Fueron apareciendo los toros de Adolfo Martín, y uno a uno... ha sido aplaudidos, no sólo a su salida por sus hermosas y finas hechuras; sino también, han recibido la estruendosa ovación del respetable en su arrastre, tras haber puesto muy en alto, no sólo el nombre de su ganadería, sino el de la propia Fiesta Brava, por su poderosa y encastada bravura, que fueron mostrando toda la tarde.
Y sólo así se puede entender porque la belleza... también es brava.
Cada uno de los toros fue un compendio de casta y bravura para conjuntar junto al torero la más imponente tauromaquia moderna, y sin embargo... ¡sin embargo!, ninguno de los tres toreros estuvieron a la altura de las circunstancias, de esos seis toros que envió Adolfo Martín, a quien desde este medio, felicito por demostrar la importancia de ser ganadero.
Cabe hacer notar, que los cuatro primeros... tomaron tres varas y quinto y sexto, sólo dos.
A estos toros hay que poderles. Sí, porque cuando sienten que el torero les ha dominado mediante su valor, mando y aguante, se acaban entregando, y sólo así se puede conseguir que acudan con clase y calidad; para entonces, dar rienda suelta a la inspiración del diestro y conseguir faenas de incomensurable arquitectura.
Sólo, que, como hemos ya informado... no quisieron confirmar lo buen toreros que son.
Luis Francisco Esplá quien decidió vestirse con un espantoso terno en butano y azabache, decidió cerrar sus ojos ante los dos extraordinarios ejemplares que le correspondieron. Incluso, por perderle la cara al primero estuvo a punto de llevarse una cornada, que por fortuna... no ocurrió. No quiso exponer y sus aburridas y reprobables intervenciones no dan para más comentario.
A Pepín Liria le quedaba la responsabilidad de entender a su primer encastado ejemplar, así que después de una breve comparecencia con el capote, con la tela roja ofreció un plateamiento con pasos mandones por abajo, obligando a embestir al toro del tercio casi en los medios; y ahí vendría una primer serie con la mano diestra que fue templada y cadenciosa, anunciando la gran faena, porque descubrió la clase y calidad del toro.
No obstante... por falta de decisión del diestro de Murcia, no acabó consiguiéndola, pues se derrumbó inevitablemente, y el toro acabó mandando en la faena.
Grave error cometió Pepín con su segundo que hizo quinto en la corrida. Si con la capa había enseñado su desconfianza, con la franela sin un planteamiento, se dio a pegar pases con ambas manos que fueron todas trompicadas, acabando por volver a ser dominado por el toro.
Pero las cosas nada mejoraron con Fernando Robleño, en quien se tenía una seria esperanza, porque al igual que sus compañeros han demostrado en otras ferias la importancia de ser toreros.
El primero -tercero- de Fernando ha sido tan bravo y encastado que fue hasta en tres ocasiones de largo a la cabalgadura de Marcial Rodríguez metiendo la cabeza abajo del peto y peleando con fuerza y poder.
¡Vaya gran tercio de varas!
¡Que inmenso espectáculo se produce cuando este importante tercio es la mejor representación del arte de picar reses bravas!
Y sin embargo, después de esta inolvidable estampa de añeja tauromaquia... no supimos a donde quedó aquel Fernando Robleño que conocimos, aquel Fernando Robleño que era la misma representación de la heroicidad, que le podía al que más complicado saliera.
Fernando se fue minimizando hasta quedar casi en la nada, producto de las precauciones que le invadieron... quizá, a su alguna vez indomable espíritu. Así de gris volvió a pasar con el que cerró plaza, y... ¿qué más se puede decir cuando teniendo todo para triunfar, deciden quedarse en la mar de mediocridad?
Pero al margen de las serias limitaciones de los toreros, lo que queda en nuestras retinas, es esa imponente belleza brava, que se adueñó del redondel venteño y cautivó embelezando, a los diletantes taurinos.