Llegados a esta tercera entrega de los artículos denominados “Oficio y arte del escritor taurino”, creo conveniente explicar la razón que me lleva a redactarlos. Comprendo que esta explicación llega quizás con retraso y que no es este artículo el lugar de expresarla, que debió ser el primero de todos, el dedicado a Felipe Sassone. No obstante, no era la idea inicial hacer una serie de entregas dedicadas a los escritores taurinos. Fue después cuando lo decidí y cuando me pareció importante dar difusión a célebres escritores, muchos de ellos hoy olvidados. Y así hice el segundo dedicado a Sureda. Me pareció del todo acertado cuando un amigo, tras la lectura, me increpaba la figura de Guillermo Sureda, a quien consideraba, en su desconocimiento, como un crítico poco importante, quizás famoso en “¡¡Palma de Mallorca!!”. Comprendí entonces que son muchos los aficionados actuales que a la hora de hablar de críticos taurinos y escritores no llegan más allá de los nombres de Díaz Cañabate o Cossío. Unida a la historia del toreo está la de aquellos que han dedicado sus vidas a escribir sobre él, pues gracias a ellos tenemos conocimiento de la evolución y de las formas de hacer en cada época. Para colmo, la mayoría han sido escritores ante todo, genios de la literatura y la intelectualidad y conocedores profundos del toreo. Creo imprescindible recordarlos para aquellos que ya los conocían y descubrirlos para los que no. No sigo un orden cronológico en cuanto a autores sino que los trato aleatoriamente. Sí hay un orden en cuanto a entregas: mensual.
Ya en el artículo anterior hablábamos del escritor y periodista Néstor Luján por su aportación a al Cossío, en donde se encargó de escribir sobre el periodismo taurino de la época. Esto sucedía en el tomo VII del tratado, lo que nos coloca ante un panorama periodístico relativamente moderno pues este tomo es publicado en 1982. Nació Luján en Mataró en 1922 y murió en Barcelona en 1995, tras publicar “Cabaret Catalán”. Al hablar de Luján no debemos pensar en un crítico taurino al uso. Fue ante todo escritor, y en esa profesión tocó los más diversos palos, todos con maestría. Reconocidísimo gastrónomo, viajero infatigable, humorista y novelista de renombre, llegando a quedar finalista del Premio Planeta en 1991 con su novela “Los espejos paralelos”.
Licenciado en filosofía y periodismo, estuvo unido desde sus inicios a la revista Destino, que terminó dirigiendo. En ella empezó a realizar la crónica taurina, firmada con el pseudónimo de Puntillero. Publicó su libro “De toros y toreros” en 1947 y su “Tauromaquia” en 1962. Era ésta un tratado sobre la historia y desarrollo actual del mundo del toro, ilustrada por el escultor Manuel Martínez i Hugué. Siendo todos sus escritos taurinos de gran interés, pues era un verdadero erudito, hay que desatacar la “Historia del Toreo”, editada en 1954 por la editorial Destino y reeditada en 1967. Este libro es una auténtica joya tanto por contenido como por presentación. Toda la historia del toreo a pie, desde la llegada a España de Felipe de Anjou hasta Manuel Benítez “El Cordobés”, está relatada en sus páginas e ilustrada con auténticas obras de arte del dibujo y la pintura. Como dijo Ortega y Gasset, no es posible conocer los últimos trescientos años de historia de España si no estudiamos las corridas de toros. Luján lo entiende a la perfección y la lectura del libro cuenta la historia del toreo, siempre unida a la historia política y social de España. Compendio histórico, análisis sociológico, análisis técnico de la lidia y su evolución, las artes y las letras, escritores, anécdotas, todo tiene cabida en su “Historia del Toreo”. Es una pena que un libro como este no quede al alcance de los bolsillos comunes y que se haya convertido en pieza de coleccionista. Se puede adquirir ahora mismo en cualquier librería especializada, pero su precio supera los 300 €. Su lectura es puro éxtasis y en él se aprecia el infinito conocimiento del autor. Algún editor taurino debería plantearse hacerlo accesible al público.
Luján fue homenajeado por el ayuntamiento de Barcelona en 2003, ocho años después de su muerte. Una placa recuerda su nombre en la confluencia de la calle Enric Granado con Diagonal y fue el propio alcalde Joan Clos quien la inauguró. Fue independentista catalán confesó y seguro y sin embargo nunca renegó del arte del toreo. Todo un ejemplo para la actualidad.