Paradójicamente, muerto el toro de la confirmación de Gallo, comenzaron las ganas de triunfar. Es decir, que el joven, el nuevo, el que confirmaba, el que se tiene que abrir paso, el que necesita llegar, el que tiene que demostrar, etc., no había mostrado ganas de triunfar. ¿Curioso verdad?, pues así había sido. Sin ganas, sin sitio, sin capacidad para suplir la sosería del animal que, por otra parte, era un alma de la caridad. Pero para triunfar lo primero que hay que tener es ganas de triunfar y estos chicos jóvenes no conjugan ese verbo, sino que se dejan apoderar por un “grande” y ya está hecho el camino. Todo al revés.
Las ganas de triunfar comenzaron en cuanto apareció el colombiano Rincón. El injustamente tratado el pasado año Rincón. No había dudas para nadie pues eso se nota. Vaya si se nota. El ejemplar que le cayó en suerte no era ni mejor ni peor que el anterior del confirmado, la diferencia estribaba en las ganas de triunfar. Un derroche de ganas traía César y ello le permitía salvar los obstáculos que, sin duda, le ponía el toro. Era blando, noblote y sosito, tirando, como el anterior, a descastado, pero allí había un torero dispuesto a exprimir sus embestidas y convertirlas en triunfo. Empezó a ligar y ligó, series sobre ambas manos, pero mejor por la derecha que por la izquierda con grandes pases de pecho. Puso la vibración que le faltaba al toro y ya está; así de fácil. Una estocada baja y una petición de oreja enorme pero quizás no mayoritaria. A fin de cuentas, oreja que nadie discutió.
Había otro toro en su lote y este fue mejor, bravo en el caballo al que acudió presto y noble para la muleta. La faena alcanzó grandes momentos con un Rincón entregado y en pos de la otra oreja que le abriera la puerta que tantas veces traspasó. Destacamos una serie con la derecha de muletazos largos y profundos, cerrando con un pase de pecho estupendo. También una tanda suave y bella al natural, ejecutada a pies juntos. Unos ayudados por bajo y una trincherilla monumental cerraron la faena. Entra a recibir y falla, agarrando una estocada desprendida después. Petición mayor que en el anterior y otra oreja al esportón. La Puerta Grande asegurada para este torero que vino con ganas de triunfar. Suelo decir que el presente de indicativo del verbo querer es: yo hago. Lo interpretó perfecto Rincón.
La plaza estaba lanzada, pero aún no había llegado lo mejor. El Cid que tuvo que pechar con un sobrero de Antonio López, manso de solemnidad, naturalmente no pudo lucir nada, además de sus ganas, en su primero. Salió el quinto, un bello ejemplar, como el resto de Alcurrucén, flojo, muy flojo como sus hermanos, pero con mucha clase y lo vio. Manuel Jesús no bromea con esta su profesión y también tenía ganas de triunfar. Repito, eso se ve, aunque muchos toreritos crean que no, y la plaza entera empujó con las mismas ganas. Hace días nos decía en una entrevista para Opinionytoros que le debía a Madrid una puerta grande y, añadimos nosotros, Madrid a él. Ya en los lances dibujó el sentimiento y el temple que vendría después.
Con la muleta realizó una faena maciza de espacio y de tiempos, -algo tan difícil para los pegapases- saboreó con torería, -sí he dicho torería cuando está en extinción- los segundos que le daba al flojo toro para no atosigarlo y poderle exprimir series de muletazos largos, ¡qué digo! larguísimos y profundos con ambas manos. Pero la izquierda era un clamor. Los pases de pecho con los que abrochaba las series eran en sí mismos monumentos a la ligazón y la plaza empezó a palpitar. ¡Torero, torero! y una borrachera tal que había que ponerse de pie pues nadie aguantaba sentado. Por supuesto, la faena de la feria y de muchas más. Difícil de superar. Pero decíamos que debe una puerta grande a Madrid y Madrid a él y este compromiso se ha dejado para la próxima ocasión. Sería para no robar al maestro Rincón su protagonismo en la salida. Lo cierto es que el triple fallo a espadas le cerraron las orejas que tenía en su bolsillo. No quería salir a recibir la ovación y cuando salió le tocó dar dos vueltas clamorosas al ruedo al grito de ¡torero, torero!.
Y las ganas de triunfar del nuevo matador llegaron, espoleado por los veteranos ¡vivir para ver!, pero le llegaron tarde. El último noble y flojo como sus hermanos se puso a la defensiva y se hizo un tanto incierto cuando Gallo quería triunfar. Habrá aprendido la moraleja: no dejes para después lo que puedas, y debas, hacer ya. Hoy los mayores te han dado una soberana lección. Rincón en volandas y El Cid a pie, pero con paso firme, abandonaron la plaza que estallaba en un clamor. No hay nada como el toreo para que la pluma se deslice, templando y cargando la suerte, en un intento por torear. Hoy se siente torero hasta al que le toca escribir.
En un día como este se hace más difícil recordar, pero con los palos han estado bien Gustavo Adolfo García y J. Manuel Zamorano. De justicia es reseñarlo.