En este festejo dominical del abono madrileño, con toda justicia se incluyó en el cartel a Sebastián Castella que, sustituía a El Fandi. Sin lugar a dudas, al margen del premio, la justa recompensa que recibía el diestro francés, era lo que en verdad ganaba el cartel puesto que, como se ha demostrado, Castella, luce mucho más en Madrid que El Fandi; y otros muchos puesto que, al respecto, la lista sería muy larga.
Los toros de Núñez del Cuvillo ninguna gloria aportaron a dicha tarde. En honor a la verdad, si somos sinceros, deberíamos hablar de un fracaso con estrépito por parte del ganadero; corrida blanda, mansa descastada y sin argumento alguno para el triunfo rotundo por parte de los toreros. Como reza un aforismo taurino, cada toro, tiene su lidia y, como tal, así hay que llevarla a cabo. Algo muy distinto suele ser si, dicha lidia, los toreros, saben practicarla. Vivimos la era del pegapasismo al burro inválido y descastado y, algunos, con este “material” hasta saben ponerse bonitos. Luego, como en este día, sale el toro con problemas, con las lógicas apreturas que otro incierto y acobardado suele tener y, algunos toreros, se vienen abajo con clamor. Este fue el caso de Salvador Vega y Miguel Ángel Perera.
Ser torero es muy difícil; nunca nos cansaremos de repetirlo. Algunos toreros de los que hemos visto en provincias, al final, cuando les ves en Madrid es cuando descubres la verdadera valía como tales. Estos dos espadas mencionados, lo confieso, en más de una ocasión ha brillado con luz propia y, en este día, parece que les vino el mundo encima y, han fracasado con todas las de la ley. Menos mal que, este año, el indulgente público de Madrid, ni ganas de abroncar a nadie tiene; han sido infinitos los silencios que han adornado el final de innumerables faenas y, ahí ha quedado todo.
Salvador Vega ha tenido arranques de torero y, a la hora de la verdad, se ha venido abajo. Ciertamente, como explico, no tenía los toros de su vida, nada es más cierto; pero igualmente cierto es que, los que presumen de ir de feria en feria y, en algunas, hasta con éxito, a la hora de comparecer en Madrid, ese hecho tiene que estar rociado por miles de motivos y causas que, en otras plazas, en honor a la verdad, pasan desapercibidas. Vega no lo vio claro de ninguna manera y, ahí ha quedado su cartel con más pena que gloria. Perera, igualmente, ha pechado con las malas condiciones de sus enemigos pero, como en su tarde anterior, su imagen, ha sido de pena y, eso es lo peor que se le puede ver a un torero.
Sebastián Castella acudía a Madrid a recoger, con dicho contrato, su gran premio; el de la justicia y la recompensa por haber dado dos tardes de gloria en el ruedo madrileño. Sus enemigos no han querido pero, el francés ha puesto todo de su parte y, en un momento dado de la faena, al citar al toro de lejos y pasárselo por la espalda, el crujido ha sido de época porque, el toro, en honor a la verdad, no estaba para tales filigranas. Una vez más, en menor medida por culpa de los toros, castella ha demostrado que quiere ser torero. En el camino está. Como le respeten un poco los toros, en breve, se compra una finca en Sevilla y otra en Beziers. Nada ha dejado por hacer y, nadie le pondrá pega alguna; nadie de los que sepa valorar, ante todo, la condición del toro. Y, en este festejo, los toros no querían guerra ni pelea; pedían, si acaso, toreros que conozcan los secretos de la lidia y, salvo Castella, no han encontrado a nadie con dichas virtudes.