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He de reconocer, que en mi corta vida como aficionado taurino, siempre he presenciado festejos en plazas, digamos que en condiciones aceptables, para la celebración de los festejos. Hace unos días pude presenciar dos extremos tan opuestos, como son la encerrona del Cid en Sevilla, en una plaza como La Maestranza, y un festejo popular en un pueblo conquense, celebrado en una plaza de remolques. Que abismo tan profundo entre uno y otro festejo. En Sevilla pude saborear el toreo profundo, poderoso, de verdad, de los naturales del Cid, pero aunque ustedes piensen lo contrario, en la plaza de remolques aprendí lo que es la afición de verdad, la profesionalidad, el miedo, la vergüenza torera, y el porqué se llama Fiesta Nacional. Los suburbios del toreo, esos festejos celebrados en condiciones lamentables, en plazas improvisadas, con riesgo extremo y reses peligrosas, son el refugio de un puñado de profesionales que se juegan la vida, a veces recibiendo a cambio una sola cosa: La grandeza de sentirse toreros. Fueron cuatro o cinco toreros, que sobreviven como pueden en este corrupto mundo, aceptando torear lo que sea con tal de vestirse de toreros, con tal de sentir los oles del público, con tal de sentir ese dolor en el estómago ante semejante papeleta, con tal de dar una vuelta al “ruedo” improvisado, con un trofeo que les sabe a gloria por haber sobrevivido una tarde mas. No vi mentiras, ni manipulaciones, ni engaños. Todos salieron por derecho, cargando la suerte, tropezando en la infinidad de agujeros del piso, sin saber lo que saldría de esos cajones sobre un camión de transporte. Vi auténtica afición y ansia de torear. Y mientras mi pena del comienzo se convertía en admiración, me preguntaba si esos novilleros de escuela, y esos matadores que van de figuras desde que se visten por primera vez de luces, serían capaces de hacer lo que tíos de 45 o más años estaban haciendo allí. Si tendrían la misma afición como para superar el miedo de no ver ni un burladero donde meterse, de torear sin saber si el novillo es “juampedro” o vete tu a saber el encaste. De saber que si cortan orejas no salen en los periódicos. De saber que allí no hay arreglos de pitones que valgan, ni apaños de última hora, ni hoteles de lujo donde vestirse, ni buitres alrededor haciendo la pelota, ni contratos prometidos. Me preguntaba si los taurinos saben, que en los suburbios del toreo, hay toreros de verdad, que no torean por salir en programas de televisión y casarse con famosas, sino por sentir que un muletazo, sea en la plaza que sea, es lo que les da sentido a sus vidas, aunque luego entre semana, sobrevivan poniendo ladrillos o labrando en el campo. |
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