A esa hora sucedió. Cortó El Cid dos orejas al toro y aseguró la puerta grande de Madrid. Pero tuvo que pasar, además de años, una hora más, justo a las 20:45 pm, para que nadie le negara la ansiada puerta grande de Las Ventas. A esa segunda hora, lo que sucedió es que acabó El Cid con la vida del segundo de los victorinos lidiados, pero tal había sido su demostración de toreo que, inequívocamente, puso a toda la plaza de acuerdo. Unanimidad total. Aquellos que aseguraban, con su razón, que la segunda oreja cortada no había sido de plena legitimidad, retiraron su propuesta de enmienda a la decisión del presidente y se unieron a la fiesta del toreo que había proporcionado El Cid.
Y era un momento para lamentar, pues otras dos orejas hubieran ido a su esportón si la faena, bellísima, casi toda por el lado derecho, se hubiese culminado con una estocada como en el primero. No fue así, como es norma de la casa en este torero, pero lo presenciado ya no se podía ni cambiar ni omitir y la gente estaba en el manicomio, ese lugar donde se encuentra siempre el toreo más bello y puro. Allí, en el manicomio, juntos todos los presentes en la plaza, se saboreó la vuelta al ruedo triunfal de un torero que ha demostrado que es, con diferencia, el mejor muletero actual. Estamos hablando, como es fácil imaginar, de aquellos que se enfrentan a los toros de verdad. Los otros, están bien para el toreo de salón, pero distan mucho de ejercer sus “conocimientos y técnicas” con toros encastados. Una diferencia tan sustancial que no necesita explicación.
Desde el paseíllo a la salida en hombros estuvo El Cid en torero y ya dio la medida de su disposición al entrar a quites en el primero de la tarde, de Encabo, y dibujar unas verónicas suaves por el pitón izquierdo del animal a las que siguió una media muy sentida. Le replicó por chicuelinas Encabo, que estuvo en torero y profesional toda la tarde, pero ya se adivinaba que venía Manuel Jesús a deshacer el maleficio y que quería descerrajar la puerta grande de Madrid.
Salió “Gamberro”, curioso nombre de toro y que podía presumirse que le hiciera una gamberrada a su matador; pero hubo poca opción. Comenzó el sevillano dando distancia y con dos series con la izquierda de mano baja, siguiendo por la derecha con hondura, mientras la plaza se embelesaba con su forma de torear. El temple, virtud que atesora en sus muñecas, hacía el resto, obteniendo del victorino un gran rendimiento, al tiempo que plasticidad y mucha emoción por lo largo y profundo de los muletazos que ejecuta Manuel Jesús. Faltaba una gran estocada y toda la plaza empujó. ¡Y sí!, por fin se hizo realidad. La oreja, la primera, era segura, pero el público entusiasmado pidió más. El Sr. Gómez, dudó, pero finalmente se sumó a la entusiasta petición. Se rebelaron los que entendían que a la faena le faltó algo de unidad, básicamente porque el que toro se hizo tardo y muchos muletazos se sacaron de uno en uno y con sacacorchos. Hasta él sintió, humildemente, esa presión, pero son muchos años esperando este premio y lo disfrutó de verdad en la vuelta al ruedo, aunque hubiera algunas voces en contra.
Faltaba el quinto y aquí, con un toro mucho más interesante y encastado, redondeó una gran faena basada en el lado derecho, demostrando que también esa mano la sabe manejar. Las dos primeras series fueron decisivas. Ajustando la velocidad del toro y templando el de pecho hasta el infinito. Todo enorme y surgió el ¡torero, torero! en la plaza. A partir de ahí, ajustándose al toro y cruzándose cada vez más para encelar la embestidas ante un toro que se rajaba por momentos. Al final se rajó y ello, seguramente, impidió un remate con la espada mejor. Dos pinchazos arriba antes de agarrar una entera algo desprendida. Y la apoteosis en la vuelta al ruedo. Todos de acuerdo: merecedor de esa puerta grande que le llevó a la gloria de Madrid; esa que durante tanto tiempo acarició.
Luis Miguel Encabo no lo tuvo fácil, pues nada lo fue en la tarde, con su lote. Un primero flojo tardo y soso y un incierto “alimaña” en segundo lugar. Estuvo toda la tarde pendiente como director de lidia y atento a todo cuanto sucedía en el ruedo, pero sin lograr la imposible brillantez. Fue ovacionado en su segundo por su disposición y torería.
Luis Bolívar, dispuesto también, pero con menos experiencia, no supo sacar partido de su primero que se dejaba torear y estuvo muy entregado y valiente con la alimaña final. Dejó constancia de que le falta camino por recorrer, pero que estaba dispuesto a dejarse coger para demostrar su actitud. Y eso pasó, y de milagro salió ileso de la voltereta recibida y de la búsqueda que de él hizo el toro en el suelo. La corrida de Victorino ha sido interesante, pero sin romper ningún toro a bueno de verdad. Por el contrario, dos rompieron a malos y los otros tuvieron la suerte de encontrarse con el torero más en forma y con ganas del escalafón. Una suerte para Victorino. En otras manos, hoy, la corrida hubiera pasado de puntillas y sin eco.
Finalmente, acabó la feria haciendo justicia a un torero y al toreo en general. Quienes no vinieron dispuestos a triunfar, pues no triunfaron. Sin embargo, quienes si mostraron esa disposición, salieron por la puerta grande o vieron recompensada su entrega y su labor. No ha sido esta una mala lección.