De todo hubo hoy. No es poco, pues suele pesar como una losa una tarde como la de ayer. Los tendidos y los aledaños de la plaza con antelación eran un murmullo gigante donde se elevaban las voces para hacerse oír. Todos querían comentar lo de Rincón o El Cid, o al revés, pero matizando hasta el infinito su parecer. Buenas vibraciones estas que produce el toreo cuando se sucede en plenitud. Las mujeres más guapas y los hombres más alegres. No hay más remedio que pensar ¿por qué no lo hacen más?. La respuesta es evidente: toreros, lo que se dice toreros, no hay muchos más.

Esa es la evidencia, que nos lleva a pensar que la gente, los aficionados, lo que quieren es una Fiesta total, donde se alcance la plenitud a través de la comunión de un toro y un torero, pero siendo aquél íntegro y el toreo auténtico. No hay más. Eso de divertirse en los toros es, por un lado, una majadería inventada para tapar las miserias de la fiesta, y por otro una cursilada de mucho cuidado. La gente lo que quiere es la verdad y con ella llega a disfrutar mucho más, infinitamente más, que con los sucedáneos que se le quieren dar para que se “divierta”. Prueben de una puñetera -con perdón- vez y habrán encontrado el camino de retorno a una fiesta respetada y digna. Sigan por donde andan y tendrán el certificado de defunción a la vuelta de la esquina. Cuestión de elegir, ni más ni menos.
Había resaca y de ella era difícil salir. Los toros lidiados, de El Pilar y un remiendo de Lagunajanda, flojos, sosos y mansitos no daban para mucha fiesta y lo del sucedáneo, hoy, era “váyale a otro perro con ese hueso”. Cepeda a lo más que llegó fue a tener suerte en la fea voltereta sufrida en su primero al rematar un quite. Así transcurría la tarde sin levantarse, con encefalograma plano, hasta que por chiqueros salieron dos toros con ganas de embestir, quinto y sexto, y la fiesta recuperó uno de los elementos necesarios para llamarla así. Alegres a los cites, parecía que se podía rememorar nuevamente lo de ayer y la gente tiró de programa para mirar y no estaba El Cid para ese quinto, sino El Fandi; y no es igual de ninguna de las maneras que uno lo quiera mirar. Tampoco estaba Rincón, aunque a esas alturas el cuarto ya estaba en el desolladero y no podría intervenir dado el orden de lidia de ayer. Sólo quedaba esperar que Tejela, triunfador el pasado año, disfrutara de una oportunidad igual en el sexto. En eso estábamos.
Pero volvamos al quinto ejemplar, un colorao de gran prontitud en los cites, para el que se avecinaba un tercio de banderillas marca de la casa. Fue marca de la casa, eso sí, pero de la casa “moviola” que podrá ser un recurso para dar algo de variedad, pero que no se sostiene de pie que en una feria como la primera del mundo, sea la base de un tercio de banderillas, se pongan como se pongan los que se pusieron a ovacionarlos. Luego en la muleta fue peor. Ni cogió el sitio, ni la distancia, ni embarcó correctamente al toro, ni lo remató donde hay que rematar, ni nada que nos pudiera parecer a lo que ayer sucedió en el quinto, también colorao. Ese color del pelo del toro fue toda la coincidencia, nada más. Muy por debajo del toro, que se fue sin torear y muy por debajo de lo que esta plaza espera de alguien que se anuncia en ella con cierto cartel. Pues ni el cartel de banderillero ha logrado resolver hoy con solvencia. Le pidieron muchos la oreja, pero no se lo debieron creer ni ellos, pues después no fueron capaces de ovacionarle tras el arrastre, este sí ovacionado, del buen quinto toro. En fin, hasta aquí, la resaca.
Salió el sexto y Tejela mostró de inmediato disposición, no la del otro día, antes del acontecimiento de ayer que ha de remover las conciencias del escalafón, sino la de las ganas de triunfar -será que ha leído mi crónica anterior- y cambió el panorama. Este toro castaño, flojísimo y que debió ser devuelto, tenía mucha calidad en sus embestidas y era tan alegre como el anterior. Además disfrutaba de impresionante cornamenta, a diferencia que alguno de sus hermanos que daban malas sensaciones, y Tejela lo apreció. Con la franela se acopló bien con él y le sacó buenas series con ambas manos, pero mejoradas al natural; todo algo deslucido por la pérdida de las manos del toro en muchos pasajes, pero muy bien construido el trasteo. La estocada fue lo suficientemente buena como para lograr el consenso entre el personal. Ahora sí la petición era mayoritaria y el usía no se negó. Con esto ya tenemos la oreja de titular.
A partir de ahora, puesto el listón donde lo dejaron ayer dos toreros, tendrán que pensar los que todavía tienen que pasar por aquí, cómo deben pasar. Todo está tan claro, que hasta los ciegos lo ven. No se rasguen las vestiduras. Madrid y su afición deben de ser respetadas y automáticamente se les devuelve ese respeto multiplicado por veintitrés mil almas. ¿Es que van a negarles a tantos el respeto que merecen y que merece la Fiesta también?. Seguro que no y si lo hacen, no duden, que se les reclamará.