, “Costuras del alma” fue muy bien banderilleado por Gustavo Campos, quien se llevó una merecida ovación.  A este, le cortó la primera oreja, se sumó en nombre y recuerdo a la tarde que se marchaba.

Al llegar el momento de dar la última vuelta de su trayectoria al anillo de la plaza, el diestro, se puso la bandera de México en la espalda, y fue recopilando las palmas, los claveles y el adiós, con la oreja de su memorable astado, en una tarde emotiva que queda en su biografía para siempre.

La puerta grande, permanece entre la división de opiniones.

La tarde otoñal, con la añoranza que lleva entre sus hojas castañas, cerró la trayectoria de un torero mexicano, lleno de buenas hechuras, y clase con una esencia de fina fragancia de romero.

¡Gracias Ignacio Garibay!

 
     
   
 
   
     
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