De nuevo, el público venteño gozaba con la espectacularidad y colorido que representa una corrida de rejones. No olvidemos que, el arte encueste, como se le denominaba antaño, era el espectáculo preferido por los aficionados que, admirados por cuanto hacían los caballeros en plaza, acudían a los recintos habilitados al efecto – léase, por ejemplo la plaza Mayor de Madrid- con una ilusión desmedida. Han pasado los años y, el rejoneo, sigue teniendo la aureola de siempre, si acaso, corregida y aumentada. Los rejoneadores tienen un público fiel que, ya lo quisieran los toreros de luces. Para mayor dicha, en las ferias, son los caballeros rejoneadores los que salvan a muchas empresas de la más vil de las miserias. Ahora, desde que se implantó, con toda lógica, el triunvirato de rejoneadores para una sola corrida, la expectación, todavía cobra mayores logros; o sea que, plaza llena y, poco presupuesto: resultado final, el éxito económico.
En este día han actuado tres jóvenes valores que, pese a la mansedumbre de los toros de Luís Terrón, ellos han sido capaces de aportar todo lo que les faltaba a los toros que, lamentablemente, era casi todo. Es cierto que, rejoneador, no puede ser cualquiera; por miles de motivos. El primero, si se me apura, es el económico; hace falta una fortuna para poder tener la cuadra necesaria y todos los elementos que la conforman; más luego, en honor a la verdad, se necesita una preparación tremenda, unas condiciones singulares para la monta, una destreza admirable y, a todos estos argumentos, al final, ponerles la nota de arte en todo le quehacer.
Ellos, con toda seguridad, hoy lo han hecho. Abría plaza el caballero lusitano Ruy Fernández que, el pasado otoño, ya conociera las mieles del éxito en las Ventas, hasta el punto de salir por la puerta grande. Hoy, sus buenos deseos y mejores maneras, por culpa de la mala fortuna con el rejón de muerte, le han impedido el éxito, pero nunca el reconocimiento de una afición que le conocía y que, a su vez, sabía de sus verdaderas posibilidades. El portugués, ataviado a la federica, no ha regateado esfuerzo por lograr el triunfo que no llegó; no obstante, al final, le ovacionaron. Cierto y verdad que, este arte a caballo, ha tenido, desde siempre, genuinos representantes por tierras de Lusitania. Ruy Fernández, como explico, es uno de esos valores que, con toda seguridad, será gente importante en su profesión.
Andy Cartagena tuvo que recoger el “cetro” que dejara vacante su tío Ginés Cartagena y, como los reyes de antaño, tuvo que hacerse cargo de la “corona” siendo jovencísimo; apenas un chiquito imberbe cuando, por vez primera, tuvo que enfrentarse a los toros. Estaba clarísimo que, Andy, lo del rejoneo, lo llevaba en la sangre puesto que, desde el primer día, jamás dejó en mal lugar la memoria de su tío y, lo que es mejor, lo ha mejorado si cabe. Este Cartagena ya sabe lo que es triunfar en Madrid y, en esta ocasión, pese a las dificultades de sus enemigos, ha cortado una oreja con fuerza ya que, el generoso público venteño, así se lo ha premiado. Labor espectacular la suya, valerosa, con toda la entrega posible y, sin recoveco alguno; nada que objetarle al muchacho que, como sus compañeros, ha puesto en el ruedo su arte, su talento, su destreza y, para colmo, todo lo que les faltaba a los toros.
Sergio Galán es un joven discípulo de sus mayores que, a pasos agigantados, está logrando cotas hermosas en su profesión. Gracias a estos nuevos valores, como antes decía, el rejoneo, está vivo; con bríos nuevos, con corceles admirables y espectaculares y, sin lugar, con la admiración de un público festivo que, en honor a la verdad, se lo pasa en grande. Sergio ha cortado una oreja en cada uno de sus toros para, como era preceptivo, al final, salir por la puerta grande de Madrid, triunfo que, sin duda que nos quepa, alimentará la agenda del rejoneador y, si se puede, hasta su situación crematística de cara a los empresarios. Ciertamente, sus toros, tampoco han colaborado al éxito del caballero; todo lo ha hecho él. Pero ha matado de forma espectacular y certera y, esa virtud, junto con otras muchas, le ha valido el respeto de Madrid y, como se ha comprobado, la puerta grande.