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Antolín Castro |
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España |
[
04/06/2002 ] |
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S.I.02 - QUIEN MAL ANDA... |
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Si duele una mala tarde de toros como la de hoy, duele mucho más el saber una buena parte de su origen. Bueno, casi todo sobre su origen. ¡Venga ya!, yo creo que cualquier aficionado medianamente enterado se lo sabe todo. Sí, quizá sea esa la explicación más adecuada. Los aficionados llevan tiempo aprendiendo y a estas alturas lo que están es hartos de saber con antelación lo que ha de suceder si se anuncian determinados toreros. Que nadie venga con la insidiosa y maquiavélica interpretación de que los aficionados acuden a la plaza a reventar la corrida. ¿Qué corrida?. De reventarla se suelen encargar previamente otros personajes que van por la vida de honestos profesionales. ¿Profesionales de qué?. Alguien puede explicar como los veedores, a sueldo de las figuras, ven los toros que escogen para proteger a su torero. ¿Cómo?. Quién en su sano juicio puede pensar o imaginar siquiera que unos aficionados -veinte, cuarenta o cincuenta- vayan pertrechados de utensilios a la plaza para reventar los pitones de los toros o hábiles garrotes para zancadillear a los astados o molerlos a palos para que se caigan o parezcan un desecho tras la merma de sus fuerzas. Entonces ¿cómo es posible que sean acusados de ser los que se cargan una tarde?. Si tiene alguien la respuesta, le ruego la remita a la mayor brevedad, preferentemente por correo electrónico. Las respuestas, sin embargo, son conocidas con absoluta seguridad por cualquier aficionado. Como esto es la casa de tócame Roque, acertado diagnóstico que nos dejó el recordado -por los aficionados nada más- Joaquín Vidal, permite que cada uno campe a sus anchas entre bastidores. A la afición no le está permitido acudir a las dehesas a escoger toros para Las Ventas. Allí van los profesionales ¿profesionales de qué?. Tampoco intervienen en el reconocimiento veterinario, donde lo que se hace todos los días es reconocer ¿el qué?. Esta acepción del verbo reconocer la usan poco, pues en público ningún profesional reconoce nada. No existe el afeitado jamás ¡por Dios!; los toros el trapío lo pierden en la carretera por eso del estrés; además en el Batán se come muy mal con esa caló. En privado es otro cantar, siendo muchos los que se atreven a decir algunas verdades. Pero esta es otra cuestión, que habrá que traer otro día. Hoy nos ocupa una mala tarde, de la que seguramente nadie tiene la culpa. Al menos, eso dirán oficialmente. Nosotros hacemos de esta tarde una sola definición: Quien mal anda, mal acaba. Cierto es que les cuadra a los tres actuantes, así como a la empresa, ganaderos, veterinarios, presidente, voceros especialistas y público aplaudidor, pero en grado muy diferente. No obstante, la suma de todos produce un espectáculo vergonzoso, indecoroso y lamentable. Naturalmente, se salvan los aficionados y espectadores neutros, cuyos dineros han ido a parar directamente a las arcas de los protagonistas. Ni un solo euro han devuelto al desencantado espectador o cabreado aficionado, ni uno. Ni tan siquiera por lo civilizados que se comportan al no lanzar al terreno de juego -le cuadra más que ruedo- ningún mechero o bola de acero como se hace incivilizadamente en el fútbol. Convengamos entonces, que esta maltratada fiesta, disfruta del mejor público que presencia espectáculos. No se lo merecen, pero nos alegramos de que sea así. Al menos, una parte es absolutamente seria. Quede constancia. Quien mal anda, mal acaba. El Juli deberá pensarse cuál es su papel en todo esto. Con ir de figura, cobrar la pasta y salir del paso, no es suficiente para ser considerado ni torero y mucho menos torero de época. Anda mal asesorado, mal protegido, mal dirigido, mal encaminado, mal... y así acaba esta feria: sin un solo reconocimiento y con la responsabilidad de las dos tardes de escándalo en el ganado de dentro y en el que se lidió. No se puede ir de figura, de torero de época y matar corridas inválidas, chicas, anovilladas, sospechosas de todas las tropelías. El espectador no se siente bien tratado cuando tiene que ver salir por toriles toros de desecho de múltiples ganaderías. No solo viene a demostrar el absoluto desprecio y desinterés por presentarse en Madrid con un ganado acorde con la categoría de la plaza, sino que demuestra también, de forma palpable, que se viene con un ganado acorde con la categoría del torero que los ha de lidiar; es decir, una categoría que da pena. Anda usted muy mal Sr. López, D. Julián, y se resiente su toreo valeroso que tanto puede lucir con otro tipo de toro. Sospechamos, que quienes eligen sus toros lo hacen pensando en que fueran ellos los que los tuvieran que torear. Su señor padre y el señor Lozano, efectivamente no podrían enfrentarse a más. ¿Será eso?. Pues no cambie el rumbo y acabará peor. Quien mal anda, mal acaba. Esto les viene a cuadrar a los otros dos actuantes. A uno, a pesar “de que ya tiene una buena temporada hecha” no es que acabe mal, es que tal como se le ve a Finito en Madrid, es que está acabao. Lo de provincias, con su toreo superficial y empalagoso, camelará a los del clavel, pero ante el toro serio y la afición exigente, está acabao. El caso de El Califa es digno de estudio. Triunfa en esta plaza ante toros de verdad, -no creemos que ahora diga que el público está loco- deja en alto su grado de entrega y valor y, pensando que va por buen camino, quiere imitar a la montonera de cursis que van por la vida de figuras. Prefiere torear con ellos y sus toros antes que seguir la línea que le llevó al éxito y ahora podrá ver cuán equivocado es el camino emprendido. Le cuadra a la perfección: quien mal anda, mal acaba. Empresarios, ciertos ganaderos, autoridades y demás llevan el mismo camino. Para todos un deseo: como quiera que andan mal y no quieren adquirir el compromiso de cambiar, solo se les desea que se les aplique de pleno el refrán: que acaben mal. A unos que les quiten la plaza ya y que sus dineros se los administren en Gescartera; a otros que sus descastadas y aborregadas ganaderías sean consideradas como moruchadas y que se las dejen de comprar; a los voceros profesionales que acabada la teta no tengan de quien cobrar; a los públicos aplaudidores que en los próximos festejos les saquen becerros y afeitados o que haga de toro un amigo del matador, pero cobrándoles más. Se lo tienen merecido por consentidores. Y por último, para esas autoridades que hacen dejación de protección a la fiesta y a los aficionados, que sean sancionados en próximas elecciones. ¡Ah! y si circulan sobres, que estos estén llenos de billetes falsos. De esta manera, no será dinero del que ponemos todos nosotros en taquilla. |
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