Como veníamos diciendo durante toda la feria, era la corrida de Victorino Martín nuestra gran esperanza y, afortunadamente, así ocurrió. Esperábamos el triunfo grande y, gracias a Victorino Martín y a El Cid, la plaza rugió como nunca. Convengamos, siempre en honor a la verdad que, Victorino Martín, ha lidiado corridas infinitamente mejores que la presente. No era una corrida fácil; yo diría que todo lo contrario. Los toros tenían movilidad, es cierto; pero a su vez traían intenciones de todo tipo. Los dos mejores, qué duda cabe, cayeron en manos de El Cid que, como todo el mundo pudo saborear, el diestro sevillano, alcanzó un triunfo de clamor. De cualquier manera, los toros dieron un juego interesantísimo que no aburrió a nadie. Se notaba lo fibrosos de los animales, su encastado juego y, por encima de todo, lo caras que vendieron sus vidas. Victorino lidió una corrida en tipo y, la gran verdad es que, cuando el toro se mueve y mantiene vivo el interés del espectáculo, nadie se fija si el toro es grande o pequeño; los referidos, ante todo, tenían trapío y guadañas como para asustar a cualquiera. Resultado final al margen, este es el espectáculo que anhela el aficionado. Victorino Martín, seguro estoy, se sentirá feliz y dichoso. Al respecto de este ganadero, me atreví a pronosticar, hace días, que Victorino lo tenía muy sencillo y, así ha sido; sin traer la corrida que él soñaba supo mantener el máximo interés durante todo el festejo y, lo que es mejor, comprobar como uno de los diestros le cortaba las dos orejas a un toro; dos por una parte y, si El Cid acierta con la espada en su segundo enemigo, hubiera cortado otras dos.
Luís Miguel Encabo demostró que es un gran profesional; un torero de antes con los toros de ahora; digamos con el toreo de ahora, sería la definición perfecta. Le correspondieron dos toros muy difíciles; tobilleros que revolvían en un milímetro de terreno y, el madrileño, con recursos de lidiador, solventó la papeleta con dignidad, decoro y emotividad. Nada dejó por hacer. Desde las pantallas televisivas, se notaba mucho más que en la propia plaza, el gran esfuerzo que Encabo hizo por salir airoso del trance. Labor interesante y emotiva de Luís Miguel Encabo que, reapareciendo tras su percance, dejó estela de torero poderoso y cabal. Sus enemigos, a cada instante, le pedían el “carnet” de torero y, Encabo, lo esgrimía en cada instante con todos los requisitos reglamentarios. Encabo, un torero que puede y debe caminar por las ferias de España con la grandeza del toro auténtico. Una vez más, en Madrid, lo volvió a demostrar.
En la entrevista que mantuvimos con El Cid en nuestro portal, el torero sevillano, entre otras muchas cosas nos decía aquello de; “le debo una puerta grande a Madrid” y, como pudimos comprobar, en el último festejo de la feria de San Isidro, El Cid, pagó su deuda. Cortó Manuel Jesús dos orejas de su primero que, en honor a la verdad, hubieran sido más justas en su segundo de haber acertado con el estoque. Ciertamente, a El Cid, le tocaron los dos mejores toros de la corrida y, en honor a la verdad, los aprovechó con majeza, torería, contenido, emoción y toda la grandeza que supone ver a un torero enfrentarse a un toro auténtico. Siempre hemos cantado la torería de Manuel Jesús con su mano izquierda y, en esta ocasión, el diestro de Salteras ha evidenciado que, con la diestra, en gente importante. En esta corrida, por las connotaciones de sus enemigos, era con la mano diestra donde podía lucir sus mejores argumentos y, así lo llevó a cabo el honrado diestro de Sevilla que, por fin, en su primer toro, acertó de lleno con el estoque y, como digo, le otorgaron, con clamor, las dos orejas que le habían pedido con toda justicia. El toreo, sonriente y feliz, amarraba sus trofeos con una pasión indescifrable; no era para menos. En el fondo, sin lugar a dudas, era el reconocimiento, el premio a tantas faenas gloriosas que, hasta la fecha, había malogrado con la espada. Si se me apura, me quedo con la segunda faena; quizás mas compacta; cuando menos, emotiva hasta los límites de la más absoluta verdad. Triunfaba, con El Cid, además de los toros de Victorino, la grandeza de un espectáculo bellísimo que, cuando está rociado con los argumentos del toro auténtico, dicho espectáculo, se convierte en inigualable. No estuvo fino El Cid con la espada pero, tras la muerte del toro, el público le obligó a dar una aclamadísima vuelta al ruedo. Al final, le esperaba la puerta grande que, dichoso y feliz, logró cruzar de una vez, pagando, como él decía, la deuda artística que dicho diestro mantenía con la mejor afición del mundo.
Afrontaba Luís Bolívar un reto complicadísimo, como era enfrentarse a los toros de su apoderado. Bolívar es un torero bisoño y, para lidiar estos toros, obviamente, se necesita mucha experiencia pero, en honor a la verdad, para adquirirla, un día hay que empezar y, Luís Bolívar, ha comenzado su andadura. En su primero no encontró el eco debido en los tendidos a tenor de lo que él estaba realizando en el ruedo que, si se me permite, el chico puso una voluntad de hierro, pero entre el gazapeo del toro que no le dejaba acomodarse y el poco eco logrado, pronto se difuminó todo. En su segundo y último de la tarde, un galán con todas las de la ley, puso a prueba al colombiano que, en un alarde de valor, dio cuando tenía y un poco más. No cabían florituras; los puñales que lucía su enemigo daban pánico al verlos desde los tendidos; no me quiero imaginar la sensación estando frente al toro. Sin lugar a dudas, era el toro mejor presentado de la corrida; todo un “tío” que, hubiera suspendido a casi todo el escalafón de los matadores actuales. Su enemigo quería comérselo en cada pase y, Bolívar, con un valor espartano, esgrimió una faena que, en otro momento y otras circunstancias, su logro, hubieran sido distintos. Pero tuvo que luchar contra el toro y contra la euforia que, momentos antes, había logrado El Cid. El de Victorino lo prendió de mala manera y, milagrosamente, salió ileso del trance. Cogida espeluznante que no le desanimó en lo más mínimo. Estuvo hecho un hombre de verdad y, cuando pensábamos que cruzar el umbral de aquellos pitones sería tarea imposible, Luís Bolívar, con gallardía y corazón, lo mató en todo lo alto de una soberana estocada. Un descabello puso fin a la vida de aquel galán y, por consiguiente, a dicha feria de Madrid. Le queda mucha vida por delante, mucha carrera a este Bolívar que, de seguir por este camino, con mayor experiencia, al final, logrará sus propósitos.