Era la corrida del día grande de Alicante, justamente, el día de San Juan en que, en esta ocasión, hacían el paseíllo tres toreros denominados artistas y, como tales, se podía esperar todo de ellos. Ciertamente, aquello empezó mal; broncas para Manzanares y Morante y, la cosa pintaba muy fea. Menos mal que, José Antonio Morante de la Puebla, al final lo arregló todo y, salimos de la plaza toreando y dibujando lances al viento.
Juan Pedro Domecq, al que nadie duda de su señorío, de su categoría como ser humano y de sus bondades como individuo, trajo hasta Alicante una corrida desmochada, engordada para la ocasión, sin casta y sin ningún fundamento. A duras penas se simuló la suerte de varas y, en líneas generales, la corrida dejó mucho que desear. Incierto en primero, con pocas fuerzas todos y, salvo el segundo de Morante, mejor olvidar dichos toros para siempre. Claro que, desde que este hombre calificó a sus toros como artistas, la cosa ha ido de mal en peor. Lo que trajo hasta Alicante fue una burla total hacia los aficionados; ningún toro tenía el trapío mínimo exigible para una plaza como la nuestra. Una vergüenza a la que nos sometió pero, el hombre está consagrado como ganadero y, las figuras, sus toros, se los quitan de las manos. Mejor para él; pero tendrá que convenir conmigo que, lo que trajo a esta plaza era una novillada engordada que, para colmo, no tenía ni casta, ni fuerzas, ni bravura alguna.
Aunque todavía quedan dos corridas, tendremos que convenir que, ha sido la feria de las desproporciones. Desgraciadamente, este año, sin que nadie sepa las razones, el público se ha comportado de forma triunfalista, sencillamente, hasta los límites de la ridiculez. Y digo lo de las desproporciones porque, tras ver torear ayer a Morante, suena indigno todas las orejas que se han concedido. Y, para colmo, el único torero que merecía las dos orejas de un toro –Morante- le dieron una y, a regañadientes. Es cierto que, previo a la bellísima estocada, había dado un pinchazo pero, en semejantes ocasiones, justamente por lo mismo, he visto dar orejas por doquier. Entiendo a la gente pueblerina que, pueden no tener ni puñetera idea de lo que están viendo; pero me horroriza que, el presidente, la máxima autoridad en materia, sea tan torpe para no tener la sensibilidad mínima exigible para haberle concedido a Morante las dos orejas más justas de la feria. De cualquier manera, Morante, recogió la oreja concedida y dio una aclamadísima vuelta el ruedo.
El maestro Manzanares no pudo reverdecer viejos laureles. En su primero, incierto y sin fuerzas, se defendió muy pronto y, el maestro no se complicó la vida. Acabó con su enemigo y, la bronca se escuchaba hasta en el monte Benacantil. En su segundo, con un poco más de recorrido, Manzanares dibujó unos lances bellísimos y, con la muleta, en breves retazos, nos mostró la calidad que siempre tuvo. Tres series con la mano diestra tuvieron la enjundia de su toreo bellísimo; lo intentó por el pitón izquierdo y, el toro no le dejó estar a gusto. Aunque de forma breve, hubo gusto, torería y armonía en su toreo. Mató a la última, como dirían los revisteros de antaño y, todo quedó en una ovación.
Abogaba yo en el día anterior por el acierto de la empresa al contratar a Morante sustituyendo a Finito y, cuando salió su primer toro y vi la cara del diestro, ahí se me cayó el mundo encima. Es verdad que, a los tres segundos de estar el toro de El Vellosino en el ruedo, me desvanecí en mi alma porque, el toro, no me gustó lo más mínimo; lo triste es que, Morante estaba pensando lo mismo. El toro tenía guasa para parar mil trenes, como dirían los toreros y, Morante no se complicó la vida. Dejó que lo machacaran en varas y, tras ser banderilleado, muleta en mano, le quitó las moscas por la cara y, la bronca resultó ser de época. Todos esperábamos mucho de este diestro y, en menos de tres minutos, el toro estaba siendo arrastrado por las mulillas. Ciertamente, aunque Morante hubiera puesto la voluntad que ponen los toreros, la tarea hubiera sido baladí, por ello, José Antonio Morante, tiró por la calle de en medio y nos ahorró el sufrimiento. Pero salió su segundo y, en ese instante, se le iluminó su semblante; en breves segundos entendió Morante que, el toro podía ser de triunfo grande. Le recibió con el capote para enjaretarle una docena de verónicas bellísimas, rematando con dos medias de ensueño. Ciertamente, en este toro, Morante toreó como sueñan los toreros. Como diría Rafael de Paula, Morante, con el capote, toreó con compás. Lances hermosos que, difícilmente podremos olvidar. Con la muleta en sus manos, en breves instantes entendió Morante que, su faena, estaba por realizar y que, dicho toro, se la iba a permitir. Con la diestra y siniestra, es difícil de explicar cuanto vimos. Muleta planchadita para enganchar al toro, tirar de él para, con ritmo, empaque, torería, gusto y sentimiento, construir la faena soñada. Toda su labor estuvo impregnada de esa magia especial que, como explico, la sueñan todos los toreros y que, ahora mismo, sólo Morante puede alcanzar. Era, claro, la única faena de la feria que, de principio a fin, estuvo coreada por las ovaciones en cada muletazo. Ayudados, improvisaciones, duende, misterio, embrujo y creatividad resultaron ser la constante en la faena del diestro sevillano. Era, sin lugar a dudas, la faena de la feria con permiso de todos los diestros que, hoy y mañana, todavía tienen que actuar. Un pinchazo previo a la gran estocada le dio el cicatero premio de una oreja cuando se han regalado muchísimas. Orejas al margen, lo que está clarísimo es que, la faena de Morante ha borrado a todos los toreros que han actuado en Alicante y, por supuesto, ha eclipsado a todos los triunfadores que recibieron orejas de regalo a diestro y siniestro. Tras lo de Morante, hagan memoria, ¿se acuerda alguien de Esplá o de Ponce?
Cerraba el cartel Salvador Vega que, tras verle, tengo clarísimo el porque fracasó en Madrid. Anduvo pesado y tesonero; a veces daba algún que otro muletazo hermoso pero, ahogaba la embestida de sus enemigos que, con poca raza, de haberlos tratado mejor, mucho más le hubieran ayudado. Estuvo tesonero y puso una voluntad de hierro pero, es penoso ver que, tras dar dos buenos muletazos, le enjaretaba varios trapazos y, aquello de desvanecía por momentos. Sin con el medio toro Morante dibujó la faena soñada, Salvador Vega, cuando menos, debería de haber hecho lo mismo; tiene calidad su toreo, es cierto. Pero se pierde en el mar de sus propias vulgaridades y, por supuesto, ese no es el camino. Atinó con la espada en sus dos enemigos y, le regalaron una oreja en cada toro; orejas pueblerinas que, como tantas de las que se han concedido en esta feria, de nada le servirán. Se marchó de Alicante equivocado y, me temo que, como esto pasará en muchas plazas, al final, sus mentores deberán de explicarle las razones por las cuales, lo mismo que haces en Alicante, lo intentas hacer en Madrid y, el fracaso, está cantado.
Dije en su momento que, Morante era el único torero que faltaba en las combinaciones de la feria y, al final, el diestro y el destino, me dieron la razón. José Antonio Morante vino a sustituir a Finito y, como todo el mundo pudo ver, se ha erigido en el triunfador absoluto de la feria. Ha hecho la faena del ciclo y, quizás que, ya lo verán, igual pasan algunos años para volver a ver otra obra tan perfecta y tan hermosa. Pensar que, por ejemplo, Ponce molía a derechazos a sus enemigos y ver como Morante de la Puebla construía la faena soñada, la verdad es que es para ponerse a pensar.