La peor desdicha que pueda padecer un torero, en los tiempos actuales, es que le toque en suerte – yo diría en desgracia- un toro bravo y, eso le ocurrió en este penúltimo festejo de la feria de Madrid a Fernando Robleño. Madroñito, que así se llamaba el toro, fue el centro de atención de todas las miradas y, con razón. Aquel torrente de bravura demostrado en sus entradas al caballo encandiló al personal y, no era para menos. Tiempo ha que no veíamos tan bello espectáculo. La gente enfervorecida, aclamaba al toro; y tenías sus razones para tales vítores. Tras tantas tardes de inválidos, aborregados, toros mustios y sin ningún argumento que demostrara su raza, ver en la arena a este toro de Adolfo Martín, sin lugar a dudas, resultó ser un oasis en el desierto. Convengamos que, ya es hermoso que, la sola presencia del toro encandile al aficionado. Era bello; pero mucho más lo eran sus acciones que, de principio hasta el fin, Madroñito, supo darle gloria y leyenda a su propietario que, tras esta lidia, seguro estoy que se encuentra en el más bello estado emocional que un ganadero pueda aspirar. La corrida, en su conjunto, no resultó mala; ni mucho menos ilidiable. Cada toro tenía su lidia, nada es más cierto. Pero es una gran verdad que, en esta ocasión, los gladiadores se vinieron abajo con estrépito. Cuando menos, cuatro toros, de haberles dado doce pases sus lidiadores, con toda seguridad, hubieran cortado las orejas. Sin embargo, este logro, no tuvo lugar. Había mucho que lidiar y, en esta ocasión, los toreros, cuidaron mucho su vida; quizás no era la tarde para exponerla, aunque, de haberlo hecho – y estos hombres lo han hecho muchas veces- el triunfo hubiera sido de clamor.

Luís Francisco Esplá que, como dijeron, arrastraba las secuelas de una lesión, no quiso ni banderillear. Parece mentira que, este hombre que ha defendido la profesión como nadie, en esta corrida, haya acudido para llevarse un dinero. Si no se encontraba bien mejor hubiera sido quedarse en su Alicante del alma. Acción indigna que, con toda seguridad, no dice nada en su favor. Sus toros, de haberse hecho el ánimo,-aunque uno de ellos le tiró un hachazo tremendo- con los doce muletazos que yo apuntaba con anterioridad, hubiera logrado un triunfo de apoteosis pero, ya vemos que, el alicantino se conformó con la nada y, lo que es peor, sin querer exponer un solo alamar; por cierto, hablando de alamares, vaya vestido más infame que lucía. Claro que, el gusto es suyo y, con toda seguridad, él ha pagado su traje y, contra su voluntad, nadie puede poner objeción alguna. Como pudimos comprobar, se está acercando a marchas forzadas la retirada de un gran banderillero en los ruedos que, con dichos rehiletes, supo hacerse rico. Cuando se retire, eso sí, nos encontraremos con el Esplá pintor, artista fuera de los ruedos; conferenciante, sabio y culto. Con toda seguridad, fuera de los ruedos, le disfrutaremos mucho más que dentro de los mismos.
Pepín Liria que, en tantas ocasiones ha ejercido como el más grande gladiador de los tiempos actuales, en esta ocasión, su corazón no le ha dejado. En su primero que, en los albores de la faena atisbaba momentos de emoción, aunque, muy pronto se vino abajo. El toro tenía mucho que lidiar, de ahí la grandeza de todo lo que se les hiciera y, el de Murcia, se derrumbó. Tras aquellos compases iniciales en que, la vida de Pepín Liria estaba en juego y que, tras salir vencedor, como explico, su éxito hubiera sido inenarrable. No pudo ser y todo ha quedado como estaba. Valor y disposición, pero sin llegar a la cima del éxito que, con toda seguridad, para lograrlo, había que dar un pasito más que, Liria, no se atrevió a dar. En se segundo se entiende todo mucho mejor puesto que, el galán, tenía problemas de difícil solución.
La sorpresa, para mal, nos la dio Fernando Robleño que, para su desdicha, le cayó en sus manos el toro de la feria. Este Madroñito que ha quedado y inmortalizado en Madrid es el que le aguó la fiesta al bravo torero. Dicho toro, que tomó tres largas y hermosas varas, Robleño, quiso cambiarlo en el segundo envite con los caballos y, menos mal que, el presidente, con acertado criterio, le dejó ir a la tercera entrada. Tras los tres puyazos, todavía quería comerse al torero. Si lo deja con los dos que Robleño quería, no me quiero imaginar lo que hubiera pasado. ¿Estuvo valiente? Si, mucho. Pero era un toro de consagración, de puerta grande que, en otro momento, Fernando Robleño, como muchas veces ha demostrado, su éxito, hubiera sido de clamor. No pudo Fernando con aquel torrente de bravura y, bien que lo sentimos. Puso valor, disposición; quería, pero se evidenciaba que su corazón no se lo permitía. Un crimen porque, de haberle cortado las orejas a este toro, Robleño, hubiera salido disparado de Madrid y, ser el triunfador absoluto de una feria, y mucho más la de Madrid, eso no es ninguna broma. Seguro estoy que, ahora, el torero, está rumiando en su casa lo que pudo haber sido y no fue. La gente se desencantó; pero lo hizo porque, como tantas veces Robleño demostrara, podía con todo. Toros más difíciles ha lidiado en Madrid, es cierto; pero la gran verdad es que, ninguno de los lidiados tenía aquel torrente de bravura. Luego, lo que pasaría en su segundo enemigo, con muchos problemas y con el peso de lo que ya traía encima, Fernando Robleño no se encontró consigo mismo. Una pena. Pensar que te ha tocado el toro de la feria y que, respecto al toreo, no ha pasado nada, ese el peor de los fracasos que un torero pueda tener. De cualquier manera, en dicha corrida, había mucho que torear y, lo que es peor; se necesitaba mucho desprecio a la vida como para ganar aquella batalla. Los toreros actuantes no pudieron ante lo que ellos entendían como adversidad; pero se necesitaba una dosis de sangre fría que, como se comprobó, no estaban por la labor. Ciertamente, el escalafón entero, con dicha corrida, lo hubieran pasado fatal. Tampoco es justo degollar a estos hombres.