Llegó toda de blanco, plena... de irradiante belleza. Su hermosa piel morena... morena aceitunada, combinaba perfecta con el suave vestido que dibujaba presuroso, la mágica silueta; mientras su cabello largo... ondeaba sedoso haciendo eco a sus pensamientos, quizá buscando el amor al injustificado desamor; y su sonrisa... sí esa sonrisa que logró esbozar en un momento de paz, junto a esos dos ojazos... ¡han sido la luz que iluminó la tarde!Así inició mi tarde de toros... tan cautivado estuve, que no hubiera hecho caso alguno, si un desatino de los toreros habría molestado; pero este no fue el caso... ¡tenían que dar estos tres jóvenes la nota mala!
A Luis Vilches que muchos venían a verle, tuvo un primer toro inválido que el señor presidente César Gómez, no quiso cambiarlo. ¿Qué le vamos hacer cuando en esto de los toros en donde debe haber amor... hay un desamor para darle grandeza a la fiesta?
¡No quiso cambiarlo y punto!
Así que Luis tuvo que enfrentarlo, pero no eran tantas las dificultades que en la realidad ofreció su toro de Guardiola Fantoni. Iba bien, con clase... y ante tal problema planteado por la invalidez, había que irlo cuidando, para eso son toreros... para saber con inteligente sensibilidad y una experimentada técnica encontrar la lidia que requiere cada toro.
Luis sólo pudo esbozar una serie vertiginosa con la mano diestra y una por el lado natural con la mano muy baja que hizo sucumbir en la arena al astado y ahí... ahí todo acabó.
El joven Vilches tenía la suerte de su lado... pero no quiso saludarla e invitarla a que le acompañara. Salió el bravísimo cuarto de nombre Ventoso, sostuvo una poderosa pelea con el del caballo, arrancó de largo y puso en aprietos al señor del castoreño... Juan Javier Vallejo, que supo con gallardía realizar la suerte de varas hasta en dos ocasiones.
El toro había quedado en inmejorables condiciones, sólo había que... ¡torearlo con inteligencia! Así que Luis Vilches como frágil planteamiento, dibujó pases por abajo... que no enseñaron ningún objetivo serio a su propuesta; para dar paso a sólo... ¡sólo dos series con la mano diestra!... que fueron templadas, con clase y calidad.
Ejerciendo un toreo alejado de las falsas poses que provocó la naturalidad en la expresión; vino una tercera serie en la que el señorito Luis decidió componer la figurita, y por perder tiempo en la frivolidad esa sucesión de dos pases le salió horrenda. De ahí perdería la distancia, el aguante y el mando. Y una faena que pudo ser consagratoria, acabó en una tímida salidita al tercio.
Javier Valverde... salió con supuestas intenciones de acabarse a puños el mundo, pero... eso fueron justamente sus intenciones. Y de muchas intenciones están llenos los caminos al infierno.
Javier a su primero no lo pudo aguantar, daba series con la diestra en las que sus pies nunca pudieron conseguir la serenidad. Reponía tanto terreno después de pasar al toro y expulsarlo a gran distancia. Nada pudo hacer y eso fue una lástima; porque así se vio nuevamente con el que hizo quinto en el que fue hasta desarmado; tres series sin mando ni aguante y acabó aburriéndonos.
El último espada, Fernando Cruz... se vio nuevamente limitado. Lo que no puede ser... no es y lo demás es imposible. Tendrá que placearse más para dar argumento a su porvenir taurino. Brindó la faena de su primero más como una disculpa anticipada pidiendo la benevolencia del respetable; que como el homenaje que representa el brindis a quien se le ofrece.
Con el que cerró plaza un toro que iba bien pero dejó ver cierta debilidad, el señor presidente decidió cambiarlo, y vimos salir hasta dos sobreros, uno de Juan José González que pronto claudicó y el último, un astado de Astolfi, al que no pudo meter Fernando Cruz, en su desprotegida muleta. Tan ostensible ha sido su preocupación por no poder, que mientras intentaba citar... el toro hizo peligrosamente por él, dejándolo, por fortuna, sólo maltrecho; y entonces fue el propio público el que le exigió que diera todo por terminado.
Y es que los toros de Guardiola Fantoni, no es que fueran tan malos, de hecho el cuarto y quinto fueron estupendos, y los demás tenían faena a pesar de su debilidad; pero les faltó experiencia a la tercia, y ante esto, no hay argumento que los justifique.
Al final... no se crea que mi intención era quedarme a mirar como se fueron yendo cada uno de los toreros, al compás de las notas del pasodoble; ¡no!, en realidad quise observar, como se iba poco a poco desapareciendo tras su armonioso andar, esa hermosa dama de blanco... llena de gracia y, entonces, todo... todo acabó en un suspiro.