Nunca llueve. Eso que lo dice usted, si hubiera estado ayer en Madrid, no opinaría lo mismo; chuzos de punta caían. Lo cierto, es que la lluvia es buena, beneficiosa para todo: llena los pantanos de los que bebemos el agua, mejora la situación de los campos agrícolas y la contaminación, limpia las calles de los pueblos y ciudades, pone a prueba los desagües y alcantarillado; pero es, en otro modo, molesta para el tráfico rodado, incómoda para los peatones y paraliza el trabajo de la gente que lo hace a la intemperie. Sin embargo es muy buena para determinados comerciantes de paraguas, de chubasqueros y gabardinas, de gorras y sombreros y... desde ayer, también es buena para empresas de toros, sobre todo si tienen la indecencia de pasar por alto determinados aspectos, como la de Madrid. Rezan los carteles anunciadores de corridas de toros “que se celebrará, con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide...”. Al respecto de la recaudación en taquilla, no dice nada, pero es la parte sustancial que lo determina todo. Que hay ruina de venta de entradas, el tiempo impide la celebración, así solo haya caído un vaso de agua; que como ayer, las arcas están repletas, esa no la impide ni Dios. Iba a decir con perdón, pero, tras la duda, he decidido que no: con estos empresarios que nos gastamos, no lo impide ni Dios que bajara del cielo. Tienen todo tipo de bulas, siendo una de ellas esta. Y no vale que se nos diga que los toreros han dicho que torean -qué van a decir con la fuerza que tienen-. Tampoco sirve que digan que lo permite la autoridad, es decir, el presidente del festejo; no vale tampoco. Sabemos al servicio de quién están estos señores, que están tirando su prestigio y el de la plaza por la rampa de la perdición absoluta del respeto a quien paga. Quien paga, solo sirve para eso, para pagar. Paga el dinero; paga el pato; paga con creces las orejas que concede, -ahí es donde también les gusta a todos ellos-; paga el abono por obligación sea o no de su agrado; paga con la incomprensión de quienes viven de él cuando no aceptan ni siquiera sus objeciones; paga caro, carísimo si se atreve a censurar sus desmanes; paga, incluso, con agresiones su voz libre y crítica; lo paga todo en suma, para que se lucren un montoncillo de listos y vividores, que aman la fiesta solo porque les da buenos beneficios. Que mejor ejemplo que el que representa la asistencia de los taurinos a los festejos en los que no participan ¿cuántos pasan por taquilla?, de gañote y si es posible al callejón. O sea, que pagar no pagan nunca. Claro que también los políticos que les protegen hacen la misma labor: de gañote y si es posible al callejón. Ayer, estos que tanto aman la fiesta, dieron por buenísima la recaudación. Buena solamente es cuando hay figuras en el cartel, cuando los toreros son de los necesitados de contratos, primero se les exprime los honorarios, -allá penas si la plaza se encuentra con todo el aforo vendido- y después por razones obvias se les empuja a actuar. Es decir, les dan grandes beneficios dos veces. Si el Sr. Presidente participa o no de los beneficios es solamente una conjetura que el espectador suele hacerse y con razón, de lo contrario no es posible que con lo que caía se apresure a sacar el pañuelo. Cierto es que parecen que tienen la mano tonta, pues el blanco, -el pañuelo- lo tienen muy ligero en esta feria. Y así consumaron el escándalo y hurtaron a los espectadores de la lidia auténtica de una corrida de toros y, en este caso, toros de verdad (también la lidia en plenitud y autenticidad está salvaguardada por los carteles anunciadores en los casos del mal tiempo, no sólo de la integridad de los toros). ¿Salvaguardada, por quién?. El Ministerio del Interior, podría, y debería, contestar esta y otras preguntas, pero, por el contrario, uno que era electricista y que como ya no está en la cresta de la ola no se le ve por la plaza ni el callejón de Las Ventas, se alió con los que se lo llevan y les hizo un reglamento que más parece un apañamiento. En eso sí contribuyó el citado Ministerio. De ese modo, la corrida transcurrió llena de sobresaltos y peligros ciertos, pues la corrida, como decíamos era de las de verdad. Los toreros, a pesar de su buena voluntad, padecieron lo suyo y con poquísimas posibilidades de triunfo; sólo de cornada había posibilidades. El público tuvo que soportar un manantial de agua sobre sus espaldas sin precedentes, sin que se le cayera la cara de vergüenza a los responsables, quienes, por cierto, con los bolsillos llenos, bien podían acercarse a una farmacia a por Desenfriol, si lo necesitaban, o la marisquería más cara para darse un atracón con los beneficios. El sufrido espectador, esquilmada la cartera y siendo necesidad, ni a la farmacia llegó. Si acaso, y en casa, una copa de brandy les levantaría el remojón. Nunca llueve... a gusto de todos, pero eso es una cosa que dice nuestro rico refranero y otra, muy distinta, es que el gusto y el dinero sea solo para unos pocos, poquísimos y entre ellos no sean, precisamente los toreros, que fueron los que tuvieron que sortear las oleadas de los toros, el barro y los charcos. La lluvia es signo de riqueza cuando se reparte en beneficio de la colectividad, cuando se reparte en beneficio de tan pocos, y tan sin escrúpulos para con los demás, esa lluvia es un fraude más al que someten a la sufrida afición.
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