Muchas ilusiones traían en sus corazones los lidiadores de esta corrida que, ante todo, eran conscientes de lo mucho que de ésta dependía su temporada. Se trajo, para tal ocasión, una corrida salmantina de Charro de Llen en que, Juan Diego, Sebastián Castella y Serafín Marín, tuvieron que pasar un mal rato puesto que, la mansedumbre y falta de casta de los bicornes les hicieron pasar malos ratos y, por esta razón, sólo Castella, pudo acariciar el triunfo, no sin antes, haber pasado un calvario frente a su enemigo. Era, como se diría, corrida para toreros machos y, en ello estuvieron. Toros bien presentados, de hermosa lámina y presencia, pero de nulas condiciones para meter la cabeza, embestir y, a su vez, comprobar las verdaderas condiciones de sus lidiadores que, además de la mansedumbre de los toros, en muchos momentos de la lidia, por no decir en toda la corrida, tuvieron que sortear las “embestidas” del viento que, en cada momento, les dejaba al descubierto.
No cabían exquisiteces y, con toda seguridad, nadie las pidió. Estar frente aquellos toros y matarlos con dignidad, con toda seguridad, hubiera sido un éxito; claro que, para éxito, el de los toreros que salieron ilesos de sus cogidas, caso de Sebastián Castella y Serafín Marín. Corrida muy complicada, mansa hasta la desesperación y, voluntad a raudales por parte de los toreros.
El francés Sebastián Castella demostró con su valor que, está dispuesto a ser torero. Posiblemente, dentro de tanta mansedumbre, si me apuran, convendremos que se llevó el lote menos malo, aunque con tremendas complicaciones para la lidia. En ambos toros, pudo más su valor, su decisión, su coraje y su entrega que todas las adversidades con las que estaba rodeado. Sufrió dos volteretas muy aparatosas de las que, con fortuna, salió ileso. En dichas cogidas, su apoderado, José Antonio Campuzano, no dudó en tirarse al ruedo para asistir al matador. En estos casos es cuando se nota la raza de los toreros y, Campuzano, la tuvo como torero y la ejercita ahora como apoderado. Actuación muy seria la de este hombre que, sin aromas ni perfumes, supo jugarse la vida que, en honor a la verdad, era lo único que cabía. Sus faenas, muy parecidas en su conjunto, tuvieron la emotividad que produce ver cuando el torero desprecia a la vida y hace un juego con la muerte. Este fue el caso de Sebastián Castella. Su labor iba muy en serio. Las volteretas, además de su digna actuación, lo decían todo. Era cogido y, apenas se inmutaba; sin mirarse volvía a la cara de su enemigo. Y digo que era todo muy serio porque, sus enemigos, con lámina antigua, tenían frente a sí a unas manos modernas; manos valerosas que, entre otras muchas cosas, tenían la virtud de jugarse la vida con gallardía y emoción. Cortó Sebastián Castella una oreja tras una estocada a ley y, en su segundo, debió de haberla cortado igualmente porque, en honor a la verdad, había idéntica petición que en el toro anterior. Paseó el ruedo de forma triunfal y, lo que es mejor, a partir de ahora, sus convicciones como torero han subido muchos enteros y, esta circunstancia es un hecho positivo para el matador.
Juan Diego era el primer espada y, los toros de su paisano, pronto le devolvieron a la cruda realidad de su existencia; es decir, la falta de contratos. Pero no es por culpa del matador que, en honor a la verdad, tiene un corte excelente de torero y, en breves retazos, lo pudo demostrar. Bien es verdad que, sus toros apenas le permitieron demostrar la clase que atesora. Tuvo una voluntad de hierro al sortear las tarascadas de sus enemigos, como a su vez, el maldito aire que le descubría en cada instante. Por llevarse se llevó, como no podía ser de otro modo, el respeto de una afición que, ante todo, sabe juzgar a toro y torero y, Madrid, en esta ocasión, era consciente del gran esfuerzo del muchacho; de que todo lo hizo él y que, a duras penas pudo dar cuatro pases.
Volvía Serafín Marín cargado de ilusiones puesto que, justamente, el catalán, era el primer torero que había cortado la primera oreja de la feria y, dicho trofeo, le tenía feliz; no era para menos. Una oreja en Madrid suele ser oreja de ley, por tanto, con un peso importantísimo; y lo es porque, gracias a esa oreja, Serafín, estará presente en muchas ferias del mundo. El muchacho lo intentó desde todos los frentes y, su voluntad de hierro quedó en eso; voluntad y certeras estocadas, como suele ser habitual en él. Sufrió una colada y, al girarse, el toro le enganchó la taleguilla y le destrozó la seda, dejando, en su cuerpo, un moratón tremendo; siempre, con la suerte de que, el pitón, con fortuna para él, no laceró sus carnes. Actuación muy seria la del torero que, pese a todo, se sobrepuso a las circunstancias que, en honor a la verdad, no eran las más favorables para el éxito. Puede estar Serafín Marín muy orgulloso de su paso por la feria de Madrid. Dos actuaciones, una oreja y, el respeto y admiración de este público, no es mal balance final. Otros, con toda seguridad, no podrán decir lo mismo.
