El francés Sebastián Castella debió haber salido por la Puerta Grande... no, por supuesto que no lo digo yo; lo exigieron los aficionados que llenaron el coso venteño este domingo 28 de mayo.Primero exigieron le concediera el señor presidente don César Gómez una merecida oreja en su primero, la tradición y el Reglamento comenta... que la primera oreja la da el público, y así fue; no obstante, tras sucumbir su segundo, casi todo el cónclave volvió a exigir otra oreja, y esta no fue concedida, y ahí se falló al público a la tradición y a la legalidad.
Y... ¿había fundamento para que Sebastián Castella saliera por la codiciada Puerta Grande?
¡Por supuesto que sí!
Le han correspondido dos toros nada fáciles... complicados y con peligro, la solvencia taurina que tiene Sebastián, logró confundir a algunos que supusieron, sobre todo, con su segundo... un toro bueno, en donde no lo había.
Con el segundo del festejo, sumó sublimes trazos con la mano diestra que han sido templados, cadenciosos... plenos de clase. Sí tres series que conmovieron los espíritus de los diletantes taurinos, por la profundidad de su contenido. Probó por el lado natural, y los dos primeros pases salieron estropeados... y en uno de ellos salió feamente arropado.
Sin verse la ropa se incorporó, para de inmediato con su actitud conmover la sensibilidad del gran aficionado. Como epílogo, le vimos unas manoletinas ceñidas... sentidas... demostrando, que Sebastián no sólo posee clase y calidad en su expresión torera, sino que está firmemente sustentada... en su incontenible valor, que le da el aguante suficiente para poderle al embate de sus ejemplares.
Tras una estocada entera... sucumbió su toro, y el público notoriamente entregado, exigió la oreja que paseó con el orgullo que reflejaba su cara.
En su segundo, su disposición no cambió... se acrecentó. Brindó al respetable su faena, como digno homenaje a tan importante afición, se llevó el toro a los medios con poderosos pases por abajo, y entonces tras el último... peligrosamente hizo el toro por él, clavando los cuernos cerca de su cuerpo, por fortuna... sin herirle.
Se levantó el joven francés... nuevamente sin mirar su ropa, y decidido dejó otras cuatro series con la mano diestra, que conmovieron por su armonía y la plástica del bello conjunto escultórico que se fue esbozando; series en donde el aguante fue el sustento que dio a su arquitectura, la solidez para dar paso a la belleza en su creación.
No... no probó por la izquierda, pero era notorio que por ahí... no pasaba el toro. Después de una entera y dos descabellos, casi toda la asistencia, volvió a exigir la oreja, que no fue concedida, y todo acabó en una inobjetable vuelta triunfal al redondel.
Juan Diego tuvo dos mansos ejemplares tan sosos y deslucidos como su pobre exposición... no pudo decir nada, y eso le debe tener alarmado. Porque el no decir nada es tanto como no existir.
Y quien tampoco tuvo elementos para recordarnos ese gran torero que vimos el pasado 14 de mayo, fue Serafín Marín, claro que sus toros eran unos mansos, descastados, pero no se piden faenas bonitas; sino aquellas que nos recuerden que su inconfundible fundamento para vivir, es el de ser toreros. Y Serafín se perdió en el marasmo.
Los toros de Charro de Llen –tercero y cuarto de José Ingacio y Sánchez Tabernero- todos de la misma procedencia, han sido unas inmensas moles de carne, mansa, descastada, sosas y deslucidas; y en el caso del segundo y quinto, con evidente peligro.
Pero... llegó Sebastián Castella, y con todos sus argumentos... nos convenció, hasta mi dilecto amigo Zocato, el más severo de los periodistas taurinos franceses, y... ¡claro que volveremos a ver a Sebastián con gusto!
¡Vive la France!