Era la tercera novillada del ciclo madrileño y, en honor a la verdad, el espectáculo mereció mucho la pena. Los novillos de El Ventorrillo ayudaron mucho, en su condición como tales, para que el festejo jamás perdiera el interés propio y lógico que, desde siempre, han tenido las novilladas. En esta ocasión, a retazos, teníamos la sensación que estábamos viendo aquellas novilladas de hace cuarenta años en que, sin escuelas taurinas de por medio, brotaban novilleros como auténticos vendavales dentro de los ruedos. Ciertamente, una novillada debe ser eso; un amalgama de verdades, de disposición, de ilusiones y quimeras. Luego, dentro de cada cartel, hay de todo. Hoy hemos visto la clase de Álvaro Justo, la tremenda disposición de Sergio Serrano y, lamentablemente, el conformismo de Ambel Posada.
Los novillos, bien presentados y de comportamiento variado, han dado de todo en cuanto a juego se refiere. Álvaro Justo ha tenido las dos caras de la moneda. Si su primero le ha dejado, su segundo, no ha tenido por donde meterle mano, aunque, en los dos, ha evidenciado que quiere ser torero y, lo pretende, bajo los efectos del más puro clasicismo como demostró en su primer enemigo. Justo ha corrido la mano con gusto en su primer bicorne y, su clase, al final de la faena, le ha llevado a obtener el premio de una oreja ganada a ley. Como explico, en su segundo, Justo, tuvo la otra cara de la moneda que, al final, supo solucionar con solvencia. En honor a la verdad, si es capaz de seguir por los caminos que se ha trazado, este chico, tiene un futuro espléndido entre la torería. Maneras no le faltan; ilusiones, las tiene intactas; arte, le sobra por todos los lados y, su personalidad, es una constante en su obra.
Sergio Serrano ha enmudecido al personal con sus galladas formas de entender su profesión. Se trata de un novillero chapado a la antigua que, en honor a la verdad, su quehacer, como tal, ha calado por completo entre los aficionados. Su buena disposición le ha granjeado, ante todo, el respeto de Madrid y, este hecho, entre los toreros, me temo que es el más grande éxito. Se ha dejado matar por la causa y, no se trata de un torero torpe; más bien, un hombre consciente de que, las dificultades que presenta el enemigo, hay que vencerlas con el corazón y, esa ha sido su misión. Entre volteretas, ilusiones, quimeras, torería y mejor hacer, Sergio Serrano, en el ruedo de Madrid, lanzaba su grito de protesta; quiere ser torero y, eso no se lo debe de arrebatar nadie. Le negaron la oreja que tenía ganada a pura ley, nada es más cierto. Aunque, como digo, Serrano, se ha llevado de Las Ventas ese reconocimiento que, plagado de gratitud de los aficionados, sin lugar a dudas, mucho le tiene que valer en su futuro.
Santiago Ambel Posada no ha reverdecido los laureles de su abuelo que, siendo novillero, inmortalizó a un novillo en la plaza de Madrid y, con semejante actuación, salió lanzado para el estrellato. Así nos lo ha contado la historia sobre Juan Posada y, en muchas ocasiones, el mismo matador, ahora laureado periodista, tantas veces lo ha confesado. Este nieto de su abuelo, es capaz de ponerse bonito; es decir, conoce la estética de la profesión pero, al final, su labor, dista mucho de la auténtica verdad del toreo. Seguro estoy que, más de uno, de los allegados, le habrá contado que, para ser torero, se necesitan muchos y mejores argumentos; sus compañeros de terna, cada cual a su manera, se lo explicaron con todo lujo de detalles.
Como digo, novillada interesantísima que, desde el principio hasta el final, estuvo plagada de todas las virtudes que este tipo de festejos tienen que atesorar. Madrid lo celebró con gozo y, quiénes vimos las imágenes por la televisión, quedamos encantados con el festejo. Nadie se aburrió; todos se emocionaron. Y, al final, todo el mundo salió contento.