Si un torero sintiese el desánimo que tengo en este momento, en el que trato de escribir de toros, le recomendaría que no saliese al ruedo. Y es que no se puede torear ni escribir si el espíritu no está presto. El mío está alicaído. Tenía esperanza que la feria de San Isidro fuese el bálsamo que aliviase las heridas abiertas en la afición latinoamericana por inescrupulosos taurinos que, con desmedido afán de lucro, están destruyendo nuestra fiesta. No ha sido así. Hasta el momento, el balance de los siete primeros festejos (tantos cómo los que constituyen toda la feria del Señor de los Milagros en Lima) arroja un saldo negativo. En las crónicas y comentarios que he leído, veo con preocupación que algunas frases se repiten constantemente, como en una letanía similar al “ora pro nobis” religioso. La de “descastados, mansos y flojos” se aplicó a todos los toros de cuatro encierros, de los seis presentados; complementada con otros adjetivos calificativos que no son mejores como: anovillados, borregos, sosos, bobalicones y afeitados, según el caso. Encastados, pero igualmente mansos y flojos, fueron los toros de José Escolar -con mucho peligro- y los de Celestino Cuadri, que salieron al ruedo afeitados y fueron aniquilados en varas. El único encierro que ha dado la nota alta ha sido la novillada de Fuente Ymbro que tuvo movilidad, nobleza, casta y bravura, condiciones que no fueron aprovechadas por sus poco experimentados lidiadores pero que permitieron el triunfo del novillero Alberto Aguilar.
Si en Las Ventas el asunto del ganado se presenta grave, el de los matadores no es mucho mejor. Para estos la letanía que se lee en las crónicas es una sola palabra: “silencio”. De las 42 faenas realizadas, 32 han merecido el silencio del respetable. Aunque para decirlo con propiedad sólo fueron 30 porque las otras dos fueron sonoras broncas –cojines incluidos- que censuraron la actuación de Rivera Ordóñez en cada uno de sus toros.
Figuras, figuritas y figuretis han desfilado en estos primeros festejos y la letanía es la misma: silencio y más silencio. La tónica general ha sido que quienes cobran poco han dado todo de si y aunque han querido, no han podido; mientras que, quienes cobran mucho, han tomado precauciones y no han justificado el porqué se hacen llamar figuras. El triunfador es, hasta el momento, Serafín Marín quien demostró tener la voluntad y condiciones para hacerse de un sitio en el difícil mundo del toro. Luego de una estupenda estocada a su segundo obtuvo la única oreja que se ha cortado en las seis corridas de toros realizadas. Magro resultado de lo que es la feria taurina más importante del mundo.
En circunstancias normales, lo que viene sucediendo en Madrid no debería ser motivo suficiente para justificar mi desazón pero lo es cuando se nos presenta como “más de lo mismo” de lo que viene sucediendo en muchas plazas de América y España. El mal momento que vivimos en la fiesta no es entonces algo pasajero y que lo que nos imaginábamos un bache es en verdad un despeñadero peligroso. Los pícaros se han adueñado de la situación y han echado raíces profundas en todos los aspectos importantes de la fiesta y quizás, es demasiado tarde para salvarla. La corruptela avanza a pasos agigantados sin que nada podamos hacer para detenerla. La enfermedad ha hecho metástasis y ha infectado el espíritu y la conciencia de ganaderos, empresarios, toreros, apoderados, veterinarios, jueces de plaza y ¡como no! periodistas venales que, traicionando su vocación de servicio al aficionado -que busca en ellos orientación- venden, cual prostitutas, sus plumas al mejor postor, cuando no las utilizan para la extorsión y el chantaje. “El periodismo puede ser la más noble profesión o el más vil de los oficios” sentenció el director del diario El Comercio de Lima, hace ya muchos años, y la frase sigue vigente.
Así las cosas, vemos que el único que no ha sido contaminado por la corrupción es el buen aficionado, que lejos de lucrar con la fiesta, la solventa con su dinero. De allí la importancia que siempre tuvo ante lo ojos de quienes viven del toro que no han escatimado esfuerzo para comprar periodistas y espacios en los medios de comunicación masiva que les permita manipular y maquillar la información para mantener su ilusión con falaces argumentos y conservarlo como público cautivo. Pero eso también ha cambiado. El aficionado no es tonto y, aburrido de tanta farsa, ha dejado de ir a la plaza, pensando que con ello castiga a la empresa que lo defraudó. No es así. A los mercachifles, ya no les importa el aficionado porque, a través del tiempo, el espectáculo se ha ido transformando en un evento social y pintoresco, atractivo para un público golondrino variopinto y poco exigente, que va a la plaza a dejarse ver, pasarla bien y para el cual, aquello del “toro integro y el toreo auténtico”, no es algo que esté entre sus prioridades ni cosa que le quite el sueño. Es así como las plazas se llenan en tiempo de feria y explica porqué no sucede lo mismo en ciudades como México y Lima en donde se dan temporadas, en las que los festejos son cada semana, y resultan poco atractivas para los turistas y golondrinos.
No me preocupa que la fiesta brava desaparezca, pues creo que tal cosa no sucederá. Lo que me angustia –lo he dicho varias veces- es ser testigo impotente de cómo se deteriora permanentemente y va camino a convertirse, irremediablemente, en un espectáculo tan ridículamente falso y vulgar como el cachascán.
Días hay, como hoy, que me siento deprimido con estos temores que me llevan a pensar lo inútil que resulta escribir sobre aspectos taurinos que, siendo fundamentales, importan cada día menos a poca gente. Tampoco la crónica llega a ser motivo de satisfacción para quien la escribe porque los aspectos negativos del espectáculo supera a los que desearíamos fuesen motivo de entusiasmo y euforia para quienes la leen. Contra lo que se pueda pensar, a los críticos nos gustaría ser los heraldos de gratas nuevas y apoteósicas corridas pero, desgraciadamente, la realidad es otra y rara vez nos brinda tal oportunidad. Es cuando me cuestiono: ¿Vale la pena seguir escribiendo de toros? ¿sirve de algo el esfuerzo? porque, debemos ser realistas y convenir que no todo lo que escribe se lee y, si se lee, ¿habrá a quien le importe lo escrito? No lo se.
Lo que sé, es lo que acabo de ver y escuchar por la televisión: César Rincón ha cortado dos orejas en la corrida del día de hoy en Madrid y ha abierto la puerta grande de Las Ventas. Mi estado de ánimo ha cambiado y la desesperanza que me agobiaba ha desaparecido. No preste, amigo lector, atención a mis tribulaciones y olvídese de lo escrito líneas arriba. ¡No todo está perdido! ¡Hay que continuar en la brega! No queda otro camino.