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Durante la pasada feria taurina del coso de Vista Alegre de Bilbao se suscitó una fuerte polémica al respecto del color de las banderillas que se colocaron, pues éstas hacían alusión a la bandera de España en una zona independentista. Los aficionados de distintas latitudes fuimos hechos partícipes de la acalorada polémica no sólo por la transmisión remota a nivel internacional de los festejos de tan prestigiosa feria. Lo fuimos también empujados por la enorme repercusión del acto en redes sociales, foro participativo por excelencia de la contemporaneidad. Más de un connacional, acostumbrado a replicar las opiniones que encuentra cotidianamente, tomó partido en un asunto que le es ajeno.
Es necesario poner puntos sobre las íes, lo que ocurrió entre un sector del tendido del coso bilbaíno y el maestro Antonio Ferrera responde, tanto en el fondo como superficialmente, a un problema político de un país para el que, aunque hermanos, somos sobre todo extranjeros. La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su tajante artículo 33, fulmina que Los extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos del país. Desconozco que digan al respecto las leyes españolas, pero sin ningún afán de institucionalidad, legalismo, o papismo extremo, considero que como ciudadano mexicano es coherente manejarse públicamente apegado a dicho principio. La opinión que libremente expresaron los protestones de las corridas generales es absolutamente válida y respetable, exactamente del mismo modo en que lo es la reacción de Antonio Ferrera. No estamos vedados ni impedidos para reflexionar y publicar sobre el asunto desde México y el resto del mundo, pero tomar partido es meter nuestra cuchara en donde nadie nos llamó.
Mantenerse al margen en ese sentido no solo es un acto de coherencia en lo que respecta a la civilidad o la ciudadanía. Lo es también como aficionados taurinos, particularmente como aficionados mexicanos. Somos celosos de nuestra fiesta y nuestras costumbres en la plaza, tanto que si un torero español –que apenas pisó territorio mexicano por primera vez un par de días antes de la corrida- osa dar un paso de la vuelta al ruedo tal y como se da en España, no le permitimos dar el segundo antes de caerle a pitos. Debe dar media vuelta y darla para el otro lado. Los colores de las banderillas, en un contexto muy distinto, tampoco se libran de problemas y limitaciones. No olvidemos que el uso de la combinación de colores de la bandera nacional está estrictamente prohibida, al grado de que verde, blanco, y rojo, no se pueden combinar ni siquiera en el zarzo. Por lo menos en la Plaza México, la autoridad es tan vehemente que obliga a retirarlas aunque solo sean colores parecidos, como ocurrió hace un par de temporadas con las que tenían los colores de la divisa de Pablo Moreno. Ni salieron al zarzo, ni se colocaron.
Después de analizar esta doble vertiente de nuestra posición como extranjeros y aficionados mexicanos, no queda más que preguntarnos: ¿Con qué derecho podemos echarle en cara a alguien el defender (bien o mal) su identidad en el foro público de la plaza de toros? ¿Puede usted ponerle un pero a la reacción del matador de toros al que le protestan algo tan profundo como su origen? ¿O a los aficionados que externan sus inquietudes políticas en una plaza en la que, por si fuera poco, las banderillas físicamente son tan particulares como definitorias de la identidad de la plaza misma?
En contraposición con esa postura, propondría a todos los aficionados, pero especialmente a quienes no tenemos vela en esos entierros, que intentemos sopesar y dimensionar a nuestro espectáculo como fenómeno social y cultural en íntima relación con su contexto, que interactúa con otros fenómenos complejos que se transforman a través del tiempo. Así podremos celebrar la multiculturalidad y el respeto mutuo por encima de aquellos que promueven la división, el desconocimiento entre culturas, y el odio. Defendamos a nuestra fiesta brava colocándola por delante de quienes insisten en identificarla con una sola identidad, cuando en realidad es una expresión cultural que atraviesa pueblos, barreras, y fronteras, y dentro de la cual cabemos muchas personas de colores, partidos, banderas, y preferencias muy variadas sin protestarnos los unos a los otros. Hagámoslo incluso a pesar de los provocadores internos, como Cayetano.
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