Pese al día que no ha invitado a lo más mínimo en lo taurino, la afición de Madrid, otro día más, prácticamente, ha llenado el coso de las Ventas. Ha soplado un vientecillo fresco y molesto que, en honor a la verdad, ha molestado a todos; a los toreros para con su trabajo y, a los espectadores que, han tenido que guarnecerse con ropa de abrigo. Creíamos que teníamos el verano encima y, la primavera, una vez más, nos ha devuelto a la realidad; tiempo casi otoñal que, a fin de cuentas, como todos los años, suele ser lo normal en la feria de Madrid. Se han aprobado todos los toros de la ganadería de Garcigrande y, el paseíllo ha estado compuesto por César Jiménez, el discípulo de Joselito que lo suele copiar en todo y, ya se sabe, de mis imitadores serán mis defectos; Salvador Vega, torero esperado en Madrid donde los haya y, el confirmante José María Manzanares, el hijo del maestro que, de una vez por todas, tiene que arrancar muy en serio. Hoy, como se decía antiguamente, tenía la oportunidad de su vida.
Ha confirmado Manzanares que, en definitiva, ha tenido una actuación más anodina que otra cosa. El toro, en honor a la verdad, abierto de cuerna y espectacular de presencia, sin ser un barrabás, ha tenido mucho que torear y, dos coladas en el inicio de la faena, en definitiva, han afligido al joven Manzanares que, como no ha pasado hambre en su existencia, ahora, arriesgar la vida le viene cuesta arriba. En honor a la verdad, convengamos que, Manzanares, ha instrumentado dos naturales hermosos pero, no ha concretado nada. En el toro de su confirmación no ha hecho nada relevante pese a su tremenda voluntad, que la ha tenido. Pero todos sabemos que, una cosa es la voluntad y, otra muy distinta, la faena bella creada en el ruedo de una plaza de toros. Manzanares, pese a todo, ha comprobado en sus propias carnes que, Madrid, justamente, nada tiene que ver con las plazas donde hasta ahora ha toreado el muchacho. Esperemos, confiemos que, cuando menos, de esta actuación, saque la positiva conclusión de una lección para el futuro. Silencio sepulcral tras su actuación. Pobre balance para alguien que, como dicen, quiere ser figura del toreo y, lo que es peor, ejerce como tal.
En su segundo enemigo, el último de la corrida, con más volumen que sus hermanos, ha embestido sin nobleza para con el capote de Manzanares. El juego del toro, en definitiva, tampoco ha distado mucho del comportamiento de los anteriormente lidiados. Corrida sin historia que, con toda seguridad, lamentará mucho Manzanares. Era la tarde su confirmación de alternativa y, salir de Madrid sin el menor atisbo de éxito, ello es un balance muy pobre. Ninguna gloria se ha llevado el torero que, otra vez, ha visto como el toro doblaba las manos con estrépito. Ya lo saben los tres para una próxima corrida en Madrid; venir con un toro de verdad, lo demás, son remilgos de malos toreros que quieren justificar lo injustificable. La falta de fuerzas del toro propicia que se venza de mala manera y, pone en serios aprietos al torero. Acaba con su enemigo y le silencian de nuevo. Desde luego, sus honorarios, tras esta corrida, no se han elevado para nada puesto que, su fracaso ha sido para reflexionar.
César Jiménez ha bullido, nunca mejor dicho, en el toro de Manzanares con el capote, al igual que en el suyo propio que, como su hermano anterior, abierto de cuerna y largo en su anatomía, no ha dado la imagen de un toro bravo puesto que, sus huidizas carreras tras las suertes, ello denota su mansedumbre, aunque con bastante nobleza. César Jiménez, como le ocurriera en su anterior comparecencia, es capaz de dar muchos pases; trabajar a destajo es algo que nadie le discutirá. Dos series con cierto decoro con la derecha, dan paso a que el torero coja la muleta por el lado izquierdo que, en honor a la verdad, el toro le ha ayudado para dicho menester. Al final, nada que destacar, salvo la voluntad. Dos estocadas, una de ellas muy baja, han dado la medida de su pobre actuación. Nos queda la duda de pensar que, en otras manos, este toro, hubiera tenido otro final; si acaso, con más éxito. Han aplaudido tímidamente a Jiménez que, pese a todo, este año estará en todas las ferias de España. Es figura y, con ello, está todo disculpado. Si se castigara a todos cuantos no son capaces de triunfar en Madrid, con toda seguridad, en breve, teníamos un plantel de toreros auténticos. Pero, ya vemos que no pasa nada. Se cumple el trámite, Jiménez lo ha cumplido y, aquí paz y allá gloria.
