La amabilidad de este año del público de Alicante, ciertamente, hacía años que no tenía lugar. Está muy claro que, la gente tenía ganas de toros y, lo ha demostrado con su generosidad sin límites en esta corrida que ha vitoreado a sus ídolos, hasta el punto de concederles orejas por doquier cuando, la gran realidad, era muy otra. La fiesta, como explico, ha trascendido desde las propias calles de la ciudad, hasta dentro de la plaza. Total que, por obra y gracia de todos los panas llegados de los pueblos, la corrida quedó en una verbena pueblerina y, esa resultó ser la tremenda realidad que tuvimos que vivir.
Jandilla envió una corrida a modo; hasta el punto de que, para poder reunir seis toros, Borja Domecq, trajo hasta Alicante un montón de toros y, al final, en un ataque de generosidad veterinaria, le aprobaron cinco ejemplares y remendaron la corrida con uno de La Gravera. Como explico, corrida amable, sospechosa de pitones como jamás los habíamos visto y, en definitiva, todos los ingredientes para que, la fiesta resultara apoteósica. Los toros, más que animales fieros y peligrosos, si se me permite la metáfora, eran puras hermanitas de la caridad para con sus lidiadores; imposible pedir más. Luego, claro, los toreros hicieron lo que supieron. Se trataba de la fiesta del medio toro donde, con semejantes enemigos, hasta el más tonto es capaz de cortar orejas. Desdichadamente, bajo el punto de vista del aficionado, es lamentable todo lo que vimos; pero el gentío se lo pasó de puro vicio, eso sí, con la complicidad de un presidente generoso que, como el primer pueblerino, daba orejas cuando veía que uno del tendido había sacado el pañuelo para secarse la sudor de la frente.
Dije siempre que, Esplá es un actor consumado. Con toda seguridad, en el arte de María Guerrero, hubiera triunfado como nadie. En esta ocasión, su puesta en escena de cara a la galería, resultó ser un prodigio de efectividad. Mató con prontitud y, el paisanaje chauvinista, le otorgó tres orejas que, con toda seguridad, hasta él mismo se hacía cruces por tanta generosidad; es decir, ni él mismo se lo creía. ¿Qué hizo Esplá? Sería la gran pregunta. Pues lo hizo todo. ¿Se acuerda alguien de algo de lo que hizo este buen hombre? Nadie, a la salida de la plaza, se acordaba de que Esplá puso banderillas a toro pasado, instrumentó chicuelinas a diestro y siniestro y, con la muleta acompañó el viaje de sus enemigos al ritmo que los mismos le marcaban. Claro que, para él, esta corrida, era puro festín; acostumbrado a matar corridas de verdadero fuste, lidiar esta corrida con aires de novillada, con toda seguridad, le pareció el más bello manjar para su cuerpo atlético. Al final, con los cien euros de rigor, le sacaron en hombros y, la imagen, de cara al exterior, viste una barbaridad. Tengo claro que, si le dieran más corridas de esta índole, con sus dotes de actor, seguiría encandilando a los de la boina que, lamentablemente, son muchos más que los aficionados exigentes que, dentro de una plaza de toros, suspiran por el toreo.
Enrique Ponce estaba feliz al ver la plaza abarrotada; y tenía el hombre sus motivos porque, desgraciadamente para él, en varias corridas que ha toreado últimamente, los tendidos estaban vacíos. Ciertamente, encontrarse con esta plaza llena y el público festivalero, para el diestro de Chiva, como para sus compañeros, resultó ser una bocanada de aire fresco. Todo era pura fiesta y con semejantes animalitos lidiados y el público tan entregado, así se las ponían al rey Wamba y, para colmo, decía que le hacían trampas. Ponce expuso su repertorio y, de haber acertado con la espada en su primer enemigo, hubiera cortado otro montón de orejas como Esplá. La técnica de Enrique Ponce estuvo al servicio del ingente colectivo festivalero y, entre él y los asistentes, se lo pasaron de puro vicio. Nadie en el mundo torea tan técnicamente perfecto como Ponce, aunque bien es verdad que, el toreo, la magia, la creatividad, la obra bella, el ensueño y la sorpresa por parte del matador, son atributos que, por lo que vemos, a Ponce no le hicieron falta nunca, -quizás por eso no los tiene- para alcanzar las más altas cimas de la torería. Esto está así y, pretender cambiarlo, no deja de ser una pura utopía. Como a sus compañeros, le dieron una oreja sin peso alguno que, por supuesto, jamás recordará.
Cerraba el cartel Manzanares hijo que, con categoría de figura en su tierra acude a dos comparecencias y, la gran realidad es que, el chico, con una tendría más que suficiente. De que tiene atisbos de torero caro, eso no lo discute nadie; pero, a su vez, esa falta de ánimo, ese pasito que hay que dar hacia delante es lo que le dejará en la cuneta para siempre y, ya es penoso que, su padre, con tantos años de alternativa, le seguirá dando repasos porque el chico, no tiene ánimos para nada; eso de saber y no querer, -quizás no pueda- es algo muy triste. Tuvo material para haber formado un lío de época y, se conformó con una benévola oreja que, igual le ha servido para el estofado de hoy, pero para nada más. Sus partidarios seguirán engañándole y, su vez, le harán creer que, dicha oreja, era el triunfo más grande de su carrera y, la gran realidad es que, Manzanares, en la soledad de la habitación de su hotel, seguro estoy que pensó todo lo que yo estoy diciendo. Algún que otro muletazo hermoso; algunos atisbos de torería de la buena pero, situación tan a modo y a favor como la de ayer, dudo que se le vuelva a presentar en otra plaza y en otro lugar. Convengamos que, Manzanares es un chico inteligente que, por nada del mundo debe de dejarse influenciar por la pasión de sus correligionarios y, muy seriamente, replantearse su futuro; es decir, pensar si en realidad quiere ser torero y, si está convencido de ello, demostrarlo cada tarde; hasta se podrían entender lo que han sido sus fracasos en Madrid pero, en esta corrida alicantina en que, debería de haber ardido la plaza, conformarse con una oreja de pueblo, sencillamente, no es el mejor síntoma para lograr lo que puedan ser sus metas toreras.