Es la madre de las suertes y hay que ir a los toros cien tardes para poder verla de verdad. Hoy, se ha tenido la suerte de presenciarla y la gente no sabía ya que hacer. Aplaudían al toro, al picador llamado Marcial Rodríguez y a cuantos asentían con la cabeza, les aplaudían también. La apoteosis se produjo en la plaza y se quedaron enamorados más de “Madroñito” que del picador Marcial, pero prendados de ambos en aquel milagro de suerte de varas que muchos no habían visto jamás.
Era normal. Todo cuanto sucede en un ruedo en plenitud, inequívocamente enamora y nada tiene que ver con lo que se traen los que defienden el toreo moderno que ni emociona ni nada. Ver arrancarse a un toro desde la distancia, con singular alegría y guapeza al galopar es de esas imágenes que se te quedan grabadas y no se pueden borrar: la madre de todas las suertes. Pues esa, precisamente, esa suerte se la quieren cargar. Miento, se la han cargado y ni les pesa ni nada a los taurinos y a los profesionales que viven de esto. Cierto es que, automáticamente, se produce un divorcio de los de ahora, expres, entre los que ocupan los tendidos y los que se tienen que poner delante de los astados. Ahí hay divorcio total.
Suerte que te toque un toro bravo... pues peor es que te toque un toro bravo al caballo y en Madrid. Ya no hay manera de ordenar las ideas, que se amontonan en la mente de los enamorados espectadores y que ven en el toro todas las virtudes que deben de adornar a un toro bravo. Convengamos, ya lo hemos hecho, que es la madre de todas las suertes para medir la bravura... al caballo, pero no necesariamente tiene que ser coincidente con tener la nobleza, segundo apellido que debe adornar al toro bravo, para coincidir con el torero en la comunión que supone el toreo. Eso sucedió hoy y Robleño pagó las consecuencias de tener ese toro bravo... al caballo.
Para que esa suerte, de varas, se pueda ver, hacen falta muchas cosas y hoy se han dado. Ya hemos dicho que el toro es fundamental, pero se necesita que su matador quiera lucirlo en el caballo y que el picador haga la suerte debidamente y acierte a la hora de picar. Todo se ha dado y de ahí la borrachera en la que han entrado en los tendidos. Quizás que después, embriagados del todo, no se haya reparado, el personal, en que para la muleta no era tan fácil dominar. Se fue complicando por ambos pitones y en seguida se aplomó; afianzó el carácter reservón y era un mundo con ese toro y ese público remontar. Aún así, tuvo Robleño la gallardía de matarlo bien al segundo intento y nadie se lo valoró. Reservaban fuerzas para la última ovación a “Madroñito” y aquellos que más doloridas tenían las manos de aplaudir, afinaron sus pitos para regalárselos al torero.
No es de extrañar, y no lo voy a justificar, que en el otro, un toraco reservón ya de salida, no lo quisiera poner de largo. Lamentablemente, por culpa de la modernidad, que no valora a los toreros por lo hecho durante toda la lidia del toro, -ya que no hay más que muleta- nadie recuerda los gestos que hayan tenido antes para hacer brillar todas las suertes y dejan huérfanos de aplausos a quienes intentan colaborar en el mejor espectáculo que es el toro. Mañana a Robleño, nadie le contratará por lo bien que puso el toro al caballo; esa parte quien se la debería valorar es el público, incluso con una cerrada ovación. Pero esto no es así y los toreros escaldados huyen del agua hirviendo. El pasado año un torero, ahora en los altares, lució un toro dejándolo galopar; conclusión: se enamoraron del toro y le ha tocado triunfar un año después. Que se repita y por lo menos Robleño tendrá alguna esperanza después de lo de hoy.
El resto de la corrida ha sido lo que tiene que ser: una corrida encastada... con sus complicaciones para el toreo actual. Los toreros se afanan en ejecutar ese toreo, pues saben que no hay otro que se les vaya a aplaudir y con determinados toros, los de hoy por ejemplo, eso no era fácil realizarlo. Esplá, que a estas alturas algo debe de saber de esto, intentó hacer el toreo por la cara ante su segundo que tenía peligro, pero no sordo, sino a gritos lo iba diciendo el burel, y los pitos empezaron a arreciar. Macheteó con soltura y tras un pinchazo lo cazó de una estocada. Más pitos en la tarde. Hoy no banderilleó y también le pitaron por ello, pero al parecer tenía una lesión de ligamentos.
Pepín Liria se le vio dispuesto a enfrentarse a sus oponentes, eso sí, con el toreo moderno y también fue pitado pues era difícil hilvanar los pases con esos toros que salen con la cabeza alta o rebañan cuanto te descuidas. En su primero, segundo de la tarde, el más noble en la muleta, hubo ratos de vibración y de interés en su actuación muletera, pero hoy los protagonistas eran los toros y a los toreros solo se les apreciaron los defectos, que los hubo. Pero los toros ni fueron facilones, ni dieron tantas oportunidades para lucirse. Había que estar muy atentos y no perderles la cara ni un segundo, ¿verdad Esplá? y no era cosa de confiarse de forma total. Baste decir, que de capote no recuerdo ni un pase ni un lance artístico, pues siempre entraron con las manos por delante o cruzándose.
Extraordinaria corrida, valorada en su encastado comportamiento y por la que una parte del público ovacionó al mayoral al final, pero no fácil para triunfos de relumbrón. Así ha sucedido y no es la primera vez. Sin embargo, ha de censurarse que ni siquiera se hayan silenciados las actuaciones de estos esforzados toreros. La feria de los silencios para figuras, confirmantes, aspirantes y demás escalafón que ha pasado por Las Ventas. Llegada una corrida para valorar el esfuerzo y exposición que supone ponerse delante de estos toros que si cogen, como el pasado año, hacen daño, a la gente le ha dado por pitarles. La cara de Robleño era la cara de la frustración tras pasar minutos duros delante de sus oponentes, pues pocas bromas había hoy delante de los astados. Con razón quieren todos apuntarse al toro artista. Te puedes pegar el gusto de torear de salón; si lo haces mal te guardan silencio y no tienes casi ninguna opción de ir al hule. Toros sí, pero equilibrio en la valoración de los toreros en función de lo que tienen delante, también.