Vidal, maestro de muchas cosas pero, fundamentalmente, su forma de relatar era la maestría misma. Bastaba con ponerse a leer cualquiera de sus crónicas y de seguida te ponías a visionar lo que te estaba contando, cuando no te disponías a ir ejecutando lo que el discurrir del relato te iba proporcionando. Así eran sus crónicas, pura golosina para el lector.
Hoy, una vez más, en ese recuerdo que le hacemos cediendo esta tribuna para refrescarnos con su prosa, traemos una de las últimas crónicas que escribió en un San Isidro, allá por 2001. Lo que nos cuenta ni era nuevo y, lo que es peor, se ha hecho viejo; mas al contrario se ha hecho endémico. Lo de menos son los toreros que protagonizan esta tarde, sino que es la expresión de lo que sucedía, y sucede, casi todas las tardes. Por eso lo traemos, pues conviene recordarlo.
"EL TOREO AL REVÉS"
El toreo es parar, templar y mandar... cargando la suerte. ¿O no?
Se hace la pregunta porque la inmensa mayoría de los toreros actuales hacen el toreo al revés. De entrada, el primer tiempo -parar- no lo ejecutan nunca porque no cargan la suerte. En el mejor de los casos adelantan la pierna contraria al citar, lo que nada tiene que ver con cargar la suerte, aunque muchos crean lo contrario. Y en el peor -que es el común- en vez de adelantar la pierna la atrasan y realizan el toreo con la suerte descargada.
Dicho lo cual, quede claro el convencimiento de que todo eso de cargar la suerte o descargarla, y lo de parar, templar y mandar, a la mayoría del público y del escalafón de matadores, les importa un pepino. El toreo que éstos hacen siempre y aquellos acostumbran a ver ha producido que cuando peor se torea más se aplaude, lo cual pudo apreciarse en la siniestra tarde de autos.
A Uceda Leal, acreditado artífice del toreo puro en pasados fastos, cuando le cantaron fuerte el olé y le aplaudieron de verdad fue justamente cada vez que descargaba la suerte. Y es que toreó así: una vez remataba cada pase, perdía un paso y escondía descaradamente la pierna atrás para hilvanar el siguiente.
Pudo alcanzar un cierto éxito Uceda Leal; ahora bien, le correspondieron sendas golosinas de toro, que iban y venían humillados, y tanta facilidad, unida a las ventajas que se tomaba, restaban a la tarea muletera emoción y grandeza.
Los otros dos espadas, ni eso. José Luis Moreno y Jesús Millán aún estaban menos por la labor de parar, templar y mandar, y ni siquiera podía eximirles ese gusto interpretativo que a su colega le sobra y a ellos les cuesta sentir.
De manera que la corrida se convirtió en un tostón. Los toros, de correcta lámina y bien armadas cabezas, flojillos en general, daban juego, lo que no agravaba las inhibiciones y las mediocridades de sus lidiadores. Uno a veces piensa que muchos coletudos quizá no quieran ser toreros en su versión cabal. El traje de luces, los viajes, los partidarios, los homenajes, salir por televisión, seguramente sí: eso les priva y les pone. Pero lo que no les pone de ninguna de las maneras es asumir los riesgos del toreo verdadero.
Ninguno de los tres ha alcanzado la categoría de figura, ni le llueven los contratos y, sin embargo, su atonía, su renuncia a intervenir en la lidia cuando les correspondía, daban la sensación de que ya se han comprado todos los cortijos, han cumplido todos sus sueños y están de vuelta de todo.
Los tres espadas pasaban de competir, pasaban de lancear a la verónica, pasaban de quites, pasaban de aprovechar la nobleza de los toros para volver boca abajo la plaza y abrir la puerta grande.
Jesús Millán, el neófito, que había sido recibido con esa amable expectación característica del público de Las Ventas con los modestos cuando tienen condiciones y desean abrirse camino, defraudó precisamente por las inhibiciones aludidas y también por la vulgaridad de su faena al tercer toro de la tarde, cuya docilidad les estuvo brindando un triunfo sonado. En su otro toro ya no pudo haber rectificación ni desquite, pues el animal, muy protestado por su apariencia anovillada, bravo en varas, acabó distraído, tomando los engaños con la cara alta. Un diestro docto en tauromaquia -suele ser el caso de los veteranos- quizá habría empleado un muleteo de recurso para obligarlo a humillar (enseñarle, se suele matizar en la jerga); algo que no cabría exigir de la juventud de Millán, que se limitó a acompañar los viajes, situándose prudentemente fuera cacho.
Uceda Leal, artífice de los más cadenciosos muletazos de la corrida, sigue sin dar motivos para ascender de categoría. Y José Luis Moreno, deslucido frente a un toro manejable, y sin posibilidad de torear a un inválido que se desplomaba continuamente, tampoco permitió hacerse ilusiones respecto a su futuro.
Si un día se decidieran, los tres, a torear por derecho, con las de parar, templar y mandar, acababan con el cuadro. Claro que una cosa es decirlo, otra ponerle el cascabel al gato.
San Isidro, 29 de Mayo de 2001
Joaquín Vidal