Un amable lector llamado Felipe Aceves, me pedía, refiriéndose a los toreros artistas que, intentáramos abordar un tema de debate en torno a las causas y modelos por las cuales nos podríamos regir, a la hora de conseguir un torero artista. Noble la idea de nuestro amigo Aceves pero, imposible de llevar a cabo a su vez. No existen parámetros a seguir para conseguir forjar a un artista; es más, yo diría que, los propios artistas, en el toreo y en cualquier faceta creativa, ni ellos mismos han tomado lecciones de nada; el arte, se lleva muy adentro y no existen escuelas que lo definan.
Lógicamente, en el toreo, añoramos al torero artista y, desde el fondo de nuestro ser, con toda seguridad, suspiramos para que hubiera unos cuantos, un puñadito como dirían en mi querida Andalucía. Pero, lamentablemente para los aficionados y, para dicha del protagonista, artistas hay muy pocos, razón por la cual, en estos momentos, de entre la torería andante, es Morante de la Puebla el que nos cautiva. Toreros, como sabemos, hay muchos; algunos muy buenos; los más, tremendos hombres esforzados en la dura batalla que supone este juego entre la vida y la muerte. El respeto para todos. Bien es cierto que, la magia y creatividad que nos ofrece el torero denominado artista, esos valores, pueden con todo. Y, lo que es mejor, hasta nos hacen olvidar las tardes negras que, todo artista, como tal, suele tener. Y es comprensible que así suceda.
Debemos de convenir que, ser artista y ejercer como tal, dentro de los ruedos, es tarea complicada; a veces, hasta imposible de llevar a cabo. Siempre dije que, crear arte frente a un toro bravo, suele ser la tarea soñada; y digo soñada porque, en ocasiones, aunque el torero lo intente y lo quiera de verdad, es el toro el que se encarga de estropear las buenas intenciones del torero y, por supuesto, de apagar su creatividad. Tras leer todo esto, cualquiera diría que estoy justificando al artista en todos sus fracasos; no cabe la justificación, ni hace falta para nada porque, el arte se vende a si mismo y, si el toro no quiere, toda acción resultará baladí.
Mucho me gustaría saber las líneas maestras a seguir para explicarlas y que, muchos hombres tomaran nota para poder crear arte frente a un toro bravo. No existen tales argumentos. El artista, como explico, está rociado de magia, de misterio, de embrujo; como queramos definirle, pero ni el propio protagonista sabría explicar las causas de su creatividad. La pena del artista creativo dentro de los ruedos, viene siempre sujeta a la colaboración de su enemigo que, para el menester pensado, más que enemigo, tiene que ser un “amigo” colaborador. Recordemos que, al artista, obviamente, se le exige mucho más que al torero batallador; sencillamente porque, el torero denominado de valor, cada tarde, sabemos que lo dará todo; de una u otra forma, pero nada se dejará para sí mismo. Sin embargo, si el toro no colabora, el denominado artista, pronto se nos viene abajo y se marchitan todas sus ilusiones; las suyas propias y, las de todos los aficionados que han acudido a la llamada de su arte. Es verdad que, cuando las cosas no se dan, si el artista se derrumba, el aficionado es presa de un desencanto que, irremediablemente, aflora la bronca; pero es lógico que así ocurra puesto que, el aficionado, cuando acude a ver a un torero creativo, su ánimo es distinto al de cuando se ve a un torero normal, por darle otro calificativo. Ante el anuncio en los carteles del torero soñado, todos acudimos a la plaza con otra mentalidad distinta al resto de los demás toreros, de ahí la gloria de Morante y, a su vez, los desencantos que ha producido su propia persona.
Queremos encontrar a los artistas, los buscamos con denuedo pero, tendremos que conformarnos puesto que, toreros de la talla de Rafael de Paula, al que citaba nuestro lector, nace uno cada cincuenta años y, el de Jerez, le tocó en su época. Ciertamente, artistas de dicha magnitud, por razones obvias, no nace uno cada año; eso quisiéramos todos. Nos toca conformarnos con lo que tenemos que, en definitiva, no es poco, de ahí la grandeza de estos hombres. Si acaso, de haberlos a pares, con toda seguridad, no les daríamos la importancia que en realidad tienen. Me atrevo a decir que, cada diez lustros, - ahí están las pruebas- nace un artista con todas las de la ley. Tirando de historia nos encontramos con Pepe Luís Vázquez en los años cuarenta, equiparado con Curro Puya. Pasaron los años y nos encontramos con Romero y Paula. Una vez retirados éstos, como antes decía, nos queda el consuelo con Morante de la Puebla. Les aseguro que, como siempre, tendrán que pasar muchos años más para que, otro, ensombrezca al citado Morante. El arte, amigos todos, es patrimonio de muy pocos elegidos, de ahí, su extremada grandeza. Y, como antes decía, del torero artista se puede esperar todo; pobre del que no lo entienda así, más vale que no vaya a la plaza. Quiero decir que, ante la magnitud del torero artista, el aficionado, tiene que estar dispuesto a todo; digamos que, a la gloria o al fracaso. No existen términos medios; y no existirán jamás puesto que, un torero artista no puede compararse con nada ni con nadie. El estereotipo que tenemos preconcebido nos puede valer para todos; menos para los artistas. La grandeza de estos hombres es de tal magnitud que, en una misma tarde, -Rafael de Paula es un ejemplo- te pueden llevar al infierno de la desesperación ó, como digo, al más bello de los cielos.