El día ya está puesto en Madrid. Un día más de ese largo San Isidro, cuajado de corridas de toros y de ilusión en los aficionados. También ilusión en los toreros. Saben que en Madrid les espera una cuesta muy pronunciada, como un puerto especial en el Tour de Francia. Muy duro pero, al tiempo, gratificante si se alcanza la gloria.
Opinionytoros ha querido sentir el palpitar de un torero en un día cualquiera de ese maratón que es San Isidro. Nos hemos puesto a su lado para sentir sus pasos, sus dudas, sus ilusiones, su responsabilidad, su miedo y toda la esperanza que en ese día deposita. Captar en imágenes todo lo que vive, y sufre, en Madrid durante el día, antes de la corrida, la antesala de ese miedo escénico de Las Ventas abarrotada.
Curro Díaz nos permitió esa vivencia y con él hemos compartido una jornada, un día de toros en San Isidro. Los lectores de OyT tienen la oportunidad de ver en imágenes todo el rito de pasos y gestos de ese día vivido por el torero de Linares, antes de la salida del toro.
El sol está en todo lo alto sobre la solitaria plaza de Las Ventas, la silueta del coche del torero llega, tras largo viaje por carretera, a las puertas del patio de caballos de la plaza. Las cuadrillas harán parada para cumplir con los ritos del sorteo de las reses, pero el torero comenzará un rito diferente, el de intentar pasar las horas, antes de la verdad de la fiesta, confiado, tranquilo, relajado, si es que eso es posible un día de San Isidro. Junto a la furgoneta le recibimos, así como también los primeros madrugadores que quieren tener su autógrafo sin apreturas.
El paseo se hace necesario, tras las horas de viaje, para desentumecer los músculos y las piernas. El día es agradable, todavía no aprieta el calor a esa hora, 10:15 de la mañana. Hay que alejarse de esa plaza a la que horas después habrá que regresar vestido de luces. Son aproximadamente 1.500 metros en ligera subida los que le separan del hotel donde ha de vestirse, una distancia asequible para un joven atleta que está preparado para pasar un dura prueba por la tarde. A los demás tampoco nos viene mal la caminata. Precioso paseo por la calle Alcalá de Madrid. Le acompaña Valentín, un banderillero de su cuadrilla, quien suscribe y José Luis con las cámaras a cuestas. Para este último, mucho más duro el paseo, cargado y disparando.
Atrás queda la plaza, con su puerta grande esperando otras imágenes, ya vividas por él en fechas recientes, al anochecer. Una parada para observar de cerca una cabeza de toro que adorna un escaparate, y paso firme y ligero para subir la primera parte del recorrido. Durante la ruta no falta quien le reconoce al pasar, pero una bella joven no se conforma sólo con eso y quiere desearle suerte personalmente, amable Curro corresponde con un beso; bonita imagen que podría adornar otro tipo de información o revista. Cuando el hotel está al alcance, se dirige a una cafetería cercana a desayunar, para él último -dice- bocado del día. Luego definitivamente al hotel, su casa en los días de toros en Madrid. Animada charla tenemos antes de retirarse a descansar, a solas, en la habitación. Allí, junto al pomo de la puerta, le dejamos en esa primera parte del día. El descanso es necesario, su soledad también ha de serlo y nosotros lo respetamos y nos preparamos para unas horas después.
De nuevo, ya en la habitación, le abordamos. José Luis bombardea la estancia con la cámara. Esa habitación es un templo, allí donde descansa el “guerrero” junto a sus armas más necesarias. El capote de paseo y el vestido que ha de lucir en la tarde, son testigos de nuestra ingerencia en la intimidad de sus pasos y pensamientos. La televisión mexicana le ha reclamado un momento y se ha prestado. La cámara le observa y recoge sus gestos en esa hora previa a vestirse, a poner en orden cuerpo y mente para dar respuesta a la vida... del torero. Se suceden los instantes rituales de vestirse de luces, privilegio estar allí para captarlos.
Cumplida esa fase tan importante, aquella que le da sentido a lo que ha de suceder después, abandona la habitación y baja las seis plantas por las escaleras. Curiosos esperan en el hall y nuevos autógrafos y saludos. El coche de cuadrillas se encamina hacia Las Ventas, queda muy poco para entrar en contacto con ese Templo de la Tauromaquia. Oscuro, aunque con focos que lo iluminan, patio de cuadrillas, túnel que también recibe luz de la que el sol enciende en la plaza. Allí esperan los aficionados, que sueñan el toreo tanto como él. Pero su espera es otra, que consume como puede, charlas con la prensa, con la cuadrilla; ahora serio, ahora alegre, rictus de tensión y de miedo, de esperanza y de emociones contenidas. Cuantos toreros lo pasan nunca huyen hacia fuera, siempre hacia dentro. La arena desea que sus pasos la acaricien y el torero acariciarla, la primera fusión de la tarde, luego... el toro. La suerte está echada y no es posible volver sobre los pasos.
¡Suerte y gracias maestro!. Y suerte la de los lectores de OyT que pueden ver, en el vídeo que editamos días atrás, ampliado el volúmen hasta 123 fotografías de este reportaje, cuyo texto ya expusimos.