En su segundo, Jiménez, ceremonioso y teatral con el capote, ha comprobado la mansedumbre de enemigo y, lo que es peor la falta de fuerzas. Al margen de las guadañas, los toros de Garcigrande no están dando la medida de nada; si acaso, de esa terrible falta de fuerza que, hasta los montados han sido indulgentes al ver la carencia de fuerzas de estos animales. Como vemos, quedan muchas corridas todavía por lidiar y, ya nos estamos acordando de Victorino Martín para que, una vez más, salve la feria. Confiemos que, a lo largo del ciclo, surja la sorpresa ganadera y torera, por supuesto. Se arrodilla César Jiménez para torear con la mano diestra y, su buena disposición no cala en los tendidos. Como decían los revisteros de antaño, un hombre sólo se arrodilla ante Dios y, no les faltaba razón. Torear arrodillado, por arriesgado que parezca, en definitiva, es solo un motivo para que la galería aplauda. Se percató Jiménez y, en posición vertical, ha dado dos series muy concretas y limpias. Pero es con la izquierda cuando ha cuajado varios naturales de bella factura que, a su vez, tampoco han servido para que la plaza de Madrid ardiera de emoción. En definitiva, trasteo voluntarioso con el que, el manso, ha vencido al torero. Pinchazo y estocada desprendida, han dado paso a que los del clavel, le aplaudieran. Difícil lo tiene ya este torero para ser comprendido por el público de Madrid. Si quiere imitar a su protector, ante todo, debería saber que, Joselito, en más de una ocasión, resultó ser capaz de triunfar por lo grande, eso si, con toros encastados. Venir a Madrid con el toro sin fuerzas y carente de toda emoción, como antes decía, si pesaran los fracasos, más de uno, antes de ir a las Ventas, se lo pensaría dos veces; como Enrique Ponce, por citar un ejemplo.
Con unas bellísimas verónicas ha recibido a su enemigo Salvador Vega que, por lo menos, disposición, la ha tenido toda. El toro, mansito y reservón, no ha repetido en sus embestidas como pretendía el toreo que, para colmo, flojea más de lo debido ante la repulsa del personal que, ante todo, lógicamente, pide un toro fiero y entero. No es nada normal que, un toro de las características del que hemos visto, tenga tan poquita fuerza. Es incomprensible. Es una pena terrible que esto suceda porque, en honor a la verdad, como diría Pedro Mari Azofra, Salvador Vega es de los poquitos toreros de la actualidad que, todavía merece que se hagan mil kilómetros por verle. La buena clase y la torería de Vega quedan por los suelos que, por dos veces, ha caído su enemigo con estrépito. No hay conjunción entre toro y torero y, lo que es peor, no hay química con el respetable que, al comprobar las poquitas fuerzas del toro, tiene todo el derecho del mundo a molestarse y, lo que es peor, a sentirse herido en sus carteras. Salvador Vega lo intenta por varias veces y, no existe refrendo popular para su voluntad. No existe emoción y, eso es lo peor que pueda ocurrir dentro de una plaza de toros. Una pena porque, como nos han contado, el otro día, en Valladolid, Salvador Vega bordó el toreo; por lo visto, tenía toro, claro. De que el malagueño tiene aires de torero caro, eso no lo discute nadie; pero aquí estamos para tratar de contar lo que ha pasado en Madrid en esta séptima corrida de feria. Al segundo intento, Vega, ha cobrado una estocada muy baja y, ahí han muerto, el toro y las ilusiones del torero. La corrida no está teniendo emoción alguna y, de ese modo, para llegar el triunfo, tenía que surgir el milagro y, San Isidro, debe estar muy ocupado ahora mismo.
En su segundo, para colmo de sus desdichas, el toro, manso descarado, ha intentado saltar la barrera y, Vega, no ha podido recluirlo en su capote. Una pena porque, de los toreros actuales, como digo, Vega es los poquitos que emocionan, tanto con el capote como con la muleta. El toro no quiere pelea en varas y, la propia mansedumbre es la que la hace huir de los caballos. La cara de Salvador Vega es de pocos amigos pero, en definitiva, si la corrida no sirve, la culpa no es de los aficionados; ellos, los que organizan y montan estos cirios son los responsables del evento. Mala tarde de Salvador Vega en Madrid que, al final, ha visto como ha doblado el toro tras un pinchazo y estocada.