Fue por el año 1893, en un colegio de Utrera ingresó el pequeño de diez u once años de padres catalanes.
Fue un muchacho de temperamento revoltoso y juguetón que captó la simpatía de todos sus compañeros y amigos de estudio.
Terminó el bachillerato y pasaron algunos años cuando se fue a Sevilla. Venía a estudiar y a vivir el ambiente de la toreria, decidido a ser torero. Traía el apodo de Malenich, con el que pensaba llegar a la fama. Vivía en una pensión y se pasaba las noches estudiando “La historia del toreo y reglas para ejecutar las suertes.”
En los días la pasaba en los barrios taurinos, San Bernardo y Triana, saliendo a pasear después de cenar con amigos artistas a quienes el incipiente torero les había caido muy simpático. Ya se había dejado la coleta. Había comprado un vestido de torero verde y oro, que cuidaba con esmero. Le gustaba hablar de sus grandes planes para América cuando ya fuera conocido y triunfador en España.
Al poco tiempo, un mes de octubre, Menelich ya no vivía. Lo habían llevado a su tierra después de curado del doloroso estado en que quedó después de una tarde de toros.
Se dice que lo trajeron en un saco donde salía una triste y débil voz que decía “mae, mae”… tal vez acordándose de su madre.
En su tierra catalana lo llevaron para recobrar el ramillete de sus sueños de la Gloria y esperanza taurómaca que nunca logró alcanzar.
El novillero Manelich, personaje único de la fiesta de toros.