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Antolín Castro  
  España [ 05/06/2002 ]  
S.I.02 - UNA COSA ES PREDICAR...

Van por la vida de héroes, o lo que es peor, con ínfulas de figuras. Quieren que se les guarde el mayor de los respetos; pretenden que se les considere como seres privilegiados; aspiran a ganar más que un torero, -perdón, esta frase se me ha escapado, pertenece al común de los mortales de otra época- pero a la hora de la verdad, en el ruedo y en la cátedra de Las Ventas, se les ve como anodinos pegapases, conformistas adocenados, aburridos muñidores de tardes insoportables, paseando su tristeza y abulia por el redondel, vomitando su impotencia e incapacidad, haciendo insuperables sus miedos ante el toro y el fracaso. Eso son, generalmente, los toreros actuales; personajes derrotados, abandonados a una comodidad ventajista y continuista de una tauromaquia fofa y sin valores de autenticidad. Disfrutan de la ignorancia ajena y ahí se les va todo su valor, en el disfrute. Predican la importancia y riesgo de su profesión, -que lo es porque les da de comer- pero les falta construir sobre ella los cimientos que la sustentan: asumir sin cuentos ni otras zarandajas el motivo que les lleva a ello, jugarse la vida.
 Una cosa es predicar... y otra es dar trigo. Dar trigo es entregar si hace falta la vida por construir el sueño de sentirse aplaudido y aclamado por una plaza entera. Dar trigo es asumir el riesgo de enfrentarse a un toro, sin otras ventajas que el corazón y la inteligencia para sortear y acomodar las embestidas en trazos que se puedan parecer a los trazos de un pincel. Dar trigo es intentar que cuanto suceda en la tarde, venga precedido de la torería, esa que distingue a quien hace las cosas por vocación y sentidas, impregnando la arena del aroma, que sólo pueden impregnar quienes la pisan con la pasión de quien sabe que hasta la estocada mortal, puede aparecer la guadaña de quien se enfrenta a él con su propia obligación. Torear, por tanto, no es acompañar, como en un ballet, a la pareja de baile asignada, sino sortear la muerte del oponente y hacerlo con la gracia de quien consagra a tan alto rito su vocación.
 Ese es el trigo. Ese es el trigo que hay que dar. Con él se amasará el pan. Y si al final, los cinceles artesanos no terminan de cuajar ese pan, nadie lo ha de dudar,  todo el trigo estuvo allí para amasar. La gran magia del toreo, consiste en eso: poner el trigo y amasar el pan. Si lo primero es imprescindible para poderlo amasar, lo segundo es el milagro en el que se convierte la fiesta, cuando convergen los dos: el valor (el trigo) y la obra artística (el pan). Ayer, ese joven torero llamado Antonio Ferrera, se nos llegó a la plaza vaciando un saco inmenso de trigo. Tan grande era que ni uno solo de los asistentes se quedó sin verlo. Esa es la razón del que se viste de luces; lo demás edulcorado por tantas mariconadas -permítanme la expresión- que se nos han traído a la fiesta, con la suavidad de los toros que crían, los comentarios de los comentaristas oficiales, tan rosas ellos; las quejas que se nos hacen las figuritas de la exigencia de la plaza; el beneplácito de unas autoridades claudicantes ante el glamour de los que han convertido en sus ídolos, -así nos va con esos políticos tan blanditos ellos también-. Todos juntos, para lo que valen de verdad es para hacer un anuncio de Mimosín.  La auténtica fiesta de los toros les pilla muy lejos.
 Decíamos que dar trigo es lo que trajo Ferrera ayer. Incuestionable, indiscutible. Si eso no es poner su vida en riesgo, no es jugársela en aras de la consecución de un triunfo de verdad, que venga Manuel Caballero y nos de su versión. Este Caballero sólo nos trajo mas toreo del moderno: ni pa pipas que diría el castizo. De trigo nada. Caballero parecía primo hermano de Finito, con eso ya está dicho todo. Puro trámite, esa es su vocación. Abellán suele motivarse más y a fe que le espolea, sobre todo el competir, pero son tantas tardes espoleado por los Finitos boys que no termina de encontrar la definición del camino a seguir. Voluntad hubo, pero después es un torero que el mismo entorpece cuanto hace; solo falta encontrar el camino, que lo encuentre.
 Ferrera, como decíamos, trajo mucho trigo a la cita, pero no terminó de amasar el pan, no lo cuajó. El caso es que cuanto menos se cuaja el pan más posibilidades hay de caer, pero ese es el riesgo a asumir. La otra parte, el toro, también tiene sus armas y su ambición ¿o es que los toros también tienen que venir a cumplir como los toreros modernos?. En esa lucha, de poder a poder, se mantuvo su actuación: intensa y emotiva. El público supo valorar tanta emoción e intensidad, si bien como decimos -el viento también jugó- no pudo amasarse un buen pan. Pero con ese trigo puede ir a cualquier lugar, incluido Madrid, cosa que otros con su triguín, sólo a la esquina pueden ir; ¡ah! y que al volverla (la esquina) no les de el aire, que si les da, dirán que así no hay manera. Ese es todo su valor. Y es que una cosa es predicar... y otra dar trigo.


 
   
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