Se puede decir que un factor condicional para ser torero se puede mantener, en las dinastías.
El torero, cuando forma una familia, no desea admitir que uno de sus hijos, o hijas, pueda seguir sus pasos. Cuando se le pregunta si sus hijos serán toreros, por lo general contesta, esto es una profesión dura y difícil, así justificando su actitud.
Pero el toreo imprime el carácter a todo aquel que lo practica, y esto es algo que corre por la sangre; va de padre a hijos y hereda a generaciones toreras.
Las dinastías son templos, por así decirlo, de la familia torera. Algunas parten de un incidente, otras se estrechan en la línea familiar.
Es difícil ser hijo de torero, tal como lo platicaba en una ocasión Manolo Arruza, hijo del ciclón de los ruedos, Carlos Arruza -muchas veces la gente quiere ver al padre en el hijo y se olvidan que son dos personas diferentes. Inclusive se les exige mas porque creen que por ser quien son tienen más facilidades que otros- y después, dicen que uno imita al padre… pero son los genes que salen a relucir, no necesariamente imitación.
Es difícil ser torero de dinastía. Recordamos a los Bienvenida, los Arruza, los Armillita y recientemente a los Silveti, entre otros.
Dinastías toreras llenas de abolengo taurino y el peso de un nombre.