Algunas veces aterrizar es más doloroso que el despegue, este último es casi siempre ímpetu, ganas de sobrevolar horizontes o universos, inmediatos o no; sin embargo, encontrarse de pronto inmerso en alguno de los universos añorados no siempre resulta del todo dulce, con el aterrizaje llega la nostalgia feliz de los días que nos dejaron la miel en los labios, el algos de lo que se tuvo y ahora está temporalmente fuera de nuestro alcance.

Reencontrarse con el universo conocido, y añorado en otros tiempos, es difícil, hay segundos que tientan a la renuncia, horas  en que pensamos si el espacio elegido es el más adecuado para construirse; tras las dudas, aparece el instinto de sobrevivencia que nos obliga a tirar del carro, siempre pa´lante.

Al final, resulta cierto aquello de que las resurrecciones siempre son mejores que los nacimientos; resucitar es también una especie de reconciliación con los espacios. La México, es un lugar precioso y preciso para reencontrarse, primero con uno mismo, luego con el alto valle metafísico y después con la fe en que la humanidad por poco que de esto le quede aun tiene entre ella, personas sinceras, transparentes, dispuestas a echar un capote cuando se necesita.

La setentona es tan maja como el 5 de febrero de 1946 en que abrió por primera vez, el año en que don Pedro Torres Hinojosa quedó prendado de la Carmen brava y de bandera de quien da cuenta Jorge F. Hernández en la Emperatriz de Lavapies.

Inmensa, la México abrió sus puertas para asomarnos una vez más a toda la esperanza que de ella pende; el primer festejo nos permitió ver lo difícil que ha sido reabrirla tras el cambio de administración: contratiempos en las taquillas, el sonido con fallas, el reloj atrasado y ahora ya sin manecillas porque seguramente la reparación de esta pieza especial es complicada.

Sin embargo, a pesar de los detalles mencionados lo más importante es que los encierros han estado bien presentados, atendiendo a la consideración que son novilladas sin picadores; las primeras e históricas que se celebran en el coso de Insurgentes.

Los novillos de Los García fueron los encargados de inaugurar la temporada chica; animales encastados, exigentes y por lo tanto con sus complicaciones que pusieron a prueba a los chavales y nos hicieron pensar de inmediato en que acusaban el tercio de varas; el cuestionamiento personal no es sobre esa etapa en que deben enfrentarse a animales prácticamente enteros, sino, si es conveniente que sea en público, en nuestro país que la embestida del toro es diferente al de España, donde este tipo de novilladas ayudan mucho a los novilleros.

Lo cierto es que el público se comportó por demás exigente con los muchachos y les pidió como si fueran figuras; de los acartelados  quien destacó fue el hidrotermopolitano Miguel Aguilar, quien cortó la primer oreja de la temporada y se impuso a las condiciones del clima, a la vez que mostró sus buenas maneras, lo largo de su trazo, el pulso de su muñeca, y el buen toreo que expresa profundidad cuando toma los trastos.

El siguiente domingo vimos una novillada de San Lucas, complicada y sin bravura, en la que Ricardo de Santiago nos emocionó con su hambre de ser, no sé si calmó sus ansias de novillero pero en la arena se dejó por completo, combinó el saber con el valor; aprovechó lo poquito que tenía el novillo, comprendió y lo hizo embestir a compás. Mucha torería mostró el joven e hizo vibrar la plaza.

Luego, la tercera novillada levantó expectación por las fotos que se publicaron en redes sociales, sin embargo en juego, lo de El Siete ofreció muy poco; Isaac Fonseca fue quien dejó ver mejores formas aunque su natural verdor no le permitió aprovechar a cabalidad al único novillo que fue bueno.

Ocho días esperamos para regresar a la plaza y el domingo pasado presenciamos la última novillada sin picadores de la temporada chica, por cierto la más emocionante; brava, encastada, fiera, astifina, desarrollada y seria salió la de El Vergel, aunque también con genio. El primero de la función nos privó de ver a Hector Gutiérrez de quien muchos apuntan es bueno, en los lances de recibo el novillo le prendió, lo arrempujó contra las tablas y le propinó dos cornadas, una de ellas más grave por estar cerca del hígado; afortunadamente el joven ya se recupera con estabilidad. El que más gustó fue Tato Loaiza, a pesar de lo acelerado se ganó al público con su carisma y valor. Del encierro: Distinguido y Colega fueron magníficos animales, dignos de su estirpe, el segundo sobre todo imponente morfológicamente.

La autoridad ha recaído en manos de Jorge Ramos en los primeros dos festejos y en Jesús Morales los posteriores, desafortunadamente nada nuevo en sus comparecencias, se desempeñan igual que lo han hecho desde hace tiempo y eso en ningún momento aporta a la fiesta.

Algunos tenemos nostalgia de los antiguos boletos, estos y la publicidad ahora tienen un diseño moderno, pero la México está siendo renovada, le viene más que bien el mantenimiento; la pintura, el cambio que se hizo en la arena y ahora vemos como poco a poco ponen nuevas butacas en los tendidos.

Histórico ha sido también, por desgracia, aquel domingo en que la afición fue vulnerable de la intolerencia y radicalismo, en horabuena nuevamente al matador Mario Zulaica que estuvo a la altura y plantó cara.