Tal y como estaba el palco presidencial hoy, a rebosar, y vistiendo galas sus ocupantes, parecía que allí había una boda. Quizás no fuera así, pero nos lo parecía y, además, desde allí las decisiones tomadas también parecían que más que defender derechos, quien debía presidir el festejo, era el padrino de la boda.
No es posible que, caso contrario, fuera dando por buenos los inválidos que iban saltando al redondel. Cierto es que la feria se distingue, además de por otras cosas, también por esa, pero no es justificación para quien tiene la obligación prioritaria de defender los derechos del espectador y hacer cumplir el reglamento. Por si fuera poco, con ello tampoco defiende los derechos de los toreros, -que al parecer no les importa- pero mucho menos el del espectáculo en si. Con esos toros ruinosos no existe espectáculo alguno y la fiesta se degrada hasta límites que impiden que se desarrolle en plenitud.
Esa es la fiesta que nos han venido dando estos años atrás y a la que el público en general, y no solo los aficionados exigentes, le vienen dando la espalda ya. Esta es una fiesta épica, en la que el toro es su protagonista principal. Por mucho que nos guste el toreo, a mí al que más, eso siempre está detrás del toro. Sin toro no hay fiesta y quien quiera hacer de ello su razón de existir, engaña y se engaña a sí mismo. Hoy ha habido pruebas que lo confirman en todos sus términos. La época del consentimiento se ha acabado y a todos nos queda la tarea de restaurar y recuperar la dignidad de este espectáculo. A medios inequívocos, se empiezan a unir otros que han mantenido posturas más dudosas y no seremos nosotros los que les digamos que no se apunten ahora, sino que les alentamos a que den el paso que nos permita devolver el espectáculo a su sitio: Un torero se enfrenta a un toro en plenitud y muestra su saber. De ahí en adelante, se le juzgará.
Decíamos que hoy se confirma cuanto queda dicho y así ha sido. Un triunfador de días pasados, Sebastián Castella, no ha podido triunfar. No se lo ha impedido el público, sino el ganado al que se ha enfrentado. Un primero inválido y que el Sr. Sánchez se empeñó en mantener y otro que también lo era y con gran docilidad. Ha dado pases más que en sus anteriores actuaciones, ha estado encima y junto a los pitones, ha querido en todo momento estar pero... pero no era igual. El toro que enfrentaba hoy no era el de días atrás y esa dulzura que tanta comodidad le reportaba, le apartaba de interesar al personal. Así de rotundo y sin necesidad de oposición. Sólo el pase cambiado emocionó. Muy poco, ¿verdad?.
La oposición la hacen los mismos taurinos a la integridad y grandeza de la fiesta. Castella hoy ha tenido “mejor material”; la pregunta es ¿Para qué le ha servido?. Si es capaz de lograr triunfos con otro tipo de ganado, la respuesta la encontrará el solo. Hoy, por no tener, no tuvo a D. César en el palco, aunque a lo mejor le echó de menos, pues el “pajarita” le hurtó la devolución que quién sabe que toro hubiera tenido que matar. Mejor que un inválido, en Madrid, cualquiera.
A Salvador Vega, le ha tocado un toro de absoluta bondad y dulzura; tanto es así que alguien comentó que “le podían dar un trabajo, al toro, en una pastelería”. Pues con él no se entendió, algo mejor con la izquierda y en las trincherillas y adornos con los que cerró la faena (curiosamente lo que menos le corearon desde el tendido). El quinto era un manso, al que la lidia se le hizo muy mal, por si le faltaba algo. La faena y el manejo de la espada no fueron precisamente para recordar. Ni con el bondadoso ni con el manso, estuvo lo que se espera de él.
Una vez más se esperaba a Miguel Ángel Perera, en quien muchos tenían puestas sus miradas de los jóvenes confirmados. Se van acabando las novedades y nada ha sucedido. No es por incordiar, pero las nuevas generaciones no tienen casi toreros donde mirarse y los que hay, torean poco o no torean. Esa es la verdad. Hay figuras, hay campeones de estadísticas, hay rellenadores de carteles, pero toreros pocos y así no se puede seguir. Cómo van a triunfar si casi no existe personalidad. Pretenden imitar y caminar dentro del escalafón, pero ninguno, desde José Tomás, se atreve a ser él mismo. Con el primero, un inválido integral, que lo desarma en la primera tanda, todo acabó en ruina con un toro tipo escombro.
En el último, un toro más cuajado y no tan bajo como sus hermanos, -digamos que la corrida fue baja o como les gusta decir a otros, en tipo- parecía que algo podía suceder. Se arrancó bien al caballo y aunque el piquero picó arriba lo hizo algo trasero y no era para presumir; pero el toro empujó en las dos varas y codicioso en un quite ajustado de chicuelinas que hizo el pacense. La faena, comenzada con el pase cambiado, de mucha emoción por el galope del toro y lo cerca que lo dejó llegar, fue perdiendo consistencia por el abuso del pico y la pierna retrasada. Cierto es que eso facilita el ligar, pero también es cierto que no es de recibo comenzar así las series. El trasteo fue perdiendo interés, (al parecer, por como me dice un anónimo que me acaba de llegar a la dirección de correo del Portal, toda la culpa es de los reventadores del siete). Si él o ella, o su tía, o un amigo, o quien sea lo dice, él sabrá por qué. Yo doy fe que nadie le obligaba al pico, nadie de los espectadores tiraba los toros al suelo, nadie de fuera del siete pidió la oreja ni a Perera ni a los demás, a salvo unos cien a Castella y que al final de esta crónica todos sabrán quien la escribió